Mayo 1931, se incendia el templo jesuita de la calle Flor en Madrid, no fue más que uno de los cientos de iglesias y conventos asaltados e incendiados por toda España. |
El 14 de abril de 1931 nacía la República del crimen (sí, del crimen), a la que quiere regresar nuestro Presidente del Gobierno. Veintisiete días después, el 11 de mayo de 1931, moría cualquier atisbo de esperanza de que dicho régimen se constituyera a modo medianamente democrático, moderno y liberal. Infinidad de edificios religiosos ardían pasto de las llamas que habían preparado los revolucionarios a lo largo y ancho de toda la geografía nacional.
Los hechos pueden resumirse de la siguiente manera:
Valencia.- Republicanos de partidos de izquierda asaltan o incendian el convento de los Dominicos, Adoratrices, colegio de las Teresianas, colegio de los Capuchinos, Colegio de Vocaciones, residencia de los Carmelitas, Salesianos, Salesianas, Convento de San Julián, Carmelitas de San José, Convento de las Agustinas, Centro Escolar y Mercantil, Residencia de Jesuitas, colegio de Santo Tomás, residencia y seminario de los Jesuitas y otros más. En todos esos edificios se produjeron robos, destrucciones e incendios. Los revolucionarios asaltaron el Palacio Arzobispal con destrucción de despachos y robo de 11.500 pesetas en papel del Estado.
Madrid.- En Madrid algunos ministros republicanos (especialmente Maura y Prieto) intentan evitar los incendios, a lo que se opuso Azaña al considerarlo un acto de "justicia inmanente", ante lo que Maura temporalmente dimitió. Comenzaron con el incendio del convento de Jesuitas en la calle de la Flor (los sacerdotes hubieron de huir por los tejados ante las amenazas de muerte, insultos y golpes) y siguieron con el centro de enseñanza de Artes y Oficios de la calle de Areneros (dedicada a enseñar oficios a jóvenes humildes), el Colegio de los Padres de la Doctrina Cristiana de Cuatro Caminos (escuela para niños de obreros), escuelas de salesianos y otros conventos y templos. En el asalto a la casa profesa de los Jesuitas de la calle de la Flor, se perdió en las llamas su biblioteca, que era considerada la segunda de España tras la Biblioteca Nacional, y que contaba con 80.000 volúmenes que incluían ediciones príncipe de Lope de Vega, Quevedo o Calderón. Ardió a las 13.00 la iglesia de Santa Teresa (plaza de España), y a la media hora el Instituto Católico de Artes e Industrias (ICAI) de la calle de Alberto Aguilera, perdiéndose su biblioteca (20.000 volúmenes con obras únicas) así como toda la obra de toda la vida del paleógrafo García Villada con sus fichas y fotografías de todos los archivos del mundo. Ardieron para siempre en dichas iglesias obras de Zurbarán, Van Dyck, Coello, etc.
A las 15.00 continúa en el colegio de las Maravillas (totalmente destruido con su material científico y museo de mineralogía), continuaron con el vecino convento de las Mercedarias de San Fernando (donde se desenterró el cadáver momificado de una religiosa fallecida en 1864, a la que pasearon en forma de parodia, desenterrando y lanzando al fuego los otras cuatro momias y un cadáver enterrado hacía 15 días). Siguieron con el próximo Colegio de las Salesianas, que ardió completamente así como el colegio de Religiosas del Sagrado Corazón, de Chamartín de la Rosa.
Vallecas (Madrid).- Asalto e incendio del convento de las Bernardas.
Málaga.- Asalto al convento de las religiosas del Servicio Doméstico y la residencia de la Compañía de Jesús. El día 11 el Palacio Arzobispal. A las 03.00 de la madrugada ardía el colegio de los Agustinos, el colegio de los Maristas, a las 04.00 quemaron el diario La unión mercantil, después los republicanos izquierdistas incendiaron el convento de Santo Domingo. También cayó la iglesia de los Capuchinos, la parroquia de San Pablo (barrio de la Trinidad), con criptas profanadas y pasearon por el barrio la cabeza del antiguo párroco clavada en la punta de un palo. Luego continuó la orgía incendiaria con los asilos y hospitales religiosos, el colegio de la Asunción, la Sagrada Familia, las Adoratrices, San Carlos, convento del Ángel, el de las Mercedarias, iglesia de San José de la Montaña y de la Merced y la de San Felipe Neri (hasta un total de 48 edificios religiosos incendiados y saqueados, con grandes pérdidas culturales para todos). Hubo 4 muertos.
El origen de los incendios fue el asalto de republicanos a un local monárquico y a los diarios derechistas ABC y El Debate y el comunista Mundo Obrero y se detuvo a varios monárquicos (entre ellos Luca de Tena ), y se suspendió el diario ABC hasta el 25 de junio y El Debate durante una semana, con lo que la información sólo salía en los medios de izquierdas y no podía ser hecha inmediatamente para el resto. En Las Palmas de Gran Canaria fue incendiado el periódico El Defensor de Canarias.
Sevilla.- El día 11 son incendiados el colegio de los Jesuitas, la iglesia del Buen Suceso, la iglesia de los Carmelitas y la capilla de San José, de barroco sevillano (Capuchinos).
Córdoba.- Incendio y asalto del Convento de San Cayetano. Dos muertos.
Cádiz.- Asalto e incendio del convento de los Dominicos, la iglesia de Santa María y del convento del Carmen.
Sanlúcar de Barrameda (Cádiz).- Asalto e incendio del convento de los Capuchinos.
Murcia.- Incendiado el diario La Verdad, así como la iglesia gótica de la Purísima y saqueados, entre otros, el convento de las Isabelas y el de las Verónicas.
Alicante.- Incendiadas las escuelas Salesianas, el colegio de las Carmelitas, la parroquia de Benalúa, el convento de San Francisco, la casa de ejercicios de la Compañía de Jesús, el convento de las Oblatas, la iglesia del Carmen, la residencia de los Jesuitas, convento de Capuchinos, convento de Agustinos, el Palacio Episcopal, el colegio de Jesús y María, el colegio de la Compañía de María y el colegio de los Maristas.
Algeciras (Cádiz).- Incendiadas varias iglesias.
Jerez de la Frontera (Cádiz).- Asalto del convento de San Francisco, el de los Carmelitas y la residencia de los Jesuitas, entre otros.
En menos de un mes se había pasado del idealismo republicano a las jornadas ignominiosas de la quema de conventos. Las promesas del régimen -democracia, convivencia y libertad- quedaban completamente marginadas. Cada vez que abría la boca algún jerarca del régimen masónico empeoraba la situación: el Presidente del Gobierno -Alcalá Zamora- se escudaba en la fuerza y número de los pirómanos y asaltantes; el ministro de la Gobernación culpaba de lo sucedido a los monárquicos; los diarios republicanos e izquierdistas culpaban al Rey, a los monárquicos, a la extrema derecha, a los religiosos "que disparaban contra los obreros" (Heraldo de Madrid, 11 de mayo), a los conventos <em>"llenos de arsenales, polvorines, fusiles, bombas de mano y ametralladoras" (El Socialista), etc. El francmasón Luis Bello escribió en El Crisol: "Las violencias del pueblo, dentro de ciertos límites han respondido siempre al fuego que se les dirigía desde el interior de las fortalezas conventuales". El alcalde de Madrid, Pedro Rico, vocal del Gran Consejo Federal Simbólico del Gran Oriente Español, promulgó un bando el 11 de mayo que decía: Si la indignación prendió el fuego, apáguenlo los corazones generosos de los madrileños". Otro masón, Azaña, paralizó en seco cualquier intento de frenar los disturbios, arguyendo: "Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano". Otro cofrade, Roberto Castrovido, señalaba en el mal llamado El Liberal: "la quema de conventos acredita indudable progreso en la moral, sensibilidad y humanitarismo del pueblo... No ha matado frailes, no ha cometido asesinatos, no ha herido ni lesionado a nadie". La actitud del gobierno republicano queda reflejada en el telegrama del gobernador militar de Málaga Gómez Caminero, también masón: "Ha comenzado el incendio de iglesias. Mañana continuará" (parece un chiste pero se hizo realidad).
Eso sí, los socialista lo dejaron completamente claro en el órgano de su partido y destacaron la causa: "Insensatas provocaciones de los monárquicos" |
En qué descrédito cayó la República que los mismísimos fundadores del partido Al Servicio de la República consideraron un deber explicar lo sucedido a la opinión pública, puesto que lo sucedido representaba un clarísimo fraude a las promesas formuladas en la declaración del 10 de febrero:
La Agrupación al Servicio de la República condena la quema de conventos
Gregorio Marañón, José Ortega y Gasset, R. Pérez de Ayala - El Sol, 11 de mayo de 1931
La multitud exótica e informe no es democracia, sino carne consignada a tiranías.- Unas cuantas ciudades de la República han sido vandalizadas por pequeñas turbas de incendiarios. En Madrid, Málaga, Alicante y Granada humean los edificios donde vivían gentes que, es cierto, han causado durante centurias daños enormes a la nación española, pero que hoy, precisamente hoy, cuando ya no tienen el Poder público en la mano, son por completo inocuas. Porque eso, la detentación y manejo del Poder público, eran la única fuerza nociva de que gozaban. Extirpados sus privilegios y mano a mano con los otros grupos sociales, las Órdenes religiosas significan en España poco más que nada. Su influencia era grande, pero prestada: procedía del Estado. Creer otra cosa es ignorar por completo la verdadera realidad de nuestra vida colectiva.
Quemar, pues, conventos e iglesias no demuestran ni verdadero celo republicano ni espíritu de avanzada, sino más bien un fetichismo primitivo o criminal que lleva lo mismo a adorar las cosas materiales que a destruirlas. El hecho repugnante avisa del único peligro grande y efectivo que para la República existe: que no acierte a desprenderse de las formas y las retóricas de una arcaica democracia en vez de asentarse desde luego e inexorablemente en un estilo de nueva democracia. Inspirados por ésta, no hubieran quemado los edificios, sino que más bien se habrían propuesto utilizarlos para fines sociales. La imagen de la España incendiaria, la España del fuego inquisitorial, les habría impedido, si fuesen de verdad hombres de esta hora, recaer en esos estúpidos usos crematorios.
La bochornosa jornada del lunes queda, en alguna parte, compensada en Madrid por la admirable del domingo. La prontitud, espontaneidad y decisión con que la gente madrileña reaccionó ante la impertinencia de unos caballeritos monárquicos fue una amonestación suficiente, por el momento, que daba al Gobierno motivo holgado para podar ejecutivamente su ingénita petulancia. Nada más debió hacerse. De otro modo, aprenderían un juego muy fácil, consistente en provocar con un leve gesto de ellos convulsiones enormes en el pueblo republicano. No; si quieren, en efecto, suscitar en nosotros grandes sacudidas, que se molesten, al menos, en preparar provocaciones de mayor tamaño. A ver si pueden.
Lo que es preciso evitar de la manera más absoluta es que falte al Gobierno, ni durante una fracción de segundo, la confianza en sí mismo y en la plenitud de su representación. Este Gobierno, si alguno en el mundo, ha sido ungido por la más clara e indiscutible voluntad de la nación. Los enemigos de la República no han intentado siquiera ponerlo en duda, cualesquiera que fueren sus ilusiones y sus manejos de otra índole. En cuanto a los republicanos, es cosa de evidencia rebosante que nadie puede presumir de haber hecho más por la República que ese grupo de hombres exaltado hoy a los cargos de ministros y demás oficios gubernativos. Nadie ha trabajado más por el cambio de régimen; nadie se ha expuesto más entre los españoles vivientes. Es, pues, intolerable que grupo alguno particular, atribuyéndose con grotesca arbitrariedad la representación de los deseos nacionales, reclame tumultuariamente del Gobierno medidas y actuaciones que el capricho haya inspirado. Son demasiados los millones de españoles los que han votado a la República para que el montón de unos cientos o unos miles aspire a ser más España toda que el resto gigantesco. Con toda esta teatralería de vetusta democracia mediterránea hay que acabar desde luego y sin más. No hay otro «pueblo» que el organizado. La multitud caótica e informe no es democracia, sino carne consignada a tiranías.
Por otra parte, esa plenitud de representación que en el Gobierno reside le obliga a conservar intacto el depósito soberano de confianza que entera una nación le ha entregado. Es el Gobierno de todos los que han votado la República, y tiene el deber tremendo de llegar integro y sin titubeos hasta el momento en que nos devuelva, instaurado, ya, el nueva Estado: la República española.
Porque de esto se trata estrictamente y no de anticiparse a calificar esa República con uno u otro adjetivo. Después de siglos de despotismo franco o disfrazado va España, por vez primera, a decidir con libertad, e inspirándose en su destino más propio, la organización de su vida. Por eso es muy especialmente criminal todo intento de tiranizarla de nuevo imponiéndole formas de imitación. La originalidad, a veces dolorosa, de nuestra historia, augura con toda probabilidad soluciones y modos nuevos que pocos sospechan hoy. Por lo menos, no hay gran riesgo en vaticinar que España no será -como algunos dicen por ahí- una República burguesa. Sólo el desconocimiento pleno de nuestra conformación histórica puede creer tal cosa. España, que no ha podido vivir con plenitud, ni siquiera con suficiencia, la época Moderna, precisamente porque le faltó burguesía, no es verosímil que a esta altura de los tiempos y bajo una forma republicana resulte, por magia, constituida en nación específicamente burguesa. Todo anuncia más bien que España llegue a organizarse en un pueblo de trabajadores. El modo y el camino para arribar a ello serán, de seguro, distintos de los que se han ideado en otros pueblos, y sin gesticulación ni violencias revolucionarias. Entre innumerables razones, hace creer esto que nuestra economía es de un equilibrio tan inestable, por su escaso volumen, que ya la menor contracción de la riqueza pública -y todo intento revolucionario la suscitaría- será catastrófica y estrangulará el conato mismo de desórdenes graves.
Es preciso, por tanto, que de la manera más inmediata y resuelta impongan el tono de la nueva democracia exacta, limpia, dura como el metal técnico, cuantos españoles posean la dosis suficiente de buen sentido, y que no sean pseudointelectuales incapaces de pensar tres ideas en fila. Hoy no tiene la República más peligros que los fantasmas.
Nos induce a esta fe, entre otras cosas, ver cómo los estudiantes, que son, con el grupo de hombres gobernantes, quienes más hicieron por el advenimiento de la República, han ofrecido una nota ejemplar con su total ausencia de las asquerosas escenas incendiarias. Pero es preciso que se preparen para dar a esa ejemplaridad, en el inmediato futuro, carácter más activo. Tienen que defender fieramente la dignidad de su República. Fíense de su instinto insobornable, tesoro esencial de la juventud, del cual ha de emanar el único futuro verdadero. Fíense de él y rechacen todo lo que es falso, sin autenticidad, como esas falsas representaciones de manidos melodramas revolucionarios y esas imitaciones insinceras de lo que un pueblo semiasiático tuvo que hacer en una hora terrible de su Historia. Exijan implacablemente que se cumpla el estricto destino español, y no otro fingido o prestado.
Marañón, Ortega y Pérez de Ayala ya estaban en el "no es ésto, no es ésto". Era el 11 de mayo de 1931. No había cumplido un mes la República y ya había caído en el descrédito por parte de los intelectuales liberales del momento. ¿Por qué? No crean que porque estos señores estaban advirtiendo el peligro de una dictadura comunista o una revolución proletaria; qué va. Lo que estos señores advertían era una evidente complicidad de las autoridades republicanas (masónicas, sectarias y jacobinas) con los extremistas anticlericales y las hordas patibularias. Nada más y nada menos.
Autor: Smith
Publicado el 8 de mayo de 2006
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios moderados.