domingo, 25 de febrero de 2018

¡Qué vergüenza de Parlamento!


Me avergüenzo del Parlamento español. No me siento representado en absoluto por esa camarilla de diputados que se niega a condenar los últimos atentados de la banda terrorista ETA. Está claro que algunas propuestas decentes, y esta si duda lo era, la mayoría del Congreso no quiere aceptarlas por el simple hecho de que proceden del Partido Popular. Se prefiere aislar a los representantes de casi media España antes que secundarles una iniciativa lógica. La sensación que tengo, a causa de este tema ignominioso y de otros similares, es que no existe democracia en España, algo que viene sucediendo ya, desde hace unos años, en el País Vasco y en Cataluña.


El Congreso de los Diputados, igual que sucede en determinados parlamentos autonómicos donde se consiente la infamia en su grado más atroz —sin que intervenga el respectivo presidente de la Cámara y llame al orden—, se ha convertido en una especie de mercado persa, por no hablar de una casa de lenocinio, en el que se compra o se vende cualquier idea que satisfaga la erótica de ese poder, amancebado y espurio, que se acordó a partir del Pacto del Tinell entre los socialistas, los comunistas y los nacionalistas catalanes. Un poder que de nuevo tiende al absolutismo como en los tiempos pre democráticos y que abusa de una mayoría parlamentaria raquítica e híbrida, con decisiones que apuntan a menudo hacia la corrupción absoluta. Y qué mayor grado de corrupción, en este caso ilegalidad, que cambiarle a los españoles el modelo de Estado y hacerlo por la puerta trasera, sin que se nos dé opción alguna a pronunciarnos.

Me abochorno de un Parlamento español, Partido Popular incluido en este caso, que en el 25 aniversario de la intentona de golpe de Estado del 23-F, siglas que nuestros escolares ignoran lo que significa, no ha tenido mejor idea que aprobar una declaración institucional que falsea la historia, atribuyéndole a los partidos y a los sindicatos un mérito que jamás tuvieron y negándole al rey de España el único papel decisivo de aquella jornada. Y esto último lo digo desde una posición crítica hacia el monarca, como puede comprobarse en más de un artículo de esta bitácora. Pero lo cortés no quita lo valiente y así debe ser si es que uno pretender servir a la verdad. Un servicio que en el Parlamento se ha omitido por completo en esta legislatura, comenzando por la Comisión del 11-M, y que ahora demuestra, de nuevo, la inmoralidad de unas señorías que no dudan en falsearlo todo o soslayar cualquier asunto que no convenga a sus partidos.

Nunca, en los casi 30 años de democracia, las Cortes Españolas estuvieron peor representadas ni fueron tan partidistas y deshonestas. Nunca se faltó al interés del conjunto de los ciudadanos como se está haciendo ahora. Nunca hubo una legislatura en la que por intereses inconfesables se eliminaran leyes tan beneficiosas, como el PHN y la LOCE, y se aprobaran otras tan perjudiciales, como el Estatuto de Cataluña, que no es más que una aberración liberticida prácticamente vista para sentencia tras el conciliábulo nocturno entre ZP y Mas. Sí, me avergüenzo de todos ellos, comenzando por quienes ocupan los bancos de un Gobierno que puede ser cualquier cosa menos de España.

La necesidad de un cambio de la Ley electoral es angustiosa. Se precisa como el aire que respiramos y a fin de impedir que los de ahora acaben por darle la puntilla a cualquier noción de libertad. Para los demócratas es obligado pedir una reforma que nos lleve a una situación menos inestable y nos aleje de las garras de los chantajistas: Un hombre un voto, listas abiertas, circunscripción única para toda España, porcentaje mínimo para conseguir representación y elección directa a doble vuelta del presidente del Gobierno. Mientras no se establezca algo semejante, permaneceremos en manos de los totalitarios y nuestra patria común, España, irá degradándose año a año. Es imprescindible, pues, que algunos mantengamos la firmeza a la hora de la denuncia, también a la hora de pedir cambios en la ley electoral y asimismo a la hora de recordarles a nuestros conciudadanos que no debe perderse la esperanza. Porque como decía el clásico: “La esperanza es el sueño de los que están despiertos”. ¡Permanezcamos despiertos y atentos! 

Publicado el 24 de febrero de 2006


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