Hoy se celebra el día del libro en toda España. De hecho, se celebró por primera vez el 7 de octubre de 1926, pero nunca con tanto éxito como en la Cataluña de nuestros días, donde a la romántica y cultural conmemoración del libro y la rosa se le ha añadido en las últimas décadas una nada despreciable dosis de nacionalismo. Y es que no hay acontecimiento popular o atrayente, sea deportivo, cultural o pedagógico —e incluso religioso—, que los nacionalistas catalanes no deseen apropiárselo, de ahí que el día del libro (y la rosa) pase a ser tan bueno como cualquier otro para hincarle el diente y fijarle la marca de rigor. De los acontecimientos políticos ya ni hablemos, por obviamente instrumentalizados, como el 11 de septiembre.
La prueba de la apropiación —indebida— la tenemos es esa obligada “senyera” (bandera catalana) que debe rodear a modo de faldón cualquier puestecillo de venta que las librerías acostumbran a sacar fuera de sus establecimientos, unos puestecillos que a veces ocupan gran parte de las aceras y que no estarían bien vistos en el caso de no contar con la correspondiente seña de "identidad patria": la cuatribarrada que los envuelve desde el tablero hasta el suelo.
Luego nos encontramos con la tradicional rosa, que para ser considerada auténtica y “propia” debe ir adornada igualmente con una cinta que incluya los colores de la “senyera”, un hecho que la convierte, con independencia de la profesión de fe política que posea el receptor, en este caso la receptora —la tradición marca que las rosas son para ella y los libros para él— en el portador del eslogan “lleve el nacionalismo a casa”. Así, vemos en un día como hoy, por las calles catalanas, a miles de personas que llevan consigo o pasean junto a la única enseña que oficialmente se respeta y se promociona en esa región de España: la senyera.
Nada que alegar a un hecho de elevación poética semejante si no fuera de decoración nacionalista forzada y sólo de unos años para acá. Nada en contra de esa hermosa bandera catalana, si no fuese por el “yo, me, mí, conmigo” que el nacionalismo le adosa. Ningún reparo a que prolifere ondeante en cuanto mástil sea necesario, dentro y fuera de Cataluña, a condición, claro está, que no se arrincone la de la madre patria española. Es decir, juntas y orgullosas la de papá y la de mamá. Nada que oponer, por mi parte, a una conmemoración de semejante fuerza cultural que debería permanecer muy alejada de toda reivindicación nacionalista, es decir, partidista. Pero desgraciadamente no es así, hasta el punto de que se habla ya del cambio de fecha en la “Diada” (día de Cataluña), rumor que el diario La Vanguardia (antes Española) secunda mediante esta carta de una lectora:
“Hace tiempo que se habla de un cambio de fechas de la Diada, del 11 de septiembre al 23 de abril. Creo que sería todo un acierto.
Primero, porque el día de Sant Jordi es el paradigma de unos valores que compartimos todos los catalanes y que reflejan cómo somos. Es sinónimo de civilidad, orgullo por lo nuestro, refinamiento y cultura y por qué no, de un cierto romanticismo.
Segundo, porque dejaríamos de festejar una derrota que ahonda en una concepción errónea del victimismo.
Tercero, porque el día de Sant Jordi pasaría a ser festivo. Un deseo, creo, ampliamente respaldado por el pueblo catalán”.
Por si alguno no lo sabe, la festividad del libro se inició en España para conmemorar al más grande de nuestros genios de la literatura: Miguel de Cervantes Saavedra, que falleció un 23 de abril. Pero decir algo así, en la Cataluña catalana del presente, es exponerse a que a uno le llamen facha, además de centralista. Por eso no voy a decirlo.
Autor: Policronio
Publicado el 23 de abril de 2007
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios moderados.