Francisco Caamaño Domínguez jura el cargo como ministro de Justicia. |
Si ayer, al conocerse el cese de Bermejo —la dimisión para quien se la crea, si ZP lo negó es ahora cuando no hay duda alguna—, se me ocurrió anotar esta frase: “Será cuestión de ver ahora qué otro sectario lo sustituye, porque el sistema zapaterino no lo tiene nada fácil para regenerarse”. Hoy, tras saber quién ocupará la cartera de Justicia, no son muchas las esperanzas que uno tiene en cuanto al restablecimiento de la cordura entre las filas socialistas.
No es posible sacar de donde no hay, más que nada porque cuando el que manda pierde el sentido del Estado, si es que alguna vez lo ha tenido, los que obedecen saben de sobras que deben contentarle todos sus caprichos o, como en el caso de Rosa Díez, pasar a la “clandestinidad” hasta cambiar de partido. Y para hacer algo así, es decir, enfrentarse a toda una familia sectaria —qué mayor prueba que los “¡torero, torero!” dirigidos a Bermejo desde el hemiciclo—, se ha de tener mucho pundonor o, sencillamente, renunciar a la política como hizo Redondo Terreros, otro socialista honorable.
Caamaño es de otra especie, además de un masonazo de mucho cuidado -"afición" que comparte con el propio ZP-, es más acomodaticio y más dispuesto a lamerle la mano a un amo. Juraría que es de esos individuos que al final de cada frase suelen añadir: Lo que tú mandes, Presidente. ¿Por qué deduzco algo así? Juzguen ustedes mismos: Un señor que es catedrático de derecho constitucional, al que Zapatero embarcó de lleno en las negociaciones del estatuto de Cataluña, y que fue incapaz de decirle a su patrón: Presidente, estamos aprobando algo fuera de normas, no merece más que la catalogación de pechero, que son esas personas que se ofrecen a asumir voluntariamente la responsabilidad de una acción que se sabe cuanto menos irregular y a menudo ilegítima.
Como catedrático supuestamente entendido en el asunto, Caamaño debió advertir a su amo o dimitir para no verse enlodado. No hizo ni lo uno ni lo otro, al contrario, se tragó el enorme sapo —el Constitucional acabará acreditandolo en una buena medida, no se entiende de otro modo tan larga y temerosa espera—, sugirió que se aceptase lo de Cataluña como nación, lo que a los nazis les valió como medio estatuto, y hoy vemos cómo le adjudican su “merecida” recompensa.
Caamaño es, todo apunta a ello, un hombre presto a ejecutar ese “como sea” presidencial que lleva implícito el atropello. Y si tenemos en cuenta la vehemencia de ZP para controlar todo el poder, especialmente el judicial, el nuevo ministro es el hombre que muy probablemente intente complacerle. Y además tal vez lo haga a la chita callando, sin fanfarrias, no como el bravucón que le ha precedido. Luego Caamaño supone más de lo mismo, pero con sordina. El universo zapaterino es incapaz de regenerarse, lo dije ayer y lo mantengo hoy.
Autor: Policronio
Publicado el 24 de febrero de 2009
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