sábado, 1 de septiembre de 2018

El hipócrita discurso oportunista


No es nuevo que nuestros dirigentes políticos carecen de patrones morales. Buena parte de la sociedad sigue esa regla. Se confirma entonces aquella teoría que dice que nuestro problema central es que transitamos una crisis de valores.

Algunos hechos recientes no hacen más que confirmar ese horizonte, que solo nos propone situaciones en las que nuestras posiciones ideológicas culminan impregnadas por el siempre presente ámbito de las conveniencias.

Seguimos juzgando conductas según quienes sean los protagonistas, para permitirnos respaldarlos o criticarlos. Si son amigos, todo esta justificado. Si son adversarios, cualquier cosa que digan se invalida por si misma.

Complejo desafío el de transmitir valores de esta manera. Sobre todo pensando en las generaciones que vienen, y a las que tan duramente criticamos los mayores, con escasa autocrítica. Resulta difícil imaginar como salir de semejante atolladero, con tan aberrante versatilidad de principios.

Nuestros líderes latinoamericanos, en esto, se llevan los laureles. Aunque es importante indicar que muchos dirigentes del supuesto primer mundo también responden a esta descripción, en mayor o menor medida. 


Ejemplos de hechos que confirman esta afirmación, abundan, pero algunos ya son un clásico

El tema que más persevera, seguramente, es el de los derechos humanos. Nuestros países se llenan la boca hablando de este tema. Se autodenominan defensores a ultranza de cuanto rodee la cuestión. Y no está nada mal aquello, en la medida que se pueda ser consistente y demostrar que se está con los derechos de TODOS los humanos y no solo de algunos. Paradójicamente, muchos Jefes de Estado son especialistas a la hora de hacerse los distraídos cuando se trata del "paraíso" cubano, sus presos políticos, la inexistencia de la libertad de expresión, por solo nombrar algunos de las más evidentes omisiones de la isla.

En cuanta votación internacional se presenta, en cuanta declaración se deba firmar, nuestros países, con su zigzagueante escala de valores, se las ingenian para hamacarse entre el abstencionismo cómplice y el insultante rechazo a cuanta oposición al régimen se asome.

En temas vinculados con el proteccionismo, somos tan predecibles como inmorales. Nos quejamos del proteccionismo que ejercen otros países al evitar el libre tránsito de nuestras mercaderías, pero somos férreos defensores de todo tipo de barreras aduaneras para evitar que los otros hagan lo propio. Ni siquiera pedimos actitudes simétricas, solo nos paramos desde la retórica absurda de pedir que los otros hagan lo que nosotros no haríamos bajo ningún concepto.

Los temas bélicos, tampoco son la excepción. Cuando el que se arma, gastando fortunas de sus contribuyentes para organizar ejércitos y flotas es EEUU, es el imperio en su peor expresión. Cuando los que se suman a esa carrera armamentista son otros países como Rusia, Irán, Libia o Venezuela, no les parece tan desacertado, y no manifiestan preocupación alguna.

Los que deciden entrometerse en la política de otros países son criticados por atacar la soberanía de otras naciones. Cuando opinan de nuestra política interna, nos ofendemos, enviando agresivas misivas a través de la Cancillería. En ese caso, se trata siempre de naciones autoritarias que osan inmiscuirse en cuestiones que le son impropias. Cuando el que se entromete en la política interna de otro país es un aliado, un amigo, pues, en ese caso no es intromisión, sino solo un inocente e involuntario comentario inoportuno.

La más reciente anécdota de esta renovada muestra de hasta dónde podemos llegar, la hemos tenido hace pocos días cuando el compulsivo orador y líder venezolano sugirió claramente la posibilidad concreta de enviar sus fuerzas militares a Bolivia. El Ministro de Defensa Boliviano se ocupó personalmente de establecer los límites y recordarle a Chávez que solo puede decidir sobre Venezuela. El resto de los líderes latinos, solo balbucearon  insípidos discursos que mostraron una nueva faceta de la rastrera forma de razonar que abundan por estas latitudes.

No es difícil imaginar cuál hubiera sido la reacción, si el mandatario que hubiera sugerido esa idea no hubiera sido el petro-presidente. Se hubieran ocupado importantes tribunas para despotricar contra el atrevido y antidemocrático que hubiera incurrido en semejante actitud contraria a la república y a la soberanía de un país en crisis.

Los déspotas solo crecen bajo la sombra del silencio cómplice de las almas que alquilan con dinero. No solo se corrompen Estados desde el poder. Es mucho más grave. Millones de voluntades ceden ante el calor de la protección económica. A nuestros líderes no solo no les quedan principios, sino mucho menos dignidad, y la sociedad tiene bastante que ver en eso.

No aparecieron declaraciones rimbombantes ante semejante atropello, no solo de los presidentes que optaron por la timorata mesura de declaraciones prudentes, sino que los opositores de cada país, siguieron el mismo camino.

Es que el temor a quedarse sin financiamiento, energía, petróleo o gas, ha podido más que cualquier principio. No sea cosa, que los circunstanciales detentadores de semejantes bienes estratégicos, se enojen y nos perjudiquen cortándonos el suministro. Vaya manera de reflexionar y tomar posición.

Así razonan. Así estamos. Deberían saber que la dignidad no se negocia. Los presidentes, al menos, deberían saberlo. No son estadistas. Eso ya está claro. Pero preocupa mucho más que la sociedad aún no logre darse cuenta que si esa es la escala de valores que pretendemos transmitirles a nuestros hijos, estamos realmente en problemas, porque no solo no tendremos solución ahora, sino que estamos comprometiendo seriamente el futuro.

Arrodillarse ante el poder es el peor de los caminos. Se accede a algunos beneficios en el corto plazo, pero invariablemente se entrega en el recorrido el único capital que vale la pena. La dignidad.

Seguimos deambulando así, por este camino que no nos llevará a buen puerto. Somos prisioneros de nuestras propias ambigüedades. Despotricamos contra las ideologías, porque ellas nos obligan a una coherencia que no es conveniente, ni funcional a las mezquinas estrategias de corto plazo. Solo puede sostenerse este débil y patético andamiaje argumental de la mano del histórico y aun vigente "hipócrita discurso oportunista".


Autor: Alberto Medina Méndez (Firmas invitadas) –Corrientes (Argentina)
Publicado el 19 de septiembre de 2008

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