La pintura alegoriza al ejército de almogávares desfilando ante el emperador de Bizancio. |
Dicen que si las personas alcanzan la mayoría de edad a los 18 años, las leyes lo hacen a los 18 meses de su entrada en vigor, tiempo suficiente para que se comience a advertir el efecto que producen. De ser cierto algo así, como el nuevo estatuto de Cataluña ha cumplido recientemente los 18 meses de vida, y por lo tanto ya sería posible apreciar algunos de los beneficios teóricos que conlleva toda ley, no sería descabellado afirmar, al genuino modo zapaterino, que en Cataluña ahora están mejor que hace un año de dieciocho meses. Valga el estiramiento “solemne”, con voz ahuecada, de la anualidad en cuestión. Pero no, más bien es al contrario. La poca libertad que quedaba en Cataluña se escapó por la gatera hace año y medio con la llegada del nuevo estatuto. Y eso que apenas se ha desarrollado.
Vista la trayectoria extremista de los padres del Estatuto catalán —Rodríguez-Mas—, es posible deducir que la criatura fue concebida por unos progenitores poco dotados para la reproducción, y que además lo hicieron en un lujurioso acto de aquí te pillo y aquí te mato, donde no les importó en absoluto que de allí surgiese un monstruo semejante al leviatán marino de Job, y, como tal, destinado a engullir cualquier atributo político que precisase algo de libertad para sobrevivir. Una criatura perversa y llorona que, para más inri, de inmediato fue destetada —Mas no llegó a cobrar el salario de ama de cría prometido— y acogida a regañadientes por la pareja de hecho Montilla-Carod, el segundo de los cuales había proclamado a voz en grito no querer participar en adopciones de bebes con insuficiencia de radicalidad. Él, sencillamente, quería un crío más contrahecho, puesto que aspiraba a una monstruosidad mayor, más liberticida.
El quebranto del amor a la libertad en algunas personas puede llegar a ser escandaloso, casi inverosímil. Si se aplicara la frase anterior a la población catalana, muy especialmente a la clase periodística que allí ramonea, lo escandaloso adquiriría el grado de superlativo absoluto. Es decir, no es posible mostrarle un mayor desprecio a la libertad que el derivado de la actitud bucelaria de los periodistas catalanes, ciegos hasta dolerles los ojos ante las reiteradas arbitrariedades del nacionalsocialismo que ahora les gobierna la región, o del nacionalismo hipócrita y manipulador que les ha pastoreado en las tres últimas décadas.
Cómo es posible que los descendientes del “desperta ferro”, tan admirable otrora y tan descriptivo de un espíritu resuelto a no vivir de rodillas, se hayan convertido en el mayor rebaño que juntarse pueda en un territorio. Es absurdo creerse, por más que a uno se lo juren, que siete millones de catalanes piensen del mismo modo nacionalista o, alternativamente —casi mitad por mitad de la población—, agachen dócilmente la cerviz y adopten el papel de sumisos ciudadanos de segunda —por no denominarlos directamente unos “sin papeles” mentales y acomplejados— frente a la irracionalidad de sus “prohombres” políticos.
Es insostenible describir de otro modo a los que, con la aquiescencia de los medios informativos catalanes —que a su vez siempre han secundado hasta la nausea las consignas políticas de los que deciden las subvenciones—, aprobaron por la mínima el estatuto de autonomía surgido del contubernio entre Rodríguez y Mas, socialista liberticida el uno, liberticida nacionalista el otro. De donde se sigue que la ley aprobada no fue más que un estatuto pergeñado en un vis a vis nocturno entre sendos entendimientos autócratas, con las farolas apedreadas a conciencia y por anticipado para crear el clímax conveniente, en el que hubo un generoso dispendio de café, tabaco y deseos de aherrojar definitivamente la tibia democracia existente en Cataluña. Y algo así es imposible a todas luces que genere una ley justa y exenta de despotismo, por más que luego fuese refrendada a causa de esa absurda inercia al sí, casi de referéndum franquista, de la mitad muy escasa de los catalanes.
No mayor disculpa ni distinta consideración, si es que debe usarse el baremo clásico del “desperta ferro”, merecen los que se abstuvieron de comparecer ante las urnas. Desidia sobre desidia ante el porvenir de una comunidad que fue siempre abanderada de la innovación y el aliento máximo a la iniciativa individual —liberalismo en estado puro— y que hoy, como consecuencia de un nacionalsocialismo antiliberal, lleva camino del vertedero. Sí, la desidia es lo que mejor definiría a esos abstencionistas vocacionales que entonces vendieron su alma al diablo a cambio de nada y que prefirieron escoger no complicarse la vida en ese momento —ni siquiera les valió la pena acercarse al colegio electoral más cercano y escoger la papeleta del NO— a cambio de dejarles en herencia a sus hijos la mayor de las complicaciones: Una región de España a la que es posible augurarle un estado permanente de postración, con la población aún más sometida al capricho de sus políticos antidemócratas.
Amenazas de muerte a ciertos opositores al Régimen nacionalsocialista catalán, como por ejemplo al miembro de Ciutadans Albert Ribera, extendidas recientemente a las propiedades de su familia. Abandono del “Parlament” de los diputados nazis ante la intervención de Francisco Caja, que quiso leer un informe respaldado por 50.000 firmas de ciudadanos catalanes, perfectamente despreciados. Manifestación de protesta plagada de consignas y símbolos separatistas bajo la coartada de unas infraestructuras que no funcionaban como debieran, cuando los mayores responsables, y del mismo partido, se encuentran en la propia “Generalitat”… Y finalmente, lo más odioso y descriptivo de ese enorme rebaño de siete millones de radicales o acomplejados, es ese silencio atronador ante un vídeo difundido por el PPC, en el que se demuestra el uso infame y discriminatorio de la legua en la enseñanza. Un vídeo al que los nazis, cuando no han tenido otro remedio, han definido como de “anti catalán”. En lo demás, siguen las sanciones y los atropellos de siempre. Y es todo cuanto ha dado de sí la mayoría de edad del estatuto leviatán.
¡Ah!, se me olvidaba, también han puesto en marcha la Agencia Tributaria catalana, organismo que espera recaudar este mismo año 5.100 millones de euros, aun cuando no se haya creado todavía el obligado consorcio con la Administración del Estado. Total, no viene de una nueva ley incumplida, es la costumbre que allí impera. Eso sí, es de esperar que cualquier folleto que surja de esa Agencia, en el que se reclame dinero a los contribuyentes, irá escrito en castellano y catalán, algo que, junto a la petición del voto destinada a los pardillos, es lo único que les motiva el bilingüismo real a los déspotas que mandan en Cataluña.
Desperta ferro!, es una hermosa frase histórica a favor del coraje y el pundonor que debería serle arrebatada al nacionalismo opresor y ser convertida en grito de acción de cuantos deseasen acabar en las urnas con tanto político arbitrario. Es angustiosamente preciso que surja el activismo a favor de la libertad en Cataluña, no es posible desistir más ni dejar en manos de otros la responsabilidad propia.
Autor: Policronio
Publicado el 10 de enero de 2008
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