Para quien pueda tener alguna duda sobre la extrema violencia que practicó la izquierda en vísperas de la Guerra Civil, y dentro de nuestra habitual sección Memoria histórica, traigo hoy aquí un pequeño extracto de los escritos de Manuel Azaña, uno de los personaje que, junto a Largo Caballero y Niceto Alcalá-Zamora, dispusieron de mayor poder durante la II República y lo usaron del modo más infame. Y ello a pesar de que algunos, como el propio Azaña, narraron con posterioridad determinados pasajes del aquel horror, probablemente con la intención de descargar sus conciencias y pasar por menos repulsivos.
Hasta tal extremo llegó la violencia, que no hubo período mayor de un mes ni provincia alguna donde no permaneciese declarado el estado de excepción. Fue así a lo largo de gran parte de la etapa republicana, si exceptuamos el bienio en el que el centro-derecha ocupó el gobierno. Mi propia teoría apunta a que en caso de no haberse desatado una intervención militar de carácter derechista en 1936, la Guerra Civil se hubiera producido igualmente, si bien mediante el siguiente escenario:
1.- La izquierda, en la que incluyo a socialistas, republicanos, comunistas y anarquistas, hubiese masacrado durante meses, quizá años, cualquier posible discrepancia en la población no adicta, lo que de por sí es ya una guerra civil. 2.- Una vez sometido el pueblo a la voluntad de las diversas banderías, puesto que aquí no cabe hablar de partidos políticos ni de sindicatos, se hubiesen despedazado entre ellos, como ya ocurrió así con el POUM, formación de izquierdas prácticamente exterminada por la propia izquierda.
Veamos ahora las palabras de Azaña, referidas a su época de presidente de la República, es decir, en vísperas del inicio de la Guerra:
"El gobierno me ocultaba cuanto ocurría..., sólo me refirieron en un consejo el incendio de dos iglesias en Alcoy, llevado a efecto por el ayuntamiento en corporación. Invité a poner remedio y el ministro de Justicia se inhibió por creer que correspondía el caso al de Gobernación, el cual permaneció mudo ante las preguntas con aquella actitud en él tan fácil de indiferencia desdeñosa... Sabiendo yo que mi teléfono estaba intervenido, dije una noche de graves trastornos que estaba resuelto a no acostarme sin hablar con el ministro de Gobernación. Vióse éste obligado a llamarme... y hacia la medianoche hubo entre nosotros el siguiente diálogo:
-Le llamo para decirle que sigue el deporte.
-¿Y llama usted deporte a esa vergüenza de incendios?
-Sí, en ellos terminan las manifestaciones que antes son pacíficas.
-Pero la de hoy estaba presidida por el ministro de la Guerra y por usted mismo y ha acabado en el incendio de la iglesia de San Luis, a la vista y a pocos pasos del ministerio lleno de guardias y frente al propio despacho de usted. ¿Cómo no ha podido evitarse?
-Los guardias no lo han conseguido por impedirlo, aunque no ha habido choque, el público. Por poco queman también el convento de las trinitarias.
-Pero, ¿usted sabe quién está allí enterrado? Su profanación hubiese sido la última ignominia ante el mundo.
-No lo sé, pero se ha salvado por casualidad.
-Quien está allí enterrado es Cervantes. ¿No lo sabía usted?
-No.
-Ni lo sabía, ni le importaba, ni eso ni nada".
Publicado el 20 de enero de 2006
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios moderados.