martes, 10 de abril de 2018

La muerte de lo español como reclamo electoral


 En una sociedad cada vez más uniforme, la libertad de los nacionalistas es entendida como la capacidad de proferir constantes insultos hacia España -y poco más, porque ahí cerca se termina la libertad-, los cuales se ven con naturalidad y simpatía. Pero en el fondo se mantiene el temor de que alguna vez el insultado pueda volverse de frente para exigir que no le insulten. Y, por lo tanto, el hecho de que esos insultos impliquen una sanción se contempla como censura o fascismo. En el caso Rubianes, ni una sola voz autorizada se ha levantado en toda Cataluña que ampare el derecho de los españoles a defenderse. Más bien al contrario, todos los medios de comunicación y la inmensa mayoría de los políticos e intelectuales, se han colocado del lado del agresor. Es más, si a alguien se le hubiera ocurrido apoyar la decisión del Ayuntamiento de Madrid, hubiera sido inmediatamente considerado un fascista, sin posibilidad de perdón y tratado como un enemigo de por vida. Y eso sin decir nada de Cataluña.


De lo anterior no se puede sacar más que una conclusión: la sociedad catalana o, al menos, la parte de la sociedad catalana que da la cara, se considera con el derecho de insultar a España en los términos en los que le plazca, pero a su vez no reconoce el derecho de España a defenderse. Es más, en el caso de que lo haga, será considerado como un país fascista y como un enemigo, siendo siempre España el agresor aun cuando sea el agredido, y siendo siempre España el estado fascista aun cuando sea el insultado.

Pero he aquí que nos encontramos con una última vuelta de tuerca, que se da cuando es el propio gobierno de España quien sistemáticamente insulta a España, llegándose a la paradoja de que es el propio enemigo quien se desconstruye -más bien se destruye- a sí mismo. En este caso los nacionalistas catalanes pueden ahorrarse las energías normalmente destinadas al lagrimeo. Sin sufrir desgaste ni pérdida de fuerzas, pueden cruzarse de brazos mientras disfrutan del suicidio ajeno. Y pueden dedicar su esfuerzo íntegro a aniquilar todo lo español sin preocuparse por lo que les digan desde fuera. 

La sorpresa llega cuando escuchan las palmadas y los vítores que continuamente llegan desde la Moncloa:

- Mátalos, que no quede ni un puto español. Que no se hable ni una puta palabra de español. Que no se cuelgue ni un puto letrero en español. Que los niños españoles sean perseguidos, castigados, expulsados, si hablan en puto español. Que se amenace hasta que se vaya a todo aquel que se sienta español. Es tiempo electoral: machaquemos definitivamente al puto español.

Fanaticémonos un poquito más. Jodamos a la gente. No la dejemos vivir en paz. Acabemos con ellos de una vez. Ahora que podemos. Es nuestra oportunidad. Venganza. Fin.

Autor: Janario
Publicado el 16 de septiembre de 2006 

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