El juez progre-pijo-rojo de la melena al viento y pose de candidato a estrella de prensa rosa, acumula ya un largo curriculum de “interpretaciones” legales que permiten siempre -¡oh casualidad!- que asesinos etarras o cómplices batasunos queden en libertad, impunes por sus actos. La evidencia queda desmantelada mediante el simple ejercicio de sentenciar un “no se ven”, “no se aprecian”, “no pueden deducirse” o “no constan”, a los que simplemente queda añadir el complemento “datos objetivos”, para justificar de forma bochornosa la solución “ajustada a derecho”, que permite el descenso hacia la nada de la actual Justicia española. De esa miopía legal voluntaria, al desprecio de la carga obvia de la prueba, no es de extrañar el resultado, ya que tanto los leguleyos defensores de los infames, como los fiscales del Estado “acusador”, saben que sólo hay dos clases de abogados: Los que conocen la Ley, y los que conocen al juez. Nosotros, para vergüenza nacional, empezamos a conocer a los jueces.
Todo forma parte del precio y la pantomima. Artificios “marketinianos” para ajustar la otra ley: la de la oferta y la demanda. Igual que las “amenazas” de ruptura de la tregua terrorista. Simples hitos en el camino de acondicionamiento mental de la opinión pública. Por un lado, vemos, impotentes pero esperanzados, como algunos “justos” se rasgan las vestiduras ante la posibilidad de que sanguinarios como de Juana Chaos -que hoy copia la exitosa estrategia depresiva del chorizo convicto Rafael Vera, en versión dieta voluntaria- puedan quedar en libertad, pero que finalmente y gracias a la dignidad y la fuerza de la razón que aún pueda quedarle al Estado de Derecho, se consigue detener, siempre in extremis, la ignominia que iba a producirse con su excarcelación, con la consiguiente “alarma social”. “¡De buena nos hemos librado! Menos mal que quedan jueces decentes”, nos decimos, mientras empezamos a ser conscientes que la catástrofe sólo queda en suspenso, pendiente del siguiente intento.
De otra parte, los aspavientos de “racionalidad” de los Otegi y demás fuerzas de paz, partidarias de resoluciones de konflictos, van ajustando inexorablemente los machos, advirtiendonos de que la pesadilla no ha terminado y que en cualquier momento pueden perder su generosa paciencia si persistimos en los ataques a sus derechos. Todo, para que en el momento propicio de este teatral tira y afloja del regateo embustero en el que el mercader ZP tenga la impresión de que aceptaremos, por cansancio o agotamiento, una vida sin sobresaltos continuos, y resuelva con una sonrisa la incógnita en la ecuación del precio justo que estamos dispuestos a pagar porque se alcance de una maldita vez el equilibrio entre la oferta y la demanda.
Recomiendo repasar los parámetros y fundamentos de la ley de mercado enlazando desde la imagen una descripción abreviada de la misma. De esa forma no nos llamaremos a engaño con lo que nos espera. A mayor precio, baja la demanda y viceversa, a menor precio, la demanda crece. Aquí el problema no es el precio, sino lo que se negocia: ¿Su paz, o nuestra dignidad? Sí, he dicho la nuestra. Porque ese es el verdadero meollo de la cuestión: El artículo que se vende y que no corresponde a los indignos agentes comerciales que se han erigido a sí mismos en subasteros de un bien común que no les pertenece. Como no les pertenece el sacrificio de las víctimas a las que no permiten olvidar y atenuar su condición, ya que apuestan por la perpetuidad de la misma y la extensión de ese adjetivo a una sociedad española que no percibirá ni un solo euro de beneficio por la venta ilegal de su único patrimonio: su libertad y su conciencia.
De ahí, la inmoralidad de los interlocutores. De ahí, el colaboracionismo con banda armada de la “Justicia” partidaria de ZP. De ahí, su “paz” que sólo a ellos beneficia. De ahí… el silencio de los corderos.
Autor: Perry
Publicado el 26 de agosto de 2006
Autor: Perry
Publicado el 26 de agosto de 2006


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