Regresemos al relato: En 1936, a esos “Cuatro Gatos” se les unieron gran parte de los españoles que, con clara visión de la amenaza, estuvieron dispuestos a morir por su Patria. El destino de ella hubiera sido similar al de tanta nación que, por la fuerza o mediante elementos internos, sufrieron o admitieron la implantación del régimen comunista. Alemania Oriental, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Ucrania, Georgia, Armenia, etc., ¿fueron naciones felices bajo el comunismo? En el mejor de los casos, su nivel de vida fue rayano en el hambre. Al menos, la miseria y el terror.
Lean “Yo fui ministro de Stalin”, de Jesús Hernández, ministro comunista del gobierno de la “República”. Es patética su narración de la llegada a las costas de la URSS de un grupo de españoles huidos tras la derrota final, que tiran sus gorras al mar, en la creencia de que, al llegar al “paraíso soviético”, iban a ser equipados de punta en blanco, como la mentira de los políticos rojos les había hecho creer. Léanlo, léanlo. Y, también: “Hombres made in Moscú” y “Como perdí la fe en Moscú”, de Enrique Castro Delgado, comandante del 5º Regimiento de Milicias Populares y uno de los creadores del mismo. O también “Vida y muerte en la URSS”, de Agustín González, “El Campesino”, comandante del mismo regimiento y más tarde jefe de una División del Ejército Rojo. Y tantos y tantos arrepentidos.
Donde se implantó el comunismo, los pueblos quedaron sometidos a la esclavitud. Se transformaron en colonias de Rusia (donde el “proletario” tampoco vivía al mismo nivel de lo que llamamos Occidente). Pero colonias en un sentido totalmente opuesto al de la civilización romana. Sí, en el de pueblos cipayos, donde la miseria se adueñó de la calle, sometidos a un régimen en el que no se consideraba como persona más que a los dirigentes del partido. Es decir, regresaron a una civilización muy anterior a la Revolución Francesa. Al final, llegó para ellos la Liberación, pero ¿cuánto sufrieron hasta conseguirla?
A la España Nacional le prestaron ayuda manifiesta Portugal, Alemania e Italia. Acabada la guerra, se marcharon sin pasar factura. Bajo esa premisa había sido aceptada. Es hecho indiscutible. Indudablemente, bastante agradecidos quedaron con que hubiéramos alejado el peligro rojo de los confines de Occidente. Y orgullosos de haber colaborado en ello. Contrasta con lo que, en casos similares, hizo Rusia en sus satélites y habría ocurrido en España, si los rojos hubiesen ganado la guerra.
También, en forma más o menos expresa, ayudaron a los nacionales casi todos los países hispano-americanos, a excepción del gobierno mexicano que, en contra de los deseos de su pueblo, se manifestó pro-rojo. Sin perjuicio de que hiciera un pingüe negocio a costa de España: Los suministros de México al gobierno de Madrid, pagados a precio de oro, fueron: el armamento, unos viejos fusiles donde los cartuchos, que los milicianos llevaban en los bolsillos, se cargaban uno a uno; en alimentación, las lentejas llenas de gorgojos, y los garbanzos, de una extraña variedad, que era preciso comer triturados. Con ellos, se terminó haciendo un pan que no compactaba. Las conservas, fermentadas, al abrirlas parecían géiseres. Es lógico pensar que los casos de botulismo serían incontables. Y, al final, a ellos les llegó el tesoro del yate “Vita”.
Autor: Rogelio Latorre Silva
Publicado el 29 de julio de 2007
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