domingo, 25 de marzo de 2018

Santiago Carrillo y Paracuellos. Testimonios (V) Santiago Carrillo

Imagen de Carrillo para la entrevista de
El País Semanal
Nuevo testimonio sobre las responsabilidades de Carrillo en las matanzas de Madrid en noviembre de 1936. Y nuevamente acudimos a las palabras del propio acusado: el marxista Santiago Carrillo Solares, secretario general de las Juventudes Socialistas Unificadas. El año pasado, en una entrevista llevada a cabo por la ultraizquierdista María Antonia Iglesias y que fue publicada en el diario El País, al anciano ex consejero de Orden Público le traicionó el subconsciente o sencillamente tuvo la desfachatez de declararse responsable de la matanza de dos mil militares de derechas. "Sólo" dos mil.


Carrillo confiesa su responsabilidad cuando dice: "La 'ú-ni-ca' decisión que yo tomé -ejercía la Consejería de Orden Público tras la salida de la capital a Valencia del Gobierno de la República- fue respecto a aquellos dos mil militares que estaban en la cárcel de Madrid porque se habían sublevado en el Cuartel de la Montaña y decidí trasladarlos a Valencia... Puse aquella misión en manos de mis colaboradores de la  seguridad del traslado... y la gente que ya había sufrido los ataques fascistas se lanzó a por ellos y la  guardia que iba custodiándolos no los defendió...


...Si alguna responsabilidad tuve yo de aquello fue la de no tener capacidad para controlar y castigar a los responsables..., fue una desgracia tremenda, pero hubiera sido mucho peor que se hubieran unido al Ejército que estaba atacando a Madrid... Yo he soportado esta calumnia de Paracuellos, que tendré que soportar en esta vida".

Nótese cómo Santiago Carrillo se refugia en la masacre de los 2.000 militares del Ejército español asesinados para ocultar los otros seis mil asesinados

Miente Carrillo cuando dice que eran esos dos mil presos y sublevados en el Cuartel de la Montaña, ya que los efectivos militares de aquel episodio no llegaban ni con mucho a esa cifra, porque las unidades militares, por los permisos veraniegos, estaban muy reducidas. Y al Cuartel de la Montaña se incorporaron muchos falangistas, requetés y otros civiles. Pero las cifras de muertos del Cuartel dejan muy escaso número para los supervivientes. Las cifras son éstas. Los muertos del día 20 de julio fueron 316, de los cuales, 116 eran jefes y oficiales -38 cayeron en el cuarto de banderas- más 200 civiles, falangistas y requetés, lo que da un total de 516. Los dos mil de los que habla Carrillo no eran los supervivientes del Cuartel de la Montaña -número escaso- sino la mayoría civiles, de profesiones liberales, estudiantes, sacerdotes, y religiosos, que acabaron asesinados en Paracuellos, y no por las turbas exaltadas que dice Carrillo, sino por esos guardias que los custodiaban y que eran las milicias de retaguardia a las órdenes de Carrillo. 

Porque Paracuellos era el destino de aquellas víctimas y no Valencia, como dice falsamente. Ahí están los oficios de aquel trágico traslado firmados por su ayudante Segundo Serrano Poncela y el destino falso que se simulaba era Chinchilla (localidad de la provincia de Albacete donde se situaba un antiguo establecimiento penal). 

La decisión de eliminar a los presos que había en las cárceles era consecuencia también de las presiones de los soviéticos, ya presentes en Madrid: Mijail Kolsov, enviado especial del periódico «Pravda», en su libro «Historia de la Guerra de España», escribió que, ante el avance de las tropas nacionales, «había que eliminar a esos ocho mil presos fascistas». 

Este trabajo ya lo había comenzado a dirigir la diputada comunista Margarita Nelken, pues contaba con el beneplácito del director general de Seguridad Manuel Muñoz, y el ministro de la Gobernación, el socialista y siniestro Ángel Galarza antes de abandonar Madrid el gobierno rumbo a Valencia el día 6 de noviembre de 1936. Al día siguiente, 7 de noviembre, Carrillo se hace cargo de la Consejería de Orden Público de la Junta de Defensa y son las milicias de retaguardia, a las órdenes de Carrillo, las que van a intervenir directamente en los fusilamientos de Paracuellos. 

Miente Carrillo una vez más cuando le dice a María Antonia Iglesias: «Es verdad que yo no pude defender a aquella gente con eficacia y llevarla a Valencia con seguridad», porque lo de llevarlos a Valencia era una fórmula que falseaba su destino verdadero, que no era otro que el de las fosas de Paracuellos. A los familiares de los presos se les decía que iban camino del penal de Chinchilla. Fue la primera gran operación de genocidio, de dimensiones desconocidas hasta entonces, encomendada a aquel aparato exterminador de las milicias de Retaguardia bajo el mando de Carrillo. 

Autor: Smith
Publicado el 11 de julio de 2006

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