Zapatero y De la Vega. |
La Excma. Sra. Vicepresidenta del Gobierno -nuestra particular Imelda Marcos, aquella esposa de tirano filipino que lucía armario con aire acondicionado y más de tres mil pares de zapatos dentro- ha pasado de regañar en público al Tribunal Constitucional, en la persona de su Presidenta, a ignorarlo olímpicamente, en aptitud acorde con el mes de agosto que nos espera.
Y así, hablando, por no decir regañando, en el programa “la mirada crítica” de Telecinco, de los planes del gobierno para disfrazar el asesinato de no nacidos, mediante el expediente del aborto, se ha permitido afirmar, al respecto de si el PP consensuará o no consensuará, que “La última palabra la tiene el parlamento". Dicho así, queda como muy hiper-super-mega-guay, democrático, participativo, deliberativo y catorceavo.
Lo que ocurre es que en nuestro Estado de Derecho las cosas circulan de otra manera, la doña debe saberlo, y la última palabra, previos los trámites oportunos, la tiene el Tribunal Constitucional, esté o no esté politizado, que esa es otra cuestión.
Por si acaso se le ha olvidado a la regañona, en la cuestión del aborto se ventila el derecho a la vida, consagrado por la constitución en su artículo 15, y que por estar encuadrado en la Sección 1ª del Capítulo II del Título I de la Constitución de 1978, goza de la máxima protección constitucional, según lo previsto en el artículo 53 y concordantes del mismo texto. Sin que haga falta recordarle que, de conformidad con lo previsto en el artículo 162, 1, a), bastan 50 diputados o 50 senadores no adeptos, por no decir adictos, a la causa, para interponer el recurso de inconstitucionalidad, con la consecuencias, en caso de estimación, previstas en el artículo 164, 1 del citado texto.
De modo, Excma. Sra. Vicepresidenta, que vale que no acepte Vd. otra norma que no sea la positiva y que hablarle del derecho natural como norte, guía y límite del derecho positivo le suene a cuento chino, pero que ignore Vd. la Constitución, de donde deriva el sueldazo que le permite tener el armario que tiene, no tiene nombre.
Otra cosa es que el marianismo, convencido de que lo más importante es el precio de los garbanzos, no se atreva ni a plantear el oportuno recurso en defensa del derecho a la vida. Claro, que siempre nos quedará la esperanza del Defensor del Pueblo, si no lo bota antes el nuevo nacionalsocialismo, en su camino de transformación de las conciencias y en el siempre de transformación del tamaño de su billetera. Suele ir unido, por cierto.
Carlos J. Muñoz
Publicado el 8 de julio de 2008
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