lunes, 12 de marzo de 2018

La razón del éxito de Pío Moa


Moa es el autor de una brillante trilogía sobre la Segunda República y la Guerra Civil Española (1), que remata a modo de epílogo con el best seller “Los mitos de la Guerra Civil”, resumen-compendio de los tres anteriores. Para entender la razón del éxito masivo que ha tenido esta obra, de carácter técnico, hay que retrotraerse un poquito en el tiempo.

En los albores de la democracia, los “padres” de la Historiografía patria elaboraron en plena transición, mediante consenso (2), una versión “modelo” de Memoria Histórica. El trabajo fue realizado en un momento de construcción ideológica, fruto de un proceso de integración de diferentes corrientes, para que no fuera precisamente la Memoria un obstáculo para el cambio hacia la democracia. A fin de alcanzar esa versión edulcorada y oficial se desecharon, taparon e ignoraron importantísimos documentos, así como fuentes históricas, opiniones, personajes y hechos para que esos documentos “apócrifos” no pudieran diluir el mensaje del nuevo “Evangelio”.


Pero ya desde los primeros años de la recién nacida democracia, la actitud de los historiadores de izquierda fue emprender un paulatino pero incesante camino hacia la desnivelación de la balanza de esa Memoria Histórica pactada, con la complicidad indirecta de la derecha política que renegó de la defensa de su pasado, ante el pánico a ser considerada franquista o neofranquista. Y así fue creándose una “versión oficial incontestable” (que en cualquier caso no era más que un acomodo de la realidad) de la historia de la II República y la Guerra Civil, o al menos eso creyeron los agradecidos catedráticos y desde luego los políticos de izquierda que les propiciaban la buena y pesebrera vida.

Pasados los años, la lenta labor de socava de este grupo de “historietadores” decantó de tal modo la balanza de un bando a favor del otro, que nuestro cine —atento a donde había que ponerse para situarse al sol que más calentaba (un sol que subvencionaba) y apoyándose en la nueva “versión oficial post Transición”—, encontró el filón de las películas sobre la Guerra Civil. Esas en las que unos malos, malísimos mataban a mansalva y sin remordimiento a unos buenos, buenísimos. Tanto se prodigaron esos filmes, con éxito relativo, que sobresaturaron el supuesto interés por el tema. Eso sí, sin apenas contestación, se crecieron nuestros “peliculeros”, nuestros “politicastros” y nuestros “historietadores”, que anduvieron juntos de la mano como miembros de una iglesia, laica pero iglesia, o por mejor conocida como la Secta.

No tuvieron en cuenta que por la proximidad de los hechos en el tiempo, quién más quién menos había tenido que sufrir a algún abuelo contando sus batallitas, y que éstos, aproximadamente en un 50%, lucharon en el otro bando. Por tanto la “versión oficial”, que a esas alturas se nos presentaba ya más panfletaria que rigurosa, no coincidía para nada con más de la mitad de las versiones que escuchamos de nuestros mayores, compuestos por los combatientes de derechas y los eternos olvidados: anarquistas y trotskistas, acallados en todas las versiones oficiales, tanto la franquista de los años 40-50, como la de la democracia de los 70-80.

Y de repente, en el cambio de siglo, estos nietos tuvieron noticia de que circulaban unos libros sobre la República y la Guerra, cuya versión historiográfica no correspondía a lo que habían estudiado en el “cole”, ni a lo que salía en la tele, habían visto en las películas o leído en otros libros, sino que se parecía bastante más a las historias de sus ancianos antecesores. Y eso tuvo dos consecuencias casi inmediatas:
1. Generar la curiosidad de la novedad, buena o malsana, según se mire, pero curiosidad al fin y al cabo. 2. Revestir a esta novedad de un tinte de rebeldía, que siempre da considerarse el contrapunto del sectarismo apoltronado en la "versión oficialísima".

Y todos los que por aquel entonces se acercaron a leer a Moa pudieron comprobar que sus libros se habían documentado en aquellas fuentes desechadas, olvidadas y, a lo que se ve, prohibidas por los insignes cátedros: fuentes casi todas provenientes de personajes comprometidos con la izquierda y el republicanismo, para más inri. Y encima los libros estaban documentados extensa y prolijamente, hecho que le daba a esas obras un valor y credibilidad incalculables, a la par que dejaba en una situación incomodísima a los “oficialistas”, que quedaban con el “culete” al aire ante los demoledores argumentos del escritor vigués.

Pasaron los “acatedrados” —más que catedráticos, pues no consiguen dar brillo a la silla, sino que la silla les da brillo a ellos— de ser los historiadores a convertirse en “histeriadores”, porque su reacción fue furibunda al pillarles desentrenados el asunto. Tantos fueron los años sin contestación, sin oposición, sin plantear dudas en su credo, que el éxito rotundo de Moa los situó fuera de juego y la estrategia que escogieron para minimizar a don Pío resultó ser equivocadísima:

-Primero; el hecho de que Moa consiguiera presentarse como el rebelde que lucha contra la postura reaccionaria, que en este caso personificaba el ámbito universitario al intentar preservar su verdad absolutista, le otorgó a don Pío las simpatías de una gran parte de la población que tradicionalmente, a veces más por tocarle la gaita al que manda que por real apego al inconformista, se entrega a éste sin paliativos.

-Segundo; la estrategia elegida por el aparato académico para luchar contra esa vía de agua en el cascarón de su vieja nave, fue denostar mediante el ataque indiscriminado a la versión emergente de la Guerra Civil que presentaba Moa —y contra su autor—, antes que desmontarla contraponiendo punto por punto con la “verdad absoluta” de la que eran garantes. Esto generó dos efectos no calculados y perjudiciales para ellos:

1. No se aprovecha la ocasión para volver a difundir el “dogma”, perdiendo la propicia ocasión que otorga el interés por el tema en una gran parte de la población. Quizá porque los apoltronados pensaban esta lucha ganada antes de la batalla.

2. Al plantear la guerra en terreno contrario, intentando desprestigiar la obra que criticaban, la situaron en el centro de la discusión y le dieron un papel protagónico, otorgándole la capacidad de atención del público. Ese fue el más grave error estratégico. Además, esta decisión exigía de la crítica que fuese brillante, convincente y demoledora, porque en caso contrario el tiro sale siempre por la culata. Del crítico se exige el conocimiento profundo de la obra a desmontar, pero algunos inquisidores que se aprestaron a este juego (Moradiellos, Reig Tapia, Preston…) o bien ni siquiera habían leído los libros, o bien no los habían comprendido, lo que propició la fácil respuesta de don Pío y que más de uno tuviera que volverse con el rabo entre las piernas.

Todo esto, a fin de cuentas, es lo que le ha otorgado la popularidad al señor Moa, y también un cierto carácter de adalid de la otra Memoria Histórica, la de los olvidados en la historiografía escrita desde el poder y la oficialidad de la izquierda. Y ahí reside su fuerza.

Autor: Pedro Villa Isorna
Publicado el 28 de abril de 2006


Notas:

(1)
PÍO MOA RODRÍGUEZ, "Los orígenes de la guerra civil española" Ediciones Encuentro, Madrid 1999, 448 Pgs.

PÍO MOA RODRÍGUEZ, "Los personajes de la República vistos por ellos mismos" Ediciones Encuentro, Madrid 2000, 445 Pgs.

PÍO MOA RODRÍGUEZ, "El derrumbe de la Segunda República y la guerra civil" Ediciones Encuentro, Madrid 2001, 604 Pgs.

(2)
WIKIPEDIA, sobre el revisionismo

“El revisionismo histórico es el estudio y reinterpretación de la historia, considerado en muchos casos como pseudociencia, practicado por historiadores que se oponen al consenso histórico mayoritario, sin aportar necesariamente materiales que sustenten sus nuevas afirmaciones.”

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La bibliografía sobre la guerra civil española es gigantesca. Se ha dicho que supera ampliamente a la existente respecto a cualquier otro gran conflicto del siglo veinte, incluida la segunda guerra mundial, y es cierto. También hay que reconocer que ese gran caudal de memorias, investigaciones, valoraciones y análisis, no ha asegurado hasta el momento presente la existencia de un marco interpretativo de consenso sobre los acontecimientos políticos y militares del período, especialmente respecto a la zona republicana. 

COMBATE POR LA HISTORIA por Ateneo Libertario Virtual
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MEMORIA Y DESMEMORIA DE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA por José Antonio Pérez Pérez
La transición política española constituye mucho más que un convulso periodo de nuestra reciente historia. Fue, y es, ante todo, una verdadera construcción ideológica. La necesidad de presentar y escenificar la reconciliación de las dos Españas tras la guerra civil y la dictadura franquista facilitó el éxito y la consolidación, no sólo de un determinado modelo de transición política, a pesar de sus incansables apologetas, sino de un modelo de memoria histórica. Podría incluso afirmarse que ese pretendido ejemplo de convivencia y madurez, del que dieron cuenta las mentes más preclaras de nuestra clase política, ha ido adquiriendo la categoría de verdadero mito gracias a la consolidación de un determinado consenso de la memoria que ha forjado de una manera un tanto artificiosa la memoria del consenso.

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…Habló el oráculo por la pluma de Javier Tusell, y ya mis conocidos y amigos supieron lo que debían pensar: los “historiadores serios” habían llegado en su día a un consenso sobre la República y la guerra civil, y aquel iconoclasta de Moa había osado perturbarlo cuando además no formaba parte de la curia académica, cuando no era, ¡horror!, sino un amateur.

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