domingo, 5 de agosto de 2018

Tras sus mentiras declaradas, es imposible que alguien decente vote a Zapatero

Cartel electoral del PSOE.

Sólo alguien de la calaña de Zapatero puede mentir de ese modo como lo ha hecho, y además alardeando de ello, y quedarse tan fresco. Ahora resulta que a este farsante no le importó mentirle a todo el país, y en reiteradas ocasiones, porque una o dos instancias internacionales —que ni siquiera fueron gobiernos— le pidieron que no le diera el portazo a la banda de criminales ETA. Y él, claro, afiliándose a la cofradía del “Clavo ardiendo”, decidió que su palabra no valía una mierda y que los españoles nos merecíamos un presidente de Gobierno que mintiese a todas horas. Náusea me da al pensar cómo un tipo así es capaz de mirarse al espejo por las mañanas y a la hora de afeitarse no descerrajarse la yugular con varios tiros de la “Philipshave”.


Pero la náusea es aún mayor al comprobar el atronador silencio de la izquierda sarmentosa, representada especialmente por los “artistas e intelectuales” y por los comunistas irredentos, que toleran a pie firme, impasible el ademán, un hecho de semejante bajeza política. No ha sido sólo una vez, sino hasta en 20 ocasiones, cuando el gobierno socialista ha intentado darnos gato por liebre en el asunto que más ha venido preocupando a la sociedad española en las últimas tres décadas, el terrorismo. Y es que no es posible considerar al PSOE, ni a sus grupúsculos de la izquierda satélite, como un partido que disponga de un mínimo de ética. Ni la ha tenido nunca, en sus más de 100 años de barrabasadas y crímenes, ni ahora es capaz de entender el significado de ese vocablo. Por lo que se deduce que sólo hay dos clases de socialistas: los maleantes políticos y los que se marchan del partido. 

Esta monstruosa y reiterada mentira de ahora me hace recordar uno de nuestros episodios históricos más infames: La revolución socialista del año 1934 contra el centro-derecha en el  gobierno de la República, que llevó aparejado un sangriento intento de golpe de Estado. El gobierno legítimo de entonces, presidido por el centrista Alejandro Lerroux, como es lógico hizo frente a esa revuelta revolucionaria que, dinamita en mano, pretendía imponer la dictadura del proletariado. El Ejército intervino a las órdenes del gobierno constitucional y la intentona socialista (y de ERC en Cataluña) le costó a nuestra patria del orden de 1.400 muertos y numerosos heridos, además de incontables estragos y saqueos, entre los que habría que destacar el atraco a los bancos asturianos cuyo botín sirvió para financiar al PSOE las elecciones del 36. Los cabecillas fueron detenidos y procesados, comenzando por Largo Caballero y Companys. El hecho sucedió en el mes de octubre.

El siguiente año y medio, hasta el 16 de febrero de 1936, hubo una enorme campaña en toda la nación —también en el extranjero— para convertir en víctimas a los indefensos revolucionarios —recordemos que actuaron armados hasta los dientes por Indalecio Prieto, entre otros, y que la dinamita en Asturias se utilizó a toneladas— y en torturadores y represores al Gobierno legítimo y al Ejército a su mando. Durante esos meses se publicaron varios informes, el más célebre de ellos corrió a cargo del socialista Fernando de los Ríos, que aseguraban mediante numerosos testimonios (casualmente anónimos) las numerosas tropelías del gobierno Lerroux hacia los sublevados: Encarcelamientos masivos, torturas sistemáticas, violaciones de las mujeres, incendios de sus viviendas… y un largo etcétera de crímenes de Estado. Con cada uno de los informes se hacía amplia referencia a los mismos en la prensa adicta y concluían invariablemente con una petición de amnistía general para los revolucionarios, a los que se declaraba mártires del pueblo.

Y hasta tal punto fue así, que en la campaña electoral de febrero de 1936, aparte de la amnistía general, una de las promesas más destacadas de la izquierda aludía a la creación de una Comisión Parlamentaria que investigase la represión de los sucesos de octubre del 34. Llegó al gobierno el Frente Popular, eso sí, asaltando el poder y practicando un doble pucherazo -primero en las urnas y luego en la Comisión de actas-, y se creó la citada comisión, que por cierto fue presidida por la comunista Pasionaria. Al asunto se le fue dando largas durante meses y meses y al final no llegó a emitirse informe alguno. No fueron capaces de demostrar, con datos concretos y cifras, que hubiese habido irregularidades del Gobierno ni del Ejército a la hora de sofocar la revuelta. Lo que demostró que todos los informes anteriores, de tan buen resultado propagandístico para la izquierda, estaban basados en falsedades y calumnias. Es más, el asunto tuvo un colofón trágico, el general Eduardo López Ochoa, que mandó sobre el terreno las tropas que se enfrentaron a los revolucionarios, fue encarcelado en marzo de 1936, declarado “verdugo de Asturias”, y directamente asesinado en Madrid el 21 de julio de 1936.

Este es el tipo de socialismo que representan Zapatero y su gobierno: un socialismo farsante, propagandista y agitador “asaltasedes”, manirroto, arbitrario, sin escrúpulos, dispuesto a todo, simpatizante con los liberticidas y ansioso hasta la desesperación por eliminar todo resquicio opositor. Al confesar sus propias falsedades en un hecho de tal gravedad como es el terrorismo etarra, Zapatero nos retrotrae a la época más inmoral de la historia de su partido, en la que es bien difícil escoger una etapa que no sea indecente. 

Autor: Policronio
Publicado el 15 de enero de 2008

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