Si Felipe González, que era un tipo dicharachero y de vocación españolista como buen andaluz, tardó tres legislaturas en darnos a los españoles la sensación de corrupto, José Luis Rodríguez Zapatero, que en lugar del gracejo usa la solemnidad para transmitirnos mensajes que no se diferencian en nada del vacío absoluto, y que la única patria que siente es la que en cada momento se halla bajo sus pies, ha tardado menos de tres años en demostrarnos que el socialismo y la corrupción apenas se excluyen el uno de la otra.
No es que los socialistas sean unos corruptos vocacionales, que sí lo son como toda la izquierda en general en cuanto toca algo de poder, es que el método supuestamente social que utilizan, tan proclive al control público de capitales ajenos y tan propenso al reparto de subvenciones entre los que considera de su especie, lleva aparejada la necesidad de mantener a buen recaudo a eso que se ha venido en llamar la honestidad política. No son honrados simplemente porque no pueden serlo, ya que necesitan crearse una clientela lo más amplia posible para conservar el poder. Y eso cuesta un dinero que hay que sacarlo de donde sea.
Como norma, los candidatos socialistas son gente sin oficio ni beneficio y en no pocos casos sin cultura, a lo José Montilla o José Blanco, que desde la juventud se han venido dedicando a la política como única profesión. Cuando cuentan con alguna carrera, como podría ser el ejemplo del propio Rodríguez Zapatero, lo normal es que no la hayan ejercido o a lo sumo puedan aportar un corto período de pertenencia a la función pública, en la que ingresan predispuestos a dejarse liberar por el primer sindicato que les tiente, lo que para ellos constituye el trampolín inicial de sus afanes ulteriores. Más tarde, el funcionario liberado por el sindicato, que a su vez es siervo del partido, acaba ocupando un puesto asequible en alguna candidatura, algo que necesariamente le ha obligado a propinar unos cuantos codazos a sus rivales y bastante adulación al que decide las listas, y ¡hale!, a ejercer de concejal durante algún tiempo.
Si uno de esos concejales socialistas, pongamos el ibicenco Roque López, es de los espabilados que acaba haciendo contactos en el ambiente empresarial y aporta un dinerillo a las arcas del partido, además de lo que él mismo se queda, acabará subiendo en la lista y llegará a ser el número uno de la agrupación local o municipal. Naturalmente, ya en su condición de alcalde, siempre será mayor el grosor de la mordida que le exigirá Pepiño o el jefe territorial de que se trate. Y a ello habrá de plegarse si desea ir escalando puestos en su carrera política, la única actividad que conoce desde siempre para llenar el plato a su familia. Con suerte, su siguiente etapa será la de diputado y quién sabe si la de alto cargo ministerial o incluso ministro. No sé porqué, pero me ha venido a la mente el nombre de un tal Roldán —otro iletrado farsante—, al fondo del paisaje de la corrupción socialista.
En cualquier caso, a partir de un individuo que llegó en su día a la cosa pública, con una mano detrás y otra delante, lo más lógico es que si demuestra las habilidades recaudatorio-crematísticas necesarias —no es preciso que la habilidad llegue al nivel del caso Montilla-La Caixa— cuente con un futuro asegurado y el partido le vaya abriendo las puertas para que no caiga en la estrechez, que sería el estado natural de acuerdo con los merecimientos de unos cuantos de esos militantes. Es decir, el socialismo representa el pan asegurado para unos cuantos miles de personas: Los clientes del partido. De ahí que no pueda evitar que la corrupción se instale en sus sedes: ¡Son tantas las bocas que alimentar!
De todos modos, cuando los tiempos se ponen difíciles y se agudiza la sospecha de corrupción contra ese socialismo tan amante de untar el carro, lo más frecuente en un partido así, al que le va en ello la subsistencia, es que trate de hacerse legalmente con una pasta que tanto necesita. Ahora tenemos en puerta, en el Congreso de los Diputados, dos casos claros de leyes tan alimenticias como prevaricadoras: la de Financiación de los Partidos Políticos, que pretende un aumento de las asignaciones en un 20%, y la reforma de la Ley de Devolución del Patrimonio a los Partidos Históricos, para lo cual bastará una simple fotografía, pongamos del año 1935, donde se vea una sede del PSOE, del PCE, del PNV o de ERC.
Nada de documentación acreditativa de la propiedad, lo mismo da si ese local, por el que ahora se reivindica una pasta gansa, estaba alquilado, cedido gratuitamente por un tiempo o, como ocurrió en más de un caso durante la Guerra Civil, se le había incautado a alguien ajeno a la “causa”. Lo que realmente importa, si se aprueba la reforma de la ley, es mostrar la foto antigua con el cartelón correspondiente a las siglas del partido o el sindicato que reclama el patrimonio, al que se le pagará con el dinero de todos los españoles, pasados más de 70 años.
Es evidente que a ese cuarteto de partidos históricos y amigos de lo ajeno, todos ellos de marcado talante totalitario, no les basta con la ley 43/1998, de 15 de diciembre, en la que se establecieron las bases para la restitución de bienes o compensaciones pecuniarias, siempre que dichos bienes estuviesen fehacientemente acreditados. No, no les basta. Son partidos muy necesitados de fondos si tenemos en cuenta la relación clientelar que cada uno de ellos mantiene con miles de ciudadanos, y no hay duda de que precisan angustiosamente, como he dicho, seguir untando el carro a como dé lugar. De ahí la reforma en ciernes de dicha ley de devolución del patrimonio histórico, en la que se cambiará por la jeta el documento acreditativo de la propiedad en cuestión por la imaginativa imagen del Fotoshop.
¿Significa todo esto que yo crea que no hay gente honrada en esos partidos? En absoluto, estoy convencido de que incluso en formaciones tan fascistas como el PNV o ERC hay gente que los secunda de buena fe. Eso sí, aseguraría que suelen ser militantes de base con más entusiasmo que conocimientos, con más entrega a la teórica igualdad que proclaman que deseos de ahondar en la filosofía política que profesa la formación. Sea como sea, lo cierto es que una minoría del Parlamento se afila las uñas para imponernos una nueva derrama a todos los españoles. Y será a mayor gloria de ZP, Ibarretxe-Imaz, Carod-Puigcercós y Llamazares. ¡Ahí es nada!
Autor: Policronio
Artículo revisado, insertado el 30 de abril de 2007 en Batiburrillo de Red Liberal
PD (22-10-2015): La moraleja de este artículo es advertir que el socialista Zapatero no conculcó más leyes porque no le dio tiempo ni tenía demasiadas ganas de trabajar: era un gandulazo además de un tipo inicuo. Del socialista Pedro Sánchez no hay nada que me huela bien, como apunta mucha gente puede llegar a reeditar la catastrófica etapa de ZP, o mucho peor si no es tan vago, porque mala leche tiene para dar y tomar.
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