Hoy es uno de los peores días de la historia de España. Una historia repleta de numerosos episodios gloriosos y otros ciertamente infames. De entre estos últimos, el más alevoso debe producirse esta mañana: El fin de España, de la Constitución española y de la democracia. Una caterva de aprovechados y traidores encabezada por ZP e integrada por diputados socialistas, comunistas y nacionalistas, todos ellos de escasa moralidad e interesados exclusivamente en el poder, han decidido aprobar un estatuto de autonomía para Cataluña que es lo más aberrante, liberticida y opresor que imaginarse pueda y que fulmina la unidad de la nación y la igualdad ante la Ley.
Nada podemos hacer los demócratas, y bien que lo siento, para evitar una fechoría de semejante calibre. En cualquier nación de este mundo que no se halle sometida a la tiranía o a la ofuscación adoctrinada de su población —como ocurre sobre todo en Cataluña pero también en buena parte del resto de España—, un acto así sería considerado el más grave de los delitos: Lesa patria. Si habitásemos en un Estado democrático, con separación real de poderes, los promotores de tal indignidad probablemente serían sometidos a juicio, condenados a prisión e inhabilitados de por vida para cualquier cargo político. Aquí no será así, al contrario, a los parlamentarios felones quizá los declaren hijos predilectos de Cataluña, territorio en el que su población pasará a contar con unas leyes propias de marcado carácter soviético. Sí, es muy posible que los traidores a España se salven de acabar entre rejas, pero la Historia los condenará rotundamente. No tengo ninguna duda.
Publicado el 30 de marzo de 2006
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