Ese mal llamado proceso de paz se sustenta en un juicio moral nefasto. En pretender que la paz es buena aunque se materialice a costa de la libertad de todos los españoles, de la dignidad de las víctimas del terrorismo, que lo son precisamente en defensa de la libertad, y de la justicia, garante de la convivencia que merezca tal nombre, como dique infranqueable para la venganza.
Y también se sustenta en una convicción errónea. Convicción que les llevó a pensar que diez millones de personas y sus familias quedarían amodorradas, anestesiadas ante la potencia de fuego mediático que luce el poder fáctico más peligroso, antidemocrático y totalitario que nos ha tocado sufrir: el Grupo Prisa y sus adláteres, a cuyo frente se encuentran dos prebostes del franquismo tardío, que no son otros que Don Jesús de Polanco, que se hizo rico con la EGB, se enteró antes que nadie de los nuevos programas educativos y Don Juan Luis Cebrián, Director de Informativos de TVE con Arias Navarro de Presidente del Gobierno.
Pero sus promotores políticos y mediáticos no contaron con la reacción de dos fuerzas poderosísimas: la AVT y el Sindicato del Bien, antes llamado Sindicato del Crimen. La AVT, depositaria de lo mejor de la España decente, en permanente movilización contra la rendición en nombre de todos, hizo ver al Gobierno que cualquier cesión política a la banda terrorista conllevaría un coste político, que ni siquiera los más convencidos estarían dispuestos a pagar. Y el Sindicato del Bien, ese conglomerado de medios libres, prensa, radio, prensa digital, redes de internautas, escaparate de ideas liberales y conservadoras.
Y si Zapatero antes se rindió preventivamente ante la ETA, luego se rindió, también preventivamente ante esas fuerzas poderosísimas que no consentirían ninguna cesión. Y Zapatero se asustó. Y dejó de pagar ciertas letras. Y no se atrevió a dar el paso definitivo después de cesar a Fungairiño, colocar a Peces Barba al frente del Comisariado para la Destrucción de las Víctimas del Terrorismo, hacer olvidar a Conde Pumpido su condición de garante de la legalidad, detener ilegalmente a dos militantes del PP, asistentes a una manifestación convocada por la AVT; después hacer borrar todas las huellas del hacha y la serpiente del sumario del 11-M, y tantas otras pequeñas concesiones, a entender de la banda, que ni siquiera se conformó con la doctrina de la adecuada percepción de la nueva realidad social para la interpretación de las leyes penales. Juana Chaos, de terrorista sanguinario a hombre de paz en compañía de Otegui. Y de paso la internacionalización del conflicto.
Pero en lo importante no se avanzaba: mesa de partidos, Navarra con su ribera del Ebro y futura despensa del Pais Vasco, e independencia no traumática. Y no se avanzaba porque Zapatero se asustó. Si aquéllas pequeñas concesiones ya ocasionaron más de un dolor de cabeza al Presidente, el cumplimiento íntegro de lo pactado al respecto de la mesa, Navarra e independencia, ocasionaría una rebelión cívica de proporciones insospechadas. La anestesia no había funcionado. El antídoto se reveló poderoso y de antídoto podría mutar en cabeza de la rebelión. Y ETA se ponía cada vez más exigente. Y se rearmaba. Y cuando ETA creyó conveniente soltó el zarpazo de la muerte.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 31 de diciembre de 2006
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