viernes, 1 de junio de 2018

Contribución a la ‘Memoria Histórica’: La primera represalia de Falange (III)

José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española. 

Durante el entierro de Matías Montero, el ánimo de algunos falangistas estaba crispado ante tanta muerte impune, al extremo de que José Sáiz, jefe de la Falange toledana, se enfrentó airado a José Antonio Primo de Rivera: 

-“¿Es que vamos a seguir dejándonos matar como moscas?”.

A lo que José Antonio contestó, reiterándolo de forma tajante, su oposición a las represalias:

-“No, pero no nos vamos a convertir en una banda de asesinos”. 


Al ser muy similares tanto los ideales de Falange Española como los de las JON-S, el 4 de marzo del mismo año de 1934 se celebra en el Teatro Calderón de Valladolid el acto de fusión de las JON-S con Falange Española, por el cual se creaba la Falange Española de las JON-S. A la salida del mitin es atacado Ángel Abella Rodríguez, por el simple hecho de haber asistido al mismo. Tras dos días de agonía, muere. Cuatro días más tarde, el 8 del mismo mes, es asesinado en Madrid Ángel Montesinos Carbonell, también un obrero que estaba vendiendo “FE”, el semanario de Falange. En el entierro, José Antonio Primo de Rivera reiteró sus palabras de renuncia a las represalias, con la expresión de que la muerte es un acto de servicio, pregonando: 

"Cuando muera alguno de nosotros, cuando muera algún camarada, dadle piadosa tierra y decirle: Hermano, para tu alma, Paz. Para nosotros, ¡Por España, Adelante!". 

Pocos días después, el 23 del mismo mes, el estudiante Jesús Hernández, que se encontraba en la calle de Augusto Figueroa de Madrid, recibe un balazo que le destroza la femoral, como consecuencia del cual, tras dos días de lucha contra la muerte, fallece. Pertenecía a la escuadra 24 de la Primera Línea de Madrid. Tenía 15 años y había obtenido el carné de Falange haciendo figurar en la ficha de afiliación que su edad era de dieciocho años. Detenido su presunto asesino, Ángel García Guerra, ocurrió lo que se hizo habitual: absuelto por falta de pruebas.  

Por aquellas fechas, yo estudiaba sexto de bachillerato en el Instituto Nacional de Segunda Enseñanza “Pérez Galdós”, de nueva creación, que estaba emplazado en la calle del Barco de Madrid. Condiscípulo mío era un muchacho, no recuerdo su nombre, afiliado al partido comunista, al que llamábamos “El Ruso”, porque había residido algún tiempo en la URSS, becado por el PCE. A pesar de que nuestras ideas políticas eran totalmente dispares, nos tratábamos cordialmente. Una mañana, no puedo precisar fecha exacta, dato que carece de importancia al caso, pero que consultando los periódicos de la época es fácil obtener, me encontré con él en el cruce de la calle de San Vicente (entonces se llamaba así, a secas, sin el aditamento de Ferrer) con la Corredera Alta de San Pablo. Iba al frente de un grupo de individuos con aspecto de forajidos (siglos de hambre, miseria e ignorancia). Se acercó a mí y confidencialmente, pero con afecto, como siempre nos hablábamos, me contó: “Acabamos de tener un tiroteo con la fuerza pública”. El tal “tiroteo con la fuerza publica” había consistido en que dicho grupo se había presentado en el Instituto
Nacional de Segunda Enseñanza “Lope de Vega”, situado en la calle Manuel Silvela de Madrid, con el propósito de declarar la huelga. En ese instituto estudiaban mis dos hermanos, Enrique y Carlos. Como bastantes estudiantes se negasen a participar en la huelga, haciéndolo en forma destacada Luís Arroyo, de 13 años, el grupo que cito disparó contra él, alcanzándole dos balas, una de ellas en la frente, donde le originó un impresionante boquete. Murió en el acto. Era falangista de corazón pero, por su edad, no tenía el carné como tal. El Ruso era una excelente persona. Doy fe de ello, como debían serlo los “forajidos” que le acompañaban. Sus jefes, no. El 6 de junio cae José Hurtado García, pequeño propietario de Perogil (Jaén).

Autor: Rogelio Latorre Silva
Publicado el 28 de abril de 2007

NOTA: Queremos puntualizar que esta serie de artículos del señor Latorre se publica en Batiburrillo porque consideramos que la opinión personal de su autor (no necesariamente compartida por los editores) representa un valioso documento histórico de alguien que, por su avanzada edad, vivió en primera persona cuanto aquí se narra.

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