El Gobierno de Cataluña —por llamar de algún modo a un grupo de déspotas que no me parece que gobiernen en absoluto— ha vuelto a dar otra buena muestra de nepotismo, una “cualidad” que, como todo el mundo sabe, constituye uno de los rasgos que caracterizan a los totalitarios. Me refiero al nombramiento a dedo del hermano de Josep Lluis Carod-Rovira, un tal Apel.les, como Delegado de la “Generalitat” en Paris. O sea, una designación “a pelo”, valga el juego de palabras, efectuada por el capitoste separatista y sin encomendarse a nadie de su partido —lo cual era obligado en el caso de un alto cargo— ni informar previamente de tal decisión en la orden del día del Consejo de gobierno. Es decir, Roviretxe ocultó a sus colegas de Gabinete que había pactado con Montilla enchollar al hermanísimo. La breve crónica del ABC adereza las circunstancias de ese nombramiento con este piropo: “con premeditación y alevosía”.
Si a eso le unimos la nueva ley de educación que estos anticatalanes en el poder han aprobado recientemente, según la cual se fulmina toda posibilidad de enseñar en español, salvo el primer curso de primaria, al tiempo que se elimina la tercera hora de castellano y se dejan las clases en dos horas semanales —que encima suelen impartirse en catalán—, no es difícil deducir que, pasito a pasito, se está llevando a Cataluña —especialmente a sus habitantes— a la condición no de un “Principado”, como erróneamente se ha venido denominando al territorio, sino de un auténtico Cacicato, en el que los fulanos que ahora mangonean, o sus parientes, tienden a perpetuarse y a ocupar cualquier espacio bien retribuido, como evidentemente es esa Delegación de París, mientras al pueblo lo van asilvestrando por tierra, mar y aire con el propósito de convertirlo en vasallo, que es la condición mental a la que un ciudadano llega —en Cataluña muchos han llegado ya— cuando cree que no es posible hacer nada para cambiar de política.
Sí, he llamado anticatalanes a esos déspotas porque nadie que de verdad ame a Cataluña desearía condenar a sus habitantes al ostracismo lingüístico con fines autárquicos, dicho mediante una expresión bondadosa de lo que en realidad supone la fechoría de despojarles de la principal herramienta de comunicación que ha poseído Cataluña desde hace varios siglos, como es el idioma español, y gracias a la cual llegó a convertirse, con gran diferencia, en la región más próspera y admirada de España. Pero hoy ya no es así, al menos para mí y algunos que conozco, puesto que se sitúa en tercera o cuarta posición entre las regiones más ricas y entre las últimas en cuanto a la admiración que despierta. Y lo que es mucho peor: de seguir unos cuantos años más en esta línea de aculturación, por no llamarlo directamente de “paletismo” fanático, puesto que se están cerrando las puertas de sus principales mercados comerciales, todo hace pensar que se dirigen a buen ritmo hacia el suicidio económico. Luego de ahí, a ver emigrar en masa a los catalanes en busca de trabajo, lo cual puede suceden en contadas décadas, solo hay un paso.
Que un grupo de antidemócratas, como es la endogámica clase política catalana, pretenda el control indefinido, en su exclusivo beneficio, de toda una sociedad que rebasa los siete millones de personas, es algo que puedo llegar a entender; lo que no entiendo, porque creo que conozco bien a los catalanes tras haber pasado cuarenta años de mi vida entre ellos, es que no haya surgido ya un fuerte espíritu de rebeldía frente a esa situación. ¡No, no lo comprendo! Se dirá que en Cataluña, Partido Popular incluido, todos los políticos son iguales y van a lo mismo. Pero si acaso eso es así en lo que se refiere a los partidos que ahora existen. ¿Cómo es que no se han creado ya nuevos partidos que verdaderamente les canten la caña a los corruptos y atraigan a sus filas a miles de votantes? ¿Cómo es que Ciutadans, por ejemplo, ha sacado unos resultados tan modestos en las municipales? ¿Es posible que no haya remedio mientras los catalanes mantengan cierto nivel de vida? ¿Hará falta, para que perciban la opresión ideológica en la que viven, que previamente pasen por unas décadas de miseria? ¿Será necesario que esos siete millones queden reducidos a tres o cuatro y los demás emigren, como sucedió en varias regiones españolas durante las décadas de los 60 y 70? Lo cierto es que ayuda bien poco, con su mucha dejadez, el Gobierno de Expaña que a su vez mangonea Zapatero.
Autor: Policronio
Publicado el 30 de julio de 2008
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