Los grandes maestros de la teoría política poseen el don de comprender la condición humana de quienes ejercen el poder. Los razonamientos de tales teóricos suelen ser intemporales y a menudo ejemplifican circunstancias autoritarias que suelen pasar desapercibidas en su momento y que se repetirán varias décadas o incluso siglos más tarde. Uno de esos grandes maestros es Jean-François Revel, a quien en Liberalismo.org, la casa madre de Red Liberal, le tienen dedicada una de sus páginas.
Estos días he comenzado a leer un libro, publicado por Maurice Joly en 1864, cuyo llamativo título es “Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo (1469-1527) y Montesquieu (1689-1755)”. No sé si las fechas entre paréntesis las incorporaba la edición original, pero desde luego sí van incluidas en la versión que ha llegado a mis manos. Ignoro, asimismo, lo que me parecerá el libro cuando lo haya terminado, pero la introducción [10 páginas] a cargo de Revel es una auténtica joya. De entrada demuestra, cotejando párrafos, la falsedad en la autoría de los supuestos Protocolos de los Sabios de Sión, algo que por sí mismo bastaría para concederle un gran crédito al mencionado libro de Joly y al prefacio del ilustre liberal.
Con todo, lo más espectacular de la introducción del académico Jean-François Revel es una serie de párrafos, basados en el texto de Joly, que parecen haberse elaborado con la intención de describir la actitud poco democrática de Rodríguez Zapatero o de sujetos semejantes. Veamos algunos de esos párrafos:
"[Joly] Expone y desarrolla la idea de un despotismo moderno, no comprendido en ninguna de esas categorías dentro de las cuales la historia del siglo XX nos ha enseñado a distribuir los diversos tipos de regímenes posibles, y menos aún en las categorías de Montesquieu.
El problema propuesto consiste en saber cómo puede injertarse un poder autoritario en una sociedad acostumbrada desde hace tiempo [28 años en el caso de España, en 2006] a las instituciones liberales. Se trata de definir un “modelo” político que difiera de la verdadera democracia y de la dictadura brutal...
Por su parte Montesquieu, el Montesquieu a quien Joly va a pescar a los infiernos, sostiene la tesis del continuo progreso de la democracia, de la liberalización y legalización crecientes de las instituciones y costumbres que harán imposible el retorno a ciertas prácticas. ¡Ay!, cuántas veces hemos escuchado ese “imposible” optimista... y cuántas veces, a quienes me aseguran que las cosas ya nunca volverán a ser como eran antes, desearía responderles: “Tiene usted razón; serán peores”.
A ello contesta Maquiavelo que existe otra cosa o que es posible concebir otra cosa en materia de despotismo que no sea despotismo “oriental”. Y así como el despotismo “oriental”, desde la muerte de Stalin, ha demostrado ser viable en forma colegiada y sin culto de la personalidad, al cual se lo creía ligado; así el despotismo moderno, cuya teoría elabora Joly, parece viable independientemente del “poder personal” al que nosotros espontáneamente lo vincularíamos... Que el autoritarismo sea personal o colegiado es una cuestión secundaria; lo que importa es la confiscación del poder, los métodos que es preciso seguir para que dicha confiscación sea tolerada —es decir, para que pase en gran parte inadvertida— por los ciudadanos integrantes del grupo de aquellas sociedades que pertenecen históricamente a la tradición democrática occidental.
Acaso no nos hallamos en un terreno conocido cuando leemos que el despotismo moderno se propone “no tanto violentar a los hombres como desarmarlos [talante], no tanto combatir sus pasiones políticas como borrarlas [diálogo], no tanto combatir sus instintos sino burlarlos [educación para la ciudadanía], no simplemente proscribir sus ideas sino trastocarlas [memoria histórica], apropiándose de ellas”.
Joly percibe con clarividencia el papel que un régimen [inmoral] asigna a la técnica de manipulación de la opinión pública. A esta opinión... “es preciso aturdirla [no a la guerra, nunca mais], sumirla en la incertidumbre mediante asombrosas contradicciones [merecemos un Gobierno que no nos mienta], obrar en ella incesantes distorsiones [PHN, LOE anuladas], desconcertar mediante toda suerte de movimientos diversos [matrimonios gays, adopciones entre homoexuales, 80.000 abortos anuales, laicismo]...”.
...la versatilidad del jefe, al amparo de su mutismo, parece profundidad, y su oportunismo enigmático sabiduría; se olvidan los mediocres resultados de su accionar por medio de palabras pomposas, pues se termina por no distinguir una cosa de otra.
El artículo esencial de esta técnica para manejar la opinión pública se refiere por supuesto a las relaciones entre el poder y la prensa. También en este caso Joly percibe claramente que el despotismo moderno no debe de ninguna manera suprimir la libertad de prensa, lo cual sería una torpeza, sino canalizarla, guiarla a la distancia, empleando mil estratagemas [subvenciones, concesiones de frecuencias o licencias], cuya enumeración constituye uno de los más sabrosos capítulos del Diálogo entre Maquiavelo y Montesquieu.
La más inocente de tales artimañas es, por ejemplo, la de hacerse criticar por uno de los periódicos a sueldo a fin de mostrar hasta qué punto se respeta la libertad de expresión [ciertas críticas de El País]. A la inversa de lo que ocurre en el despotismo oriental, conviene al despotismo moderno dejar en libertad a un sector de la prensa (suscitando, empero, una saludable propensión a la autocensura por medio de un depurado arte de la intimidación); y, en otro sector, el Estado mismo debe hacerse periodista. Visión profética, tanto más si se tiene en cuenta que Joly no pudo prever la electrónica, ni que llegaría el día en que el Estado podría apropiarse del más influyente de todos los órganos de prensa de un país: la radio-televisión.
Uno de los pilares del despotismo moderno es, entonces, la subinformación que, por un retorno del efecto sobre la causa, cuanto mayor es, menos la perciben los ciudadanos. Todo el arte de oprimir consiste en saber cuál es el umbral que no conviene trasponer, ya sea en el sentido de una censura demasiado conspicua como en el de una libertad real. Y, por añadidura, el déspota puede contar con la certeza de que difícilmente la masa ciudadana se indigna por un problema de prensa o de información. Sabe que en lo íntimo el periodista [Losantos, Pedro J.] es entre ellos más impopular que el político que lo amordaza...
Se trate de la destrucción de los partidos políticos y de las fuerzas colectivas [acorralamiento del PP], de quitar prácticamente al Parlamento la iniciativa con respecto a las leyes y transformar el acto legislativo en una homologación pura y simple, de politizar el papel económico y financiero del Estado a través de las grandes instituciones de crédito [Banco de España, La Caixa, cajas andaluzas], de utilizar los controles fiscales, ya no para que reine la equidad fiscal sino para satisfacer venganzas partidarias e intimidar a los adversarios [caso Borrell], de hacer y deshacer constituciones... [estatutos de autonomía] sometiéndolas en bloque al referéndum, sin tolerar que se las discuta en detalle), de crear jurisdicciones excepcionales [CAC en Cataluña], cercenar la independencia de la magistratura [Poder Judicial al servicio de los partidos], definir el “estado de emergencia”, fabricar diputados “incondicionales” a la hora de las votaciones [socialistas que apoyaron el Estatut pese a haberse manifestado en contra], bloquear la ley financiera por el procedimiento de la “depresupuestación” (si el vocablo no existe, existe el hecho) [reparto de partidas en función de las simpatías políticas], promover una civilización policial [policías autonómicas al servicio de los gobiernos nacionalistas], impedir a cualquier precio la aplicación del habeas corpus [detenciones ilegales como en el caso Bono].
...nada de todo esto omite este manual del déspota moderno [elaborado en 1864] sobre el arte de transformar insensiblemente una república [o un reino] en un régimen autoritario o, de acuerdo con la feliz fórmula de Joly, sobre el arte de “desquiciar” las instituciones liberales sin abrogarlas expresamente. La operación supone contar con el apoyo popular [se buscó ese apoyo en las grandes manifestaciones del 2002-2003 y parte de 2004] y que el pueblo (lo repito por ser condición indispensable) esté subinformado; que, privado de información [basta la consigna], tenga cada vez menos necesidad de ella, a medida que le vaya perdiendo el gusto.
Por consiguiente, la dictadura puede afirmarse con fuerza a través del rodeo de las instituciones públicas. Pero, claro está, cuando se torna necesario, parafraseando una expresión de Clausewitz, el mantenimiento del orden no es otra cosa que las relaciones públicas conducidas por otros medios. Las diferentes controversias acerca de la dictadura, el “fascismo” etc., son vanas y aproximativas si se reduce la esencia del régimen autoritario únicamente a ciertas formas de su encarnación histórica. Pretender que un detentador del poder no es un dictador porque no se asemeja a Hitler equivale a decir que la única forma de robo es el asalto, o que la única forma de violencia es el asesinato.
Lo que caracteriza a la dictadura es la confusión y concentración de poderes, el triunfo de la arbitrariedad sobre el respeto a las instituciones, sea cual fuere la magnitud de tal usurpación; lo que la caracteriza es que el individuo no está jamás al abrigo de la injusticia cuando solo la ley lo ampara...
Las técnicas de la confiscación del poder en las modernas sociedades industriales de tradición liberal, donde el espíritu crítico es por lo demás una tradición que hay que respetar, un academicismo casi, donde existe una cultura jurídica, no pueden ajustarse al modelo del despotismo ruso o libio. Más aún, la confiscación del poder, cuando se realiza en tiempo de paz y prosperidad, no puede asemejarse, ni por su intensidad ni su estilo, a una dictadura, instaurada a continuación de una guerra civil, en un país económicamente atrasado y sin tradiciones de libertad."
NOTA: El texto entre [...], las negritas y los subrayados son míos
Publicado el 23 de julio de 2006
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