jueves, 22 de marzo de 2018

El Rey de la Magia

Foto: Perry
Carlos Bucheli i Sabater, de nombre artístico Carlston, sucedió en 1932 al prestidigitador Joaquim Partagás, fundador en 1881 de la famosa tienda mágica sita en la calle Princesa 11 de Barcelona. Yo conocí personalmente a Carlston en mi adolescencia después de lograr vencer mi timidez natural (tras varios intentos) al atreverme a entrar finalmente en su minúsculo y misterioso establecimiento, cuyas vitrinas anunciaban el descubrimiento de grandes secretos y maravillas.

Siempre me había sentido atraído por el misterio y devoraba los escasos libros que sobre la materia se publicaban por entonces. Sin embargo esa curiosidad no era consecuencia, como podría entenderse, de una temprana vocación escénica, sino más bien el fruto de mi naturaleza investigadora y deductiva, que perseguía el descubrimiento de las habilidades necesarias para convertirme en lo que yo denominaba “hombre de poder”. Carlston sabía cómo averiguar y potenciar lo que veía en su joven cliente, pues con una mirada inquisitiva y cuatro preguntas “casuales”, indagaba en mi mente desvelando y orientando mis íntimos anhelos.


Amparado por el subyugante ambiente del pequeño recinto lleno de extraños y exóticos objetos, él mismo realizaba los trucos ante mis narices siendo yo su único espectador, sabedor de que con independencia del “efecto mágico” que ponía en escena, yo miraba siempre más allá esperando advertir pistas en sus ademanes, y poniendo toda mi atención en el desarrollo y elementos de su representación. De nada me servía. Su habilidad principal como “hombre de poder” era precisamente el desvío de esa atención sobre el objeto del juego, a base de las atractivas historias que me contaba mientras ejecutaba, “como quien no quiere la cosa”, la transmutación de las cartas cualesquiera que yo custodiaba entre mis manos, en los cuatro ases de la baraja reunidos y materializados milagrosamente entre mis dedos sin que él hubiera intervenido aparentemente en su manejo. Su sonrisa afable, ante mis mayúsculas sorpresas, no hacía sino incrementar mi excitación interior ante la perspectiva de que poco más tarde yo mismo pudiera estar en posesión del secreto y pasara a formar parte de la cofradía mágica reservada a los hombres de conocimiento y poder. 

Guardo un cariñoso recuerdo del apreciado maestro Carlston, del que aprendí que para mantener la ilusión hay que contar con las ansias ajenas de presenciar lo imposible y que para ello es vital lograr la participación del público, que certeramente enajenado, es la única garantía necesaria para el éxito de la función. El principal ingrediente de ese éxito es pues jugar y manipular los deseos y esperanzas de los demás ofreciendo por breves instantes el escape a un plano de realidad “diferente”, donde todos seremos capaces de admitir que, aunque sepamos que hay truco, la satisfacción personal de sentirnos partícipes testigos del logro mágico compensa sobradamente el olvido del precio de la entrada al teatro.

Cajas, dados, cubiletes, chisteras, pañuelos, barajas, cuerdas y artilugios diversos. Chácharas y despistes verbales como varita mágica ineludible. Herramientas de lo “inexplicable” para el reemplazo momentáneo de lo real por la ficción gratificante. Para hacer aceptable por nuestro cerebro “pensante” lo que sabemos que no tiene fundamento y choca con la ley física más elemental. Ponemos tanta ilusión en desear que el engaño se convierta en realidad, que el gran prestidigitador tiene la mitad de la faena hecha. La aparición de la blanca paloma entre sus truculentas manos incluye garantizar que no se asfixie en su zulo oculto antes de poder ser mostrada al público expectante en el clímax de un burdo cambalache de atrezzo. Para ese fin son igualmente importantes los ayudantes del mago, colaboradores imprescindibles en el escenario para poner en trance al personal mediante el corrimiento continuo de cortinas y bambalinas que nos hagan creer que, en nuestra fascinación, el símbolo vivo de la paz que bate sus alas ante nuestros atónitos ojos, nace de la nada por generación espontánea y sólo a causa de la habilidad invocadora de un mediocre comediante que, enfundado en un frac alquilado que le viene grande, tiene también el sueño juvenil de llegar a convertirse en un “hombre de poder”.

Autor: Perry
Publicado el 26 de junio de 2006

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios moderados.