miércoles, 22 de agosto de 2018

Regímenes inmovilistas (II)


Cuando casi han transcurrido treinta y tres años del fallecimiento del general Franco, y mientras su sucesor, “a título de rey”, se mantiene aparentemente a gusto en el “verlas venir”, hay un nuevo político que no ha precisado de varias décadas para adentrarse de lleno en la holganza y ya desde el primer día nos está llevando al viejo y enmohecido escenario de la mesa abarrotada de papeles con dos montones bien grandes. Solo que en este caso los expedientes paralizados poseen tal trascendencia, debido al serio peligro que supone esa parálisis para la integridad de la Nación, que incluso el tiempo es incapaz de solucionar lo que la propia dejadez del nuevo régimen social-inmovilista ha ido creando. Bien al contrario, la situación se pudre más cada día que pasa.


Me estoy refiriendo a un político, paradójicamente descrito como “un hombre muy honesto y recto”, cuya trayectoria ha consistido, esencialmente, en no reconocer esas crisis, en no hacer nada para solucionarlas o en atribuírselas a su antecesor en el cargo. Y hasta tal punto ha sido así, para vergüenza ajena, que estos días he llegado a ver en alguna cadena de televisión cómo se responsabilizaba a Aznar de la huelga salvaje del transporte, afirmándose que la causa del encarecimiento del petróleo era nuestra participación en la guerra de Irak. A lo que cabría cuestionarse, ¿y por qué no le echamos la culpa a González por haber participado en la etapa anterior de esa misma guerra?

Si en el anterior régimen al hecho de no hacer nada con vistas a las siguientes décadas se denominó la etapa del “atado y bien atado”, hay quien define la situación actual mediante una única y rotunda palabra que es usada a todas horas: Diálogo. La etapa del diálogo. ¡Pásmense! El diálogo es para los zapaterinos una especie de frase conjuro que todo lo cura, absolutamente todo. Si permanecen activos el terrorismo y la extorsión de los asesinos etarras: ¡Diálogo! Si se encastillan los nacionalistas catalanes o vascos y exigen un nuevo estatuto que rompe la igualdad entre los españoles: ¡Diálogo! Si, como consecuencia de haber dilapidado a capricho la herencia financiera de los populares, nos adentramos en una crisis económica galopante: ¡Diálogo! Si se produce una huelga salvaje del transporte: ¡Diálogo! En este último caso seguido, cómo no, de palo y tentetieso.

Y así en cada una de las cuestiones espinosas a las que los del nuevo régimen inmovilista, el de ZP, aplican siempre las mismas no soluciones como si de un proceso sistemático se tratase. Repitamos: primero usan la inacción, tras haber negado el problema, luego tratan de dilatar la solución apropiada a base de diálogo, siempre de sordos, y finalmente pasan al capítulo de concesiones escandalosas con el dinero de todos. Lo hacen así sin importarles en absoluto el coste que supongan esas concesiones, las injusticias que lleven aparejadas para la mayoría de la población o las fracturas que le produzcan a las instituciones de nuestra patria. El ejemplo más claro puede verse en los nuevos estatutos autonómicos, alguno de los cuales ha quedado sobrepasado con creces en las pretensiones de sus promotores. El convergente Mas no deja de hablar de “derecho a decidir”, que es la frase camelo con la que ahora se denomina a la independencia. El peneuvista Ibarretxe, a su vez, propone directamente el referéndum de ruptura con la Nación española. 

Nos hallamos, pues, ante la edición de un régimen propenso al “dolce far niente”, a la rutina más descarada y a la bajada de pantalones. Un régimen dispuesto a perpetuarse al tradicional método despótico: la ocupación de las esferas del poder —ejecutivo, legislativo, judicial—, que es toda una irregularidad democrática a la que debe añadirse el uso de la propaganda emitida por ciertos medios informativos que permanecen cautivos y desarmados —o lo que es peor, subvencionados—, la desidia de unos sindicatos cómplices y paniaguados, el reparto a manos llenas de canonjías para contentar a los propios en el denominado terreno de la “cultura”. Y que no falte la dejadez sistemática como norma de gobierno en el resto de los asuntos. ¿Se puede ser más inmovilista en relación a los legítimos intereses del conjunto de los españoles? 

Autor: Policronio
Publicado el 17 de junio de 2008

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