Si hubiese que definir en una frase el ofrecimiento de Pujol a los distintos gobiernos de España que carecieron de mayoría absoluta en el Parlamento de Madrid, esa frase no andaría demasiado alejada de la siguiente: "Yo te doy mis votos y tú me dejas hacer aquí". Y así ocurrió, en efecto, durante varias legislaturas con gobiernos en minoría, fuesen socialistas o del PP, cuyos mandatarios miraron para otro lado, demostrando una pobreza de espíritu inconcebible, mientras se aceleraba el adoctrinamiento en Cataluña, se magnificaba una Historia propia catalana que nunca existió y se redactaban leyes, como las de normalización lingüística e inmersión educativa en catalán, que constituyen verdaderas aberraciones desde cualquier punto de vista democrático que se observen.
Por imposición de Pujol y asentimiento de unos presidentes irresponsables del Gobierno, ni la Alta Inspección del Estado en materia educativa pudo desbrozar la maraña de cuanta falsedad y desprecio se inculcaban en las aulas catalanas, ni el Tribunal Constitucional llegó a entender sobre la Ley de Normalización Lingüística y sus secuelas. Un pacto espurio entre Pujol y el presidente de turno del Gobierno de España evitó al menos en dos ocasiones que el alto tribunal homologase la inmoralidad idiomática que los habitantes de Cataluña vienen soportando desde hace tantos años. Ahora, con el nuevo Estatuto, igualmente pactado entre sendos absolutistas de la política (ZP y Mas), la discriminación lingüística en Cataluña puede llegar a ser de cadena perpetua y sin posibilidad alguna de redención de pena.
Un plan semejante al expuesto, ideado por Pujol a partir de su rencor al franquismo y su nula capacidad para comprender que España entera fue rehén del dictador, sólo podía ir destinado no a mejorar la comunidad que supuestamente idolatra, sino a que su persona pasase a la posteridad como el salvador de una patria al fin recobrada, cuando en realidad solamente el diseño o el artificio le dan alguna solidez a su proyecto, aún en vigor para los convergentes. Pero diríase que al prohombre no le importaba demasiado la falta de honestidad con la Historia de Cataluña o la de España en su conjunto, a fin de cuentas la entelequia creada representaba concederle todas las bazas a su propio ego.
Sí, estoy convencido de que Jordi Pujol nunca ha querido a Cataluña ni la mitad de lo que se ha querido a sí mismo. Es más, aseguraría que jamás ha sido un demócrata y me baso en esa vuelta de tortilla que intentó darle a la dictadura franquista que tanto criticaba, no sin alguna razón. Torpe no le creo, ni de lejos, pero sí imbuido a fondo de ese sentimiento raquítico que no es capaz de asimilar el todo y prefiere concentrarse, como un déspota al austracista modo -período absolutista que siempre ha deseado recuperar-, en moldear tan sólo la parte de arcilla que huellan sus pies.
Pujol no cesaba de repetir a sus conciudadanos una frase harto significativa: Hem de fer país (literalmente, Tenemos que hacer país). Y vaya si lo hizo, hasta el extremo de convertir en aborrecimiento o, en el mejor de los casos, en marcada indolencia cualquier sentimiento de simpatía que más de la mitad de los habitantes de Cataluña, oriundos de otras regiones españolas o con importantes lazos afectivos en ellas, pudiesen haber sentido abiertamente de no haber mediado un adoctrinamiento tan despreciable, a causa del cual hoy es preciso disimular esa simpatía para no enemistarse con los mandatarios del Régimen. Por eso mismo digo que los militantes de CiU -y si se me apura sólo los de Convergencia-, en el supuesto de que desearan sobreponerse al futuro incierto que les aguarda mientras Pujol o Mas, su lacayo, controlen la coalición, deberían iniciar cuanto antes una refundación sin complejos y con un marcado sentido práctico, alejándose de los principios ideológicos del pujolismo, tan desastrosos para Cataluña, y buscando como referente el catalanismo de Cambó. Es decir, mostrándose orgullosos de su catalanidad -razones ciertas no les faltan, no hay por qué inventarlas-, pero sin que ello implique el desprecio de nadie.
Cómo se hace una cosa así es algo que ignoro, porque desconozco los entresijos de ese gran cúmulo de intereses que envuelve a Convergencia, donde además se halla enquistada buena parte de la prole de su fundador -que el nepotismo tampoco le es ajeno- y los Pujol-Ferrusola no dejan de tener barra libre en el partido. Ahora bien, creo conocer a los catalanes en general, no en balde he residido en esa querida tierra durante 40 años, y sé que es mucho el talento, el desinterés y la hombría de bien que allí es posible encontrar. Y digo yo, ¿entre tanta gente valiosa no habrá un Cambó que ponga orden y sea capaz de achicar el estanque dorado hasta convertirlo en pradera?
Autor: Policronio
Publicado el 18 de noviembre de 2006
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