lunes, 13 de agosto de 2018

Después de la última gansada, que no piense Iracundo que es nuestro…


Lista de bajas. Iracundo, buen polemista, a veces insufrible, pedante y pendenciero hasta gritar basta, R.I.P. Azote de ancaps cuando corresponde y ahora empeñado en el enterramiento de supuestos beatos gustosos de las torrijas, del buen potaje y mejores rosquillos, porque todo ello es manifiesto de una religión públicamente mal entendida desde su óptica jacobina, revolucionaria y presta a aplicar la guillotina a quien no tenga su ardor revolucionario. Es lo que tiene la irracionalidad del acero desenvainado a destiempo.


Por extensión. Los pretenciosos de la ciencia. Siracusianos algunos. Nenes, el racionalismo apriorístico, positivismo en todos los órdenes, produjo monstruos: Hitler, Menguele, Stalin, etc., todos ellos paradigma del pensamiento que no entendió que la sociedad abierta es sinónimo de desconcierto, de cierto babel.

Me fastidia que vuestro proselitismo pueda perjudicar a doña Rosa Díez, que bastante tiene con aguantar dudosas compañías como para que ahora, además, deba soportar el lastre de unos niñatos que se avergüenzan del empirismo de los liberales, a los que para más señas consideran paletos, pero que se partieron el callo contra el francés.

El “tendrá que ser por cojones” supone un nexo magnífico para la ingeniería social, tan cara a los sistemas positivistas de todos los signos y tiempos, además de a los asesinos y genocidas consumados, pero encaja malamente en las relaciones sociales presididas y auspiciadas por las hormonas estacionales.

Manteniendo la cordura, no diré con quien bailaría mi próximo valls. A buen seguro que no será con Iracundo, azote de ancaps y por ello posible buen aliado en otras disputas que fueron y que pudieran llegar a ser. Pues no. No elijo a mis hijos de puta entre los traidores.

Y para finalizar esta cosa, permítanme un pensamiento propio, impropio de “beatos losantonianos”: Ya es hora de que aceptemos que la sociedad abierta puede y debe darnos sorpresas, el caos.

Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 18 de marzo de 2008

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