Siempre hay un momento para la relajación, a poder ser meditando y sin recurrir a la melancolía. |
"...Y así, en plan socialista, nominalista y zapateril, lo que antes se conocía por la casita de pin y pon, ahora se conocerá por la casita de Solbes y Sebastián. Espero que no acabe en el trastero".
Dándose la circunstancia de que mis hijas inauguraron la tercera generación viva de mi familia política, no pasó Navidad, cumpleaños y otras fechas señaladas, sin que aquellas recibieran todos los regalos que hiciera falta de sus queridos tíos. Gracias a Dios, que con el tiempo aumentó la prole, con las consecuencias de todos esperadas: pues eso, que cuantas más están a menos toca. Y digo cuantas, porque mi querida esposa sólo tiene sobrinas.
Como podrán imaginarse, mis hijas recibían todos esos regalos con el alborozo propio de la edad. Y de cuantos más cacharricos constara el juguete, más alegría para las hijas y menos para mis sufridos riñones. Si alguna vez han contemplado lo que puede hacer una criatura de cinco años, con la ayuda inestimable, aunque circunstancial, de otra de dos, con las cinco o seis mil piezas de la casita de pin y pon, a buen seguro me entenderán.
El caso es que revolviendo por el trastero en busca de unas raquetas de tenis de mesa, que me ayuden a recuperar la forma física, un poco maltrecha después de un año endiablado, me he dado de bruces con la casita de pin y pon. Ya, gracias a Dios, libre de la amenaza de un buen lumbago adornado de una jodida ciática, no he tenido por menos que sonreír ante la vista de lo que antaño fue motivo de más de una pesadilla.
Pero como el hombre tiene por costumbre tropezar dos veces en la misma piedra, con gran disgusto de mi mujer, que también sufrió lo suyo buscando piececitas por todos los rincones de la casa, he decidido recuperar el pin y pon, pero dándole un toque acorde con los nuevos tiempos.
Y así, en plan socialista, nominalista y zapateril, lo que antes se conocía por la casita de pin y pon, ahora se conocerá por la casita de Solbes y Sebastián. Espero que no acabe en el trastero.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 18 de julio de 2008
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