El PSOE ha ganado, eso está claro. Ahora bien, ni felicito a ese partido, porque sus votantes no saben dónde se han metido (al menos los no beneficiados directamente con las habituales canonjías que la izquierda destina a sus siervos), visto que la economía cae en picado y la crisis deberá gestionarla el mismo gobierno de incapaces que la ha creado; ni mucho menos felicito a unos dirigentes a los que les resulta imposible ganar con limpieza cualquier disputa electoral, es decir, sin que de por medio haya sangre de la que aprovecharse a toda pantalla, situándonos las imágenes de dolor y victimismo, en hora punta, en las más diversas cadenas televisivas.
El PP ha perdido, eso aún está más claro todavía. Pero ha sido una derrota de la que no sale hundido al modo de Izquierda Unida, sino reforzado: más diputados, más votos, mayor porcentaje que en las anteriores elecciones. Si los dirigentes del PP supieran aprender de sus errores, en lugar de dedicarse a lloriquear durante tres años y medio y sólo espabilarse a medias en los últimos seis meses —limitándose entretanto a la tribuna del Parlamento y a mantenerse en los mismos despachos enmoquetados—, lo suyo sería que el partido reestructurara con celeridad la estrategia, con más de un cambio en la plana mayor, y apostase por reforzar esas zonas donde el socialismo es hegemónico. Hablo sobre todo de Cataluña, región donde necesita restarle una docena de diputados al PSC si es que el PP quiere volver al gobierno de España.
Y ya que cito a España, aseguraría que ese concepto, tanto si es entendido al modo socialista —ojo, no al zapaterino, más bien al de Rosa Díez—, como si lo es al modo popular, ha sido verdaderamente quien ha ganado las elecciones y ha dejado todas las opciones abiertas para un futuro no muy distante. Juraría que los millones de euros gastados por Zapatero en la atosigante consigna subliminal “Gobierno de España”, además de favorecerle notablemente a él, que le ha restado un alto porcentaje de su bien ganada fama de felón a la patria, ha motivado que unos cuantos separatistas hayan variado el voto, especialmente los de ERC —de cuya debacle cabe felicitarse con regocijo—, así como de otras formaciones de similar pedigrí antidemocrático y antiespañol, que casi se han ido a tomar viento. Sí, es cierto que ZP les ha ofrecido la casa común de la radicalidad, pero no es lo mismo.
Será cuestión de ir viendo qué hace en realidad Zapatero, tras declarar en la noche electoral que volverá al consenso en los temas de Estado. Lo cual no sería nada negativo si no fuese porque este hombre hace promesas a las que nadie le obliga, única y exclusivamente de cara a la galería, con el insano propósito de no cumplirlas. Luego la única moraleja posible de todo el proceso viene definida por una pregunta: ¿Qué hacer en Cataluña? Quizá la respuesta esté en manos de Vidal-Quadras y en trabajar duro durante cuatro años en esa comunidad, comenzando a la tercera señal.
Autor: Policronio
Publicado el 10 de marzo de 2008
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