viernes, 21 de septiembre de 2018

Domingo, 1 de febrero de 2009: Por la Libertad en Cuba

Cielo cubano.

En la tarde del viernes, once de diciembre de mil novecientos ochenta y siete, me casé al día siguiente, mi hermana preparaba un modesto paquete: unas zapatillas de esparto, unos vaqueros baratos y ropa interior femenina, además de lápices de colores y un paquete de bolígrafos. Destinataria, su amiga, pongamos que Clara, camarera en un hotel de Varadero. El paquete debía entregárselo yo, el día 19 de diciembre, aprovechando el viaje de novios.


En aquella época yo andaba en tránsito desde el socialismo bobalicón y matacuras, hasta el liberalismo antipático. Mi hermana era roja, roja. “Esto, o es un regalo o ayuda humanitaria” le dije con una pizca de sorna. “Es lo que me sale de los ovarios”. “Pues en el Mundo Obrero se dice que hay un problema de obesidad en Cuba, lo mismo es mejor que le lleve unas pastillas desengrasantes o unos diuréticos”. Y ahí comenzó el rollo del bloqueo, que duró exactamente dos segundos, lo que tardé en decirle que no le convenía enemistarse con el mensajero.

El caso es que el día señalado, más o menos a las doce de la mañana, una par de horas antes de intoxicarnos de ciguatera, nosotros y ciento y pico parejas más, le entregué el paquete a pongamos que Clara. La conversación no dio para mucho, más que nada, porque cuando preguntamos por ella en el hotel, ya advertimos que se ponía en marcha la “máquina” de vigilancia de desafectos. Desafecto en la Isla era cualquiera que aceptara regalos de turistas venidos de los viciosos y derrochones países capitalistas. Aunque fuera la España de Felipe, el amigo de Fidel y bailongo en Tropicana.

Unos años después pregunté a mi hermana por pongamos que Clara. “Murió”. “¿Cuándo y de qué?” le pregunté, cuando me repuse de la noticia, “Sí era una criatura, cuando le di las alpargatas” acerté a balbucear. “No sé cómo murió, ni nadie de nuestra asociación me ha sabido decir de qué”.

Convengamos que de pena.

De modo que el domingo estaré en la Puerta del Sol, por ver de adivinar en el cielo, pongamos que a Clara. 

Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 29 de enero de 2009

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