Ain Zhora (la Fuente de Zoraida), un pequeño poblado de la cabila de beni Said en el antiguo protectorado español del Rif. |
El Istiqlal
En el año 1956, cuatro equipos militares españoles marchamos a Marruecos con la misión de formar el mapa 1:25.000 de lo que fue nuestra Zona de Protectorado. Cada uno, estaba formado por un capitán geodesta, un sargento topógrafo (el del mío era el ibicenco don José Ferrer, duro, fuerte, deportista, gran nadador, muy inteligente y leal) y 18 soldados (nueve españoles y nueve marroquíes). Pedí, y obtuve, que al equipo a mi cargo le fuera asignado el Riff Oriental (desde las proximidades del meridiano de Alhucemas hasta el río Muluya, frontera con Argelia). El trabajo duró nueve meses y tuvimos que patear y “jeepear” a conciencia el amplio territorio. Fui muy feliz. En mis andanzas, notaba que mi padre, a través de mis ojos, veía aquellos campos y aquellos cerros, donde 47 años antes él había combatido.
Antes de nuestro Protectorado las circunstancias políticas en Marruecos eran muy tensas. Las cabilas de Marruecos conservaban, tal vez conserven, sus características raciales: unos, rifeños (bereberes), descendientes de autóctonos; otros, árabes, de los primitivos invasores. Antes de nuestro Protectorado, estaban permanentemente enfrentados en sangrientas guerras locales, de odio y rapiña. Eran muy gráficos describiendo el desarrollo de una “razzia”. Con el Protectorado español se hizo la paz y la hermandad y así me lo relataban “los viejos del lugar”, tanto bereberes como árabes. Se mostraban felices por ello. Paz y amistad que, tras la independencia de 1956, se acabó en cuanto aparecieron los partidos políticos.
El más poderoso de esos partidos era el Istiqlal. Su jefe, al menos el de la que había sido nuestra Zona, era natural de Tetuán y se llamaba Abdelkader Torres, que aseguraba ser descendiente de uno de los hombres de Boabdil el Chico. No entendí sus maniobras (los políticos son demasiado retorcidos para una mente honrada), pero saqué la conclusión de que era un zascandil; un político típico. Como diría el lugareño: “A mi corto entender”, nada había claro en sus maniobras”, y no logré saber qué quería.
La realidad es que el panorama se puso confuso, al extremo que se creara tal ambiente de inseguridad entre las tribus bereberes (rifeñas), que pidieron el regreso a la soberanía española. Ello dio motivo a que el príncipe Hassan (futuro Hassán II), entrara a fuego en el Riff, asolándolo. Mi equipo se había ido ya de Marruecos. Al enterarme, sentí dolor, recordando a aquellos amigos, rifeños y árabes, que en paz los habíamos dejado.
Volviendo al hilo de la narración: no habían transcurrido seis meses de la independencia y entre ellos se iniciaron combates que eran de órdago, como se suele decir. Y nosotros en medio. Pero en todo momento, unos y otros nos respetaron y mostraron su cariño hacia España.
No obstante, poco a poco, la presencia de los políticos se hizo perceptible. Primero, como he escrito, por las luchas intestinas entre las cabilas y luego, porque los marroquíes se fueron separando de nosotros, temerosos de caer en desgracia ante los “amos”. Estando mi partida residiendo en Ain Zhora (la Fuente de Zoraida), un pequeño poblado de la cabila de beni Said, situado cuarenta kilómetros al sur de Dar Drius, verdadero paraíso de leyenda, en él pasamos un maravilloso mes: todos, marroquíes y españoles, éramos uno. Al regresar de nuestro trabajo, nos reuníamos en el cafetín y charlábamos. Y nos sentíamos queridos, entre amigos leales. Un noche, en el cafetín, un funcionario público marroquí (no digo nombre ni empleo, pues era diez años más joven que yo y es muy probable que todavía viva), en la charla, me dijo: “Mañana, en el zoco, hay un mitin del Istiqlal. Usted me oirá gritar: ¡Ajial Malik! (¡Viva el sultán!). Lo digo a la fuerza. Soy tan español como usted mismo (1). Pero tengo miedo de que si no lo hago, el que esté a mi lado me corte el cuello. Aunque es posible que él esté pensando los mismo que yo”.
Autor: Rogelio Latorre Silva
Publicado el 12 de enero de 2008
(1) Tardaron mucho tiempo, tras la proclamación oficial de la independencia, en admitirla. No se lo creían ni la querían. Durante el tiempo que estuve allí, siguió circulando la peseta. Sacaban las monedas del bolsillo y decían: “Manda el que tiene el dinero. ¿De quién es esta cara? Pues él manda”. Era la efigie del generalísimo Franco. Les molestaba, y mucho, con toda la razón, que hubiera diferencia de sueldos en función de ser español o marroquí. Uno decía, por ejemplo: “El farero de “A” cobra equis pesetas por ser de Cádiz. Yo cobro mucho menos, por el mismo trabajo, en mi faro de “B”. Eso no es justo. Yo soy tan español y tan persona como él”. Como todas las personas de clase humilde y espíritu caballeresco, tienen una sensibilidad extrema. Por desgracia, ese amor a España les costó muy caro a muchas excelentes personas. A muchos de ellos, incluso la vida, perdida en las razzias a sangre y fuego que, dirigidas por el futuro Hassán II, asolaron el Riff. Se da el caso de que los más enconados enemigos de España, en las guerras sostenidas contra los marroquíes, fueron los rifeños, belicosos por excelencia. Cuando nos conocieron, fueron nuestros más fieles aliados. Claro está que, en nuestro Protectorado, la Administración estaba en manos de los Interventores, oficiales del Ejército que hacían un curso especial para ello. Sin seguridad, creo que los estudios duraban dos o tres años. No eran políticos. La última bandera española que se arrió, en mi zona de trabajos, fue la de Dar Drius, aunque nosotros todavía permanecimos algún tiempo en esa zona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios moderados.