Nicolas Sarkozy, presidente de Francia. |
Me siento tan asqueado de este gobierno socialista, ala radical zapaterina, que no sé si escribir hoy sobre su cobardía —ante ETASUNA—, sobre sus corrupciones —Oficina Económica de la Moncloa, Pozuelo, Ibiza—, sobre sus actos de traición a cualquier idea que represente España —estatuto de Cataluña, planes para Navarra— o sobre la bajeza con la que sus miembros han celebrado que el Supremo, poco inspirado respecto al espíritu de la ley y en labores meramente funcionariales, ilegalizara exactamente lo que le pidió el Gobierno.
Aún así, ayer domingo experimenté la alegría de ver a Sarkozy ganar la presidencia de Francia. No por ser un candidato marcadamente liberal, que no lo es ni de lejos, puesto que en el país vecino es punto menos que imposible ser liberal de la noche a la mañana cuando el Estado maneja más del 50% del PIB y se cuentan por docenas y docenas las grandes empresas públicas, sino porque representa un cambio claro de tendencia en lo económico y además rechaza la fobia que, desde De Gaulle para acá, los presidentes franceses han tenido siempre a los USA. Eso sin contar que Sarkozy ha condenado con rotundidad el nefasto mayo del 68, fecha en la que podríamos establecer que nació el culto contra cualquier idea de progreso y esfuerzo y, a cambio, se adoptó la del progresismo analfabeto como modelo a seguir. Ya se sabe: “Queremos lo imposible y además lo queremos enseguida”. Suministrador: Papá Estado.
El candidato de la derecha francesa ganó, además, con un programa nada retraído y diciéndoles a los votantes lo que esperaba exactamente de ellos: más capacidad de trabajo, más seriedad, mayor excelencia en la dedicación profesional y mucho más respeto y amor a la patria. ¡Ahí queda eso! Naturalmente, en la noche de resaca electoral la izquierda y los antisistema decidieron que había que "celebrarlo" ocasionando numerosos estragos callejeros y enfrentándose a adoquinazos a los antidisturbios. Claro que lo que en realidad pretendían —¡qué raro!— era atacar las sedes de la derecha y dejar constancia de su “juego limpio”.
Estoy convencido de que en España no es posible encontrar a un líder de partido que sea capaz de entusiasmar a los votantes con un proyecto similar al del francés Sarkozy, aun cuando buena parte del electorado tradicionalmente abstencionista se lo pensaría en serio si tuviese esa opción. No, no es posible en España. La izquierda, porque no quiere algo distinto a la propaganda y el ambiente enrarecido, donde cree que dispone de mayores recursos y menores escrúpulos. Luego la izquierda, antes muerta que patriota y decente. Y si es la derecha, tampoco es posible contar con ella porque le teme demasiado al “qué dirán” y se finge de centro, como si declararse centrista no supusiera asumir en muchas ocasiones lo peor de la izquierda y de la derecha.
Por otra parte, y espero que Rajoy haya tomado buena nota, en Francia ha saltado por los aires ese falso mito de que la izquierda siempre gana cuando el porcentaje de votantes es muy alto. Un mito absurdo que jamás ha tenido en cuenta la alta abstención, por ejemplo, de los no nacionalistas en todas las elecciones autonómicas y sus respectivos refrendos estatutarios. Un mito al uso del perdedor —pongamos el centrista Piqué— que en Cataluña ya había sido desterrado cuando Vidal-Quadras, nuestro Sarkozy despilfarrado en labores europeas, demostró que era posible llegar a la gente con un lenguaje claro y firme, que incluyese tanto la denuncia de la política indigna como la exaltación de los valores más apreciados desde siempre. Quizá por eso mismo sigue en Europa.
Autor: Policronio
Publicado el 7 de mayo de 2007
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