Leire Pajín: «A mí me regalaron la pulsera Power Balance y me gustó». |
Desmintiendo la naturaleza facha que se me atribuye, y adelantándome a la tontuna socialista, valga la redundancia, que nos ha hecho pasar en horas veinticuatro de la democracia participativa y deliberativa a la democracia eléctrica, y cuyo lema no es otro que “un hombre una bombilla”, va para tres años que, en un arranque patriótico, “si yo puedo España no puede”, me rasqué gustosamente el bolsillo, con objeto de dotar mi casa de unas cuantas bombillas de bajo consumo. Cuestan un pastón, por cierto, pero va para tres años que no compro una bombilla y la factura de la luz no me supone un sofocón bimensual.
Eso sí, no vayan a pensar que el ahorro en la factura de la luz se me ocurrió a mi solito. Si en los albores de la historia la pubertad se anunciaba por un aumento de la “tensión” en la tribu, en estos tiempos que nos ha tocado capear, la adolescencia se anuncia a bombo y platillo por un aumento desmesurado del importe de las facturas de la luz y del teléfono. Y si el pavo le viene a “la pava”, no les digo nada. Ustedes sabrán entenderme.
A lo que vamos. Si con la actual demanda, una bombilla de bajo consumo, sustituta de las clásicas de cien vatios, cuesta siete euros, no digo nada, cuando gracias al ministro Sebastián aquella suba, como poco, en la nada despreciable cifra de cuarenta y nueve millones de bombillas en dos años. Digo yo, que si atendemos a la ley de la oferta y la demanda que, visto lo visto, es de las únicas que se cumplen en este país con regularidad germánica, no es aventurado afirmar que el precio de la bombillita puede ponerse en unos doce euros, céntimo arriba, céntimo abajo. Lo que multiplicado por cuarenta y nueve millones de piezas, resulta que el gobierno va a tener que poner encima de la mesa del beneficiado de turno la nada despreciable cifra de quinientos ochenta y ocho millones de Euros. No lo digo en pesetas, que no es cuestión de amargarles la jornada. Vamos, que el chollo del ahorro energético nos va a salir a los atracados contribuyentes por un ojo de la cara. Al menos, de momento.
Dicho lo anterior y vista la manía de los socialistas de dotar de categoría de derecho a lo que es un mero capricho, digo yo que si el que suscribe le va a ahorrar al estado unos veinticuatro euros, justo es que se me recompense de alguna manera. Y que mejor manera de recompensar mis adelantados esfuerzos, que darme esa cantidad u otra cosa de valor más o menos equivalente.
De modo, que como ya tengo las obras completas de Pepiño Blanco, pues por no hacerle un feo a Leire Pajín –convendrán conmigo que parece de mejor crianza que aquel- digo yo que el Ministro de Industria no tendrá inconveniente alguno en recompensarme con las obras completas de aquella, incluidos, por supuesto, los capítulos escritos en los viajes de vuelta de la Habana, entre aromas de ron y rosas. Y a ser posible, con foto dedicada, como la de Montse. Es progre pero está buenísima.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 1 de agosto de 2008
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