Mariano Rajoy y Elvira, su esposa. |
Este lunes, en plena resaca electoral, me fijé que el calendario marcaba el 10 de marzo. Sé que el dato puede parecer una obviedad, pero no lo es si nos paramos a meditar sobre la cada vez menor capacidad para recordar que se percibe en nuestra sociedad. Otro diez de marzo, hace un año, una muchedumbre de españoles nos manifestábamos en Madrid con millares de banderas españolas, convocados por el Partido Popular. De aquella tarde en un lugar tan lejano de mi tierra, después de muchas horas en autobús en compañía de mi familia, tengo especialmente grabada en la memoria la voz de un paisano mío atravesando los cielos de Madrid con cuatro palabras que me llenaron de emoción: "Viva España. Viva la Libertad".
Ese paisano mío nunca ha sido santo de mi devoción. Cuando le eligieron pensé que había otros mucho más capaces que él. Le he criticado con aspereza cuando lo he creído oportuno. Con el tiempo mi opinión sobre él ha ido cambiando poco a poco. Este domingo, cuando deposité mi voto en una urna, lo hice con el pensamiento de que estaba dando mi confianza a ese hombre, porque finalmente se la había ganado, aunque en su personalidad y en su forma de pensar siguiera observando aristas dignas de limar.
Ese paisano mío se llama Mariano Rajoy, y está siendo objeto estos días de un linchamiento político, social y mediático que no tiene precedentes en la reciente historia de España, a menos que volvamos la vista a su antecesor, José María Aznar. Ni siquiera el que era Presidente del Gobierno cuando los años de la corrupción y de los GAL fue tan maltratado y de forma casi unánime por tantos medios, tanto de derechas como de izquierdas. Es más, en la actualidad aún se permite el lujo de dar mítines y de insultar precisamente a ese paisano mío.
En fin, vivo en una tierra donde pedir libertad para hablar y estudiar en el idioma que te dé la gana implica linchamientos iguales o peores que ése. Estas cosas ya no deberían afectarme, quizás debería tener el corazón inmunizado y acostumbrarme a mirar hacia otro lado, como hacen otros... pero no soy capaz. No me afecta, por ejemplo, que en el linchamiento participen progres cuya idea de la argumentación se reduce a un cada vez más limitado repertorio de insultos.
En el fondo, ser infamado por necios no deja de ser un honor para el agraviado (más deshonroso sería gozar de los piropos de tales energúmenos). También me resbala que participe en la orgía de descalificaciones algún que otro cafre sin proclamación cuyo odio tan obsesivo hacia el cristianismo ya le hace ver beatos y sotanas en cada esquina (en el fondo hasta me hace reír este "complejo Puente Ojea" que padecen algunos). Por supuesto, tampoco me afecta que al linchamiento se una toda la pléyade de aduladores varios que tanto abundan en España, cuyo lema debería ser "ora te votamos, ora te apuñalamos". Lo que sí me duele, y me duele por ese sentimiento -quijotesco, tal vez- que me provoca compasión por quien está siendo públicamente machacado de forma injusta, es que en ese empeño participen quienes yo estimo como personas de honor.
Por supuesto, vivimos en una sociedad libre y hay opiniones como colores, en amplia variedad y para todos los gustos. No soy de esos relativistas que consideran que todas son legítimas por igual, pero pienso que allá cada cual con las suyas, me gusten o no. Ni siquiera considero digno de queja que alguien cambie de opinión -yo lo he hecho muchas veces, seguramente es uno de los pocos ejercicios sanos que practico-, sobre todo si lo hace para mejor y de forma razonada.
En todo caso, lo que sí agradezco, en aras del prestigio y de la credibilidad, es que aquellas personas por las que siento una cierta admiración la honren con buenas dosis de -disculpad el toque gallego- sentidiño. A menudo las formas exageradas tienden a empañar cualquier razonamiento de fondo, por bueno que sea, impidiendo así un intercambio de ideas que podría haber sido agradable y tranquilo. Este error lo cometemos todos alguna vez, y seguramente yo no soy el más indicado para disertar sobre el tema, pero lo hago esta vez porque no me parece justo ni razonable que quien ayer era antídoto se convierta en enfermedad en el corto plazo de unos días.
Entendería ese duro reproche si la persona que es objeto de él hubiera hecho algo lo bastante grave o malo como para merecérselo, pero creo que no es el caso. Mariano Rajoy ha hecho algo que esperábamos muchas personas de derechas, y es conectar con el electorado más o menos afín al PP. Se le podrá criticar a Mariano que no recoja los planteamientos de UPyD -que de momento dan para un escaño, aunque alguno presuma de ello como si se tratase de una victoria en las urnas-, las ideas libertarianas o incluso los postulados de Ron Paul, cuyos admiradores en España son más bien escasos. El caso es que, con la sola excepción de Aznar en el año 2000, ningún líder de la derecha democrática ha recabado tantos apoyos entre los españoles como los que ha recibido Mariano Rajoy este domingo, y ninguno había conseguido reunir en la calle a tal masa de gente al son de palabras tan hermosas como España y la Libertad, como ocurrió en esa manifestación hace un año.
Sin embargo, y a pesar del ascenso del PP, la deriva izquierdista y nacionalista de un PSOE cada vez más radicalizado ha ganado en las urnas. Muchos españoles, incapaces de resolver nada sin proyectar sus miserias sobre un cabeza de turco, ya han encontrado al culpable: Mariano Rajoy. No han sido culpables, sin embargo, quienes se entretenían en debates sobre el sexo de los ángeles en vez de atender a cuestiones que realmente importan a la gente cuando tocaba hablar de ello. Tampoco son culpables quienes dedicaban más tiempo a hacer de sumos inquisidores del afín por ser católico, liberal o conservador en vez de dirigir sus miras dialécticas contra el PSOE en el poder, y así tantos otros que me dejo en el tintero. Llegados a este punto de la historia, el que tiene la culpa es Rajoy, claro... y esto se sentencia, para más escarnio de la razón, en nombre de la "autocrítica". En fin, así es de triste nuestra sociedad. Por mi parte, al menos me queda la tranquilidad de poder decir lo que he puesto por título de esta entrada: que yo me niego a participar en este linchamiento.
Publicado el 12 de marzo de 2008
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