Un interviniente de Batiburrillo, al comentar la muerte de Juanita Rico, cita unas supuestas “escuadras de sangre” o “falange de sangre”. Supongo que lo ha leído en alguna parte, pero aseguraría que todas las escuadras tenían solo el calificativo ordinal: primera, segunda, etc. La diferencia entre ellas quizá fuese el tipo de actividad que practicasen y ésta dependía en buena medida de las iniciativas del jefe, puesto que las escuadras no carecían de cierta autonomía operativa.
Hubo una escuadra cuyo jefe se llamaba Saturio Torón, de origen navarro y matador de toros al que le dio la alternativa Marcial Lalanda. Saturio ostentó algún renombre inicial en el mundo del toreo, que no logró consolidar y pronto pasó a la categoría de subalterno. A iniciativa propia denominó a su unidad “escuadra de la sangre”, con desagrado de sus camaradas, sobre todo de José Antonio, que cuando tuvo conocimiento del hecho, tras una violenta entrevista con él, ordenó disolver la escuadra, lo que se llevó a cabo distribuyendo a sus componentes, uno por uno, entre distintas unidades. Pero el sambenito “escuadras de sangre” quedó aplicado a Falange. Como la muerte de García Lorca. Sin embargo, un verdadero falangista jamás hubiera aceptado tal calificativo para la unidad bajo su mando.
Saturio Torón, al iniciarse el Movimiento Nacional, se pasó a los rojos, muriendo con el grado de capitán en el frente de la sierra de Madrid. Puede que careciera de ideas políticas y fuera, simplemente, un tipo sanguinario que buscaba la ocasión de poder matar. Y… ¿dónde mejor que entre los rojos? Con más motivo si en Falange no se lo habían permitido.
En la Primera Línea había una relación jerárquica, como es lógico, pero las escuadras tenían, o se la tomaban, amplia libertad de acción. Como he escrito ya alguna vez, la represalias por el asesinato de falangistas fueron muy pocas y, al menos en Madrid, la mayor parte de ellas, tal vez todas, a iniciativa de los camaradas de la escuadra o de la falange a la que pertenecían los asesinados. Desde luego, no contaron con la posterior felicitación de sus jefes, que siempre les reprendieron.
Hubo una escuadra considerada extraordinariamente belicosa, la 16, pero que jamás recibió al calificativo de “escuadra de sangre”. A iniciativa de sus componentes, como frecuentemente sucedía entre ellos, llevo a cabo una actuación bastante provocativa y no poco imprudente: En la Puerta del Sol, ubicado entre las calles de la Montera y de Alcalá, existía un bar denominado Flor. La acera correspondiente a ese bar era conocida como “Acera roja”, pues constituía el punto de reunión de los socialistas, que se jactaban allí de la suerte que le esperaba al falangista que osase aparecer por ella. Un día, al atardecer, la escuadra 16, con su jefe al frente, se plantó ante el bar Flor y, rodeados por cientos de socialistas, estuvieron más de dos horas pregonando la venta del semanario falangista Arriba. A las 9 de la noche, los miembros de la escuadra 16 se retiraron sin novedad, si bien tengo la sospecha de que no lograron vender ni un solo ejemplar.
Estas acciones no eran extraordinarias ni en Madrid ni en toda España. Muchos de los caídos lo fueron por haberse arriesgado en actos temerarios, lo que motivó —como he apuntado— severas advertencias de los mandos hacia los supervivientes. Unas advertencias que generalmente no fueron atendidas, a pesar de que el espíritu militar estaba muy acentuado entre los falangistas.
Autor: Rogelio Latorre Silva
Publicado el 4 de septiembre de 2007
Hubo una escuadra cuyo jefe se llamaba Saturio Torón, de origen navarro y matador de toros al que le dio la alternativa Marcial Lalanda. Saturio ostentó algún renombre inicial en el mundo del toreo, que no logró consolidar y pronto pasó a la categoría de subalterno. A iniciativa propia denominó a su unidad “escuadra de la sangre”, con desagrado de sus camaradas, sobre todo de José Antonio, que cuando tuvo conocimiento del hecho, tras una violenta entrevista con él, ordenó disolver la escuadra, lo que se llevó a cabo distribuyendo a sus componentes, uno por uno, entre distintas unidades. Pero el sambenito “escuadras de sangre” quedó aplicado a Falange. Como la muerte de García Lorca. Sin embargo, un verdadero falangista jamás hubiera aceptado tal calificativo para la unidad bajo su mando.
Saturio Torón, al iniciarse el Movimiento Nacional, se pasó a los rojos, muriendo con el grado de capitán en el frente de la sierra de Madrid. Puede que careciera de ideas políticas y fuera, simplemente, un tipo sanguinario que buscaba la ocasión de poder matar. Y… ¿dónde mejor que entre los rojos? Con más motivo si en Falange no se lo habían permitido.
En la Primera Línea había una relación jerárquica, como es lógico, pero las escuadras tenían, o se la tomaban, amplia libertad de acción. Como he escrito ya alguna vez, la represalias por el asesinato de falangistas fueron muy pocas y, al menos en Madrid, la mayor parte de ellas, tal vez todas, a iniciativa de los camaradas de la escuadra o de la falange a la que pertenecían los asesinados. Desde luego, no contaron con la posterior felicitación de sus jefes, que siempre les reprendieron.
Hubo una escuadra considerada extraordinariamente belicosa, la 16, pero que jamás recibió al calificativo de “escuadra de sangre”. A iniciativa de sus componentes, como frecuentemente sucedía entre ellos, llevo a cabo una actuación bastante provocativa y no poco imprudente: En la Puerta del Sol, ubicado entre las calles de la Montera y de Alcalá, existía un bar denominado Flor. La acera correspondiente a ese bar era conocida como “Acera roja”, pues constituía el punto de reunión de los socialistas, que se jactaban allí de la suerte que le esperaba al falangista que osase aparecer por ella. Un día, al atardecer, la escuadra 16, con su jefe al frente, se plantó ante el bar Flor y, rodeados por cientos de socialistas, estuvieron más de dos horas pregonando la venta del semanario falangista Arriba. A las 9 de la noche, los miembros de la escuadra 16 se retiraron sin novedad, si bien tengo la sospecha de que no lograron vender ni un solo ejemplar.
Estas acciones no eran extraordinarias ni en Madrid ni en toda España. Muchos de los caídos lo fueron por haberse arriesgado en actos temerarios, lo que motivó —como he apuntado— severas advertencias de los mandos hacia los supervivientes. Unas advertencias que generalmente no fueron atendidas, a pesar de que el espíritu militar estaba muy acentuado entre los falangistas.
Autor: Rogelio Latorre Silva
Publicado el 4 de septiembre de 2007
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