No hace mucho, con motivo de la Feria del Libro de Frankfurt, se recrudeció una polémica que, con más sordina, se extendió a otra celebrada en La Habana. La invitada en la primera, la literatura catalana; en la segunda se dice que se homenajeó a sí misma la gallega pagando el convite la Junta de Galicia que allá se llevó su elenco de escritores emulando lo que la Generalidad hizo con los suyos.
¿Es literatura catalana sólo la que se escribe en catalán, gallega en gallego y vasca en vasco? He aquí una cuestión sencilla que se complica. Nos daremos una vuelta por cuestiones elementales que no está de más recordar.
Las lenguas fueron siempre sistemas de comunicación e incluso, pareciendo raro a algunos, su existencia y persistencia han sido ajenas a razones de voluntarismo político. Si se me permite el exabrupto: los pueblos de la antigüedad no tenían ministerios ni secretarías de política lingüística. Hasta donde yo sé, los filólogos no han solido encontrar rastros de coerción para explicar la prevalencia o dominio de unos idiomas sobre otros. El caso del latín, llegado con sus legiones ciertamente, es (se puede decir) un idioma ricamente flexivo y modulado, pero además cauce de una cultura, en su tiempo aplastantemente superior a las de su entorno, y latín, derecho y tantas otras cosas se superpusieron sobre los pueblos de sus dominios. Fraguaron después las gentes del Lacio centurias de convivencia con las sociedades sometidas, en proceso simbiótico, hasta la supervivencia de los valores que por su fecundidad la Historia nos ha hecho llegar. El Séneca hispanorromano es arquetipo de un pueblo incorporado a modelos lingüísticos foráneos que hace suyos. Los pueblos godos (para aquellos que creen que las lenguas se imponen a cuchillo clavado) muchos años después, no viniendo con ramos de flores, apenas nos dejaron huella idiomática.
Sabido es que la superposición de una capa civilizadora sobre otra no representa la total aniquilación de la anterior que a modo de substrato marca, en parte, la evolución. Por lo tanto una lengua nunca es creación absoluta de un pueblo. Tras siglos de fermentación ya no se habló latín, pero tampoco, a excepción del vasco que obvió la presencia romana, las lenguas preexistentes. La corrupción del bajo latín sobre el que elementos originarios actuarían a modo de levadura dio paso al desarrollo de las hablas romances. A semejanza de este proceso, existió, desde la aurora de la palabra, el comportamiento -también en las lenguas- del mecanismo de selección natural. En resumen que, como los individuos, nacen se desarrollan y mueren.
Con Herder y el movimiento Sturm und Drung surge el volksgeist (espíritu nacional) del que emana la lengua y se efectúa una identificación: pueblo=lengua=literatura. Para el pensamiento racionalista, para la Ilustración, la palabra tenía origen divino. En la Biblia, que fue conocida en griego, el verbo que es metonimia de Dios, no se encarna en ningún lenguaje en particular y ni siquiera el arameo, que disfrutó de la palabra de Cristo, obtuvo favor de elegido. Los prerrománticos remarcan en el lenguaje la expresión de un pueblo, los románticos lo alejan de su dimensión comunicativa y le incrementan el valor simbólico. A mi modo de ver, la lengua declina de su función instrumental que pasa a ser adjetiva y se sustancia su papel representativo de personificación del pueblo. Comunión versus comunicación. Es retornar al origen antrópico de la palabra, al mito babélico.
Retomemos la pregunta, ¿solamente es literatura gallega la escrita en gallego? Darío Villanueva, recientemente elegido académico de la RAE, gallego, buen conocedor de las letras de ambas vertientes, contestaba afirmativamente. Así, Rosalía pertenecería al acervo de la literatura gallega en Follas novas y del castellano con su En las orillas del Sar. Nuevamente la igualdad romántica pueblo=lengua=literatura. Los escritores de un pueblo lo serán en tanto sean de su lengua. Los escritores gallegos en castellano lo son por préstamo idiomático. Hay un burdo silogismo que vulgarmente se utiliza en estos casos: gallego es a Galicia, como castellano es a Castilla que se enrosca en la confusión lengua=territorio.
Es un fraude intelectual y político que está siendo admitido por personas e instituciones embaucadas por poderosos movimientos “pro-lenguas propias”. Sabido es que los primeros vestigios del castellano escrito son las anotaciones de clérigos copistas de los monasterios de San Millán y Silos (muy al norte y bastante al este) paralelamente al desenvolvimiento de los idiomas romances en los reinos cristianos y los dialectos mozárabes en zona musulmana. En lo que afecta al castellano se podría decir que antes de 1492, abarcaría un territorio más amplio históricamente que el del reino de Castilla y, aún en ese mismo año (se lee en Entwistle) Nebrija censura ciertos particularismos andaluces lo que puede dar idea de la parcelación dialectal que podría haber, precisamente antes de la primera Gramática castellana del humanista sevillano. No parece por tanto que fuesen los imprecisos límites del mapa del castellano los que replicasen los del reino y un anacronismo que exigiese ese territorio dialectal un poder que le diese cobertura. Si esta identificación, territorio=lengua era poco verosímil, incluso en 1492, compleja e imposible se hace a partir de los descubrimientos y colonización. El “mundo” se ensancha y los vastos territorios americanos, africanos y australes absorben las lenguas europeas que sustituyen la numerosa nómina de lenguas indígenas. El australiano no es, en consecuencia, la lengua de Australia y el castellano, en cambio lo es de casi toda la América, no sin razón llamada hispana y no castellana. La historia tiene estos caprichos; la biología de las lenguas sufrió una era revolucionaria, un tempo de acentuada renovación.
Desechada la falsa equivalencia lengua=territorio, la cultura de los pueblos a la hora de ser analizada se suele basar en su geografía política y la literatura como elemento esencial se estudia respetando la individualidad política del territorio. Hablamos de la literatura francesa refiriéndonos a la producida por los naturales o naturalizados escritores de Francia. Aún habiendo casos dudosos, por mucho que Leopold Senghor haya llegado a académico lo propio es que esta figura corresponda a la literatura senegalesa. Por vecindad y tanto en común que tienen los británicos (aunque algunos irlandeses no se sientan tales) podría estudiarse en un cuerpo común la literatura inglesa incluyendo a Joyce, Yeats, Wilde, Swift o Becket que escribieron en inglés, pero excluirlos de las letras irlandesas sería incomprensible. Incomprensible también, ignorar en la literatura española las letras en los idiomas distintos al castellano, pero lo mismo se podría decir de las regionales que desdeñasen la producción de sus escritores en español. Nos parece, en consecuencia, ininteligible el hecho con el que abríamos este trabajo, que los escritores catalanes que escriben en español fuesen ignorados en Frankfurt y silenciados los gallegos, en el mismo caso, en La Habana, mercado este último que por afinidad idiomática les hubiera propiciado mayor audiencia. Se imponen las motivaciones políticas a las de género y traducen prejuicios lingüísticos de indisimulado sesgo sectario.
Un colofón a este comentario, a riesgo de soliviantar al pensamiento políticamente correcto, sería el lamentar la extensión de un lugar común sancionado además con el mayor rango jurídico. Y es la consideración de riqueza que se otorga a la pluralidad idiomática de España. Ni se trata de minusvalorarla ni de negarla, sí subordinarla a una riqueza mayor que tenemos en el país que no es otra que la de disponer de un idioma común a todos los ciudadanos. Repito, no es restar importancia a las lenguas catalana, gallega, vasca y, si me apuran, asturiana (y cuantas parecen surgir de remotos pasados), cuyo patrimonio cultural de notable valor, nadie duda; pero en ventaja sobre países bilingües como Bélgica o Canadá, o plurilingües como Suiza, España dispone de un instrumento válido y conocido por todos, un patrimonio superior, a mi juicio, a aquella diversidad. Y, aún por encima, esta comunidad idiomática se hace extensiva a millones de personas en el mundo y a decenas de países. Ambas riquezas no parecen ser percibidas por los poderes políticos con igual aceptación. Unos ejercen sobre los derechos ciudadanos en los territorios bilingües un inaceptable chantaje a favor de la imposición de los códigos minoritarios, mientras otros se instalan en la pasividad ante la coacción. El fanatismo y las pasiones han llegado incluso a la calle y sigue sin vislumbrarse un apaciguamiento en el futuro.
Autor : Castor Beiro (Firmas invitadas)
Publicado el 23 de agosto de 2008
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