Desde luego que esta imagen (seleccionada entre infinidad de otras similares) lo dice todo respecto al grado de radicalidad cateta que ciertos catalanes tienen a gala exhibir. |
Recuerdo que una tarde de finales de los años 60, poco antes de la caída de la noche, que es cuando iniciaba sus emisiones la radio comunista —quizá lo adecuado sería escribir soviética—, Radio España Independiente, un amigo me pidió que le acompañase hasta el cuartel de la Policía Armada (entonces se llama así a la Policía Nacional) de la plaza de España en Barcelona, donde se hallaba instalado el ruidoso transmisor de interferencias para la “Pirenaica”. Resulta que el padre de mi amigo —en realidad conocido— era el encargado de ese transmisor, que solían interrumpir durante el día porque aturdía a todo el edificio, y el hijo iniciaba sus pinitos ayudándole de vez en cuando a ponerlo en marcha o apagarlo.
Funcionarios del régimen franquista ambos, el padre lo era y el hijo acabó siéndolo, no siempre se cuidaban con la suficiente presteza de cumplir con el seguimiento adecuado para interferir una emisora que desviaba ligeramente la señal a sabiendas de que así evitaba ser anulada al completo, de ahí que yo dedujese entonces que el Gobierno no se la tomaba demasiado en serio, e incluso le hice a mi amigo algún comentario al respecto, ya que, de lo contrario, no le hubiesen permitido tanta desidia al responsable de las interferencias. Y de ahí también, por supuesto, que la “Pirenaica” se escuchara con bastante nitidez en toda Cataluña, a veces durante varias noches seguidas.
Fuese por las informaciones que se recibían en Cataluña procedentes de Radio España Independiente, que decía poseer corresponsales en la mayor parte de las poblaciones españolas, fuese por la facilidad con la que algunos se desplazaban hasta Perpiñán, para comprar libros de Ruedo Ibérico o para ver cine político, porno o ambos —ofertados a modo de manifestaciones “culturales” que los empresarios de la ciudad gala seleccionaban especial y abundantemente para los españoles—, fuese incluso por la gran influencia de la importante colonia de franceses que en Cataluña, sobre todo en la Costa Brava norte, se establecieron como pioneros residentes o turistas de largas temporadas —el coste de la vida era mucho más bajo que en Francia—, lo cierto es que el catalán medio se sentía fundamentalmente europeo y sólo miraba hacia el continente como único referente de un estilo de vida más deseable en lo político. Y cuando hablo de continente, incluyo también a la parte oriental o sovietizada que la “Pirenaica” nos describía farsantemente como un paraíso del trabajador. Eso sí, con la caída del “Muro”, hemos visto cuánto de verdad refería la citada emisora.
Sobre el resto de España, en dirección sur, mi recuerdo es que para algunos catalanes con los que hablé del asunto en aquellos años de mediados de la dictadura, a veces incluso polemizando con ellos e irrogándome unos conocimientos que sólo mi juventud creía poseer, el tema les merecía un profundo desprecio o en el mejor de los casos el más abierto desinterés. De la España recóndita, nada contaba para los catalanes que yo conocí, salvo que afectase al desplazamiento de la consabida legión de viajantes (representantes) de sus industrias —método tradicional de incrementar las ventas en los últimos 300 años, como poco—, o en menor número influyese en la usual brigada de directivos encargados de comprar materias primas, como por ejemplo algodón, a precio de jornalero.
¿En qué ha quedado tanto esplendor de aquella Cataluña admirable? Juzguen ustedes mismo si les apetece seguir el enlace.
Autor: Policronio
Publicado el 26 de junio de 2007
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