El burro y las ovejas... A buen entendedor. |
Ayer se produjeron dos concentraciones o manifestaciones públicas. Una a cargo de las Víctimas del Terrorismo, en Madrid, que se desarrolló sin el más mínimo incidente y fue un canto a la libertad y a la justicia, destacándose en los discursos finales la sumisión del Gobierno hacia un grupo de criminales que consentidamente se burlan de la Ley y con los que, además, no se duda en negociar desde hace años para no se sabe qué. Y una segunda manifestación etarrófila en Bilbao, no autorizada por la Audiencia Nacional, que concluyó en algaradas callejeras, barricadas, estragos, cargas policiales y algo de sangre. Hasta el punto de que un acreditado delincuente, Otegi, llegó a calificarla de masacre porque alguno de sus esbirros más provocadores salió con las narices reventadas.
De modo que ya puede verse que la palabra “masacre”, cuyo significado es “matanza salvaje de personas”, no deja de ser la idónea para que los cobardes asesinos definan la actuación de unas fuerzas del orden que tratan de hacer cumplir la normativa. Naturalmente, a las pocas horas y como represalia, los etarras colocaron un artefacto explosivo en un local del PNV, partido en el Gobierno vasco que se encargó de dirigir la labor policial. Eso sí, hoy hemos conocido que Zapatero sintoniza con Otegi, al que le apreció “elementos distintos” en una entrevista publicada en La Vanguardia. Lo que no aclara ZP es a qué se corresponde esa distinción —o diferencia— que aprecia sobre alguien al que no hace mucho definió como “un hombre de paz”. Porque si el pacifista es ahora distinto, ¿en qué se convierte?
Y volviendo a las expresiones multitudinarias en las vías públicas de Madrid y Bilbao, una en demanda de equidad y la otra exigiéndole al poder lo que no es capaz de obtener en las urnas, no estaría de más relacionarlas con esas dos Españas que Zapatero ha rescatado con gran entusiasmo, como consecuencia de su postura equidistante entre el ser humano atado a la estaca, al que diríase que sujeta para que no forcejee con las cuerdas, y los terroristas que lo amenazan con darle el tiro de gracia mediante una Parabellum ya amartillada. Nada hay, pues, más ignominioso que un gobernante dispuesto a negociar indefinidamente con las alimañas, incluso entre uno y otro atentado. Nada resulta más repulsivo, al menos desde el punto de vista de un demócrata, que observar a quien le sonríe a la bicha etarra sin que haya renunciado expresamente a la violencia, la extorsión y las amenazas, actividades delictivas que siguen a la orden del día en el País Vasco.
La renuncia a plantarle cara al terrorismo es una actitud tan descaradamente pusilánime e interesada de ZP, que los dirigentes socialistas vascos la ven con total claridad como línea a seguir y ello les impulsa —como si de un mérito añadido se tratase para hacer carrera política— nada menos que a declarar igualdad de sufrimiento entre los agredidos y los agresores. Así lo han manifestado recientemente los del PSE-EE en el Parlamento vasco para justificar su apoyo a unas subvenciones destinadas a las familias de los criminales. Esa actitud, además de expresar una tremenda cobardía, puesto que ninguno quiere exponerse a ser fijado en el centro de la diana, demuestra tal grado de ruindad moral y tal desprecio hacia los socialistas asesinados, mutilados o exiliados, que lo extraño sería no ver surgir un voto masivo de protesta o de abstención en las siguientes elecciones.
Claro que, bien mirado, el votante vasco en general —y el cargo socialista en particular— debería formularse primero la siguiente pregunta: ¿Es deseable mostrarse valeroso y digno cuando quien dirige la política del Estado no lo es? Pero no lo hará, no llegará a plantearse jamás la posibilidad de entregarle su voto a un partido decente. No mientras el socialismo zapaterino maneje con tanta arbitrariedad y desvergüenza los resortes del poder y vaya dejando cadáveres de discrepantes políticos por las cunetas. No mientras el votante de a pie se informe de la labor gubernativa a través de medios tan partidistas como esa espantosa televisión que puede sintonizarse en Vasconia. Como mucho, si no lo ve claro, el ciudadano vasco dejará de votar en una o dos elecciones y no tardará en volver al redil socialista, que es una de las características que surgen cuando se recobra la idea de las dos Españas: El redil ideológico en el que se encierra a la mitad de la población.
Decía Calderón: “El que es valiente es todo lo demás”. Si se parte de la base de conceder poco o ningún valor al hecho de negociar con terroristas o de transigir con las demandas de los separatistas, cuyos crueles y arbitrarios métodos, respectivamente, generan dolor e injusticia, pocas dudan caben acerca de que esta caterva de gobernantes que ahora padecemos en España es poco valerosa y que, al carecer de todo lo demás, acabará por ser extremadamente cruel con el pueblo. Ya lo dijo el clásico: “El miedo es padre de la crueldad”. Si a eso se le añade que las personas asustadizas y en un puesto superior a su capacidad terminan por ofrecernos un espectáculo deplorable —la afirmación de que “los mansos poseerán la tierra” no incluía a los cobardes—, lo más seguro es aprovisionarse de paciencia y algún paraguas porque a no tardar puede llegarnos todo un diluvio bíblico e ir luego a más. De hecho, la orgía totalitaria comenzó hace tres años, en vísperas del 14-M.
Autor: Policronio
Publicado el 25 de febrero de 2007
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios moderados.