Mahmud Ahmadineyad, mandatario iraní de acusado instinto genocida que en 2005 deseo la desaparición de Israel. |
La noticia me ha impactado, lo juro. La he leído en El Mundo y no me la creía. La frase la ha pronunciado nada menos que el presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, quien no ha hecho más que recordarnos, y ratificar, la misma idea genocida y antisemita que en su día expuso el ayatolá Jomeini, ese personaje odioso y odiador que sembró de aborrecimiento y fanatismo buena parte del Fértil Creciente, que es como la Historia denomina al arco del oriente próximo, cuna de las culturas más antiguas, en el que hoy, para vergüenza de los promotores de la Alianza de Civilizaciones, sólo hay una nación libre y democrática: Israel.
Zapatero, ese estadista por accidente que aquí, en España, asegura que le embargan unas ansias infinitas de paz ha respondido a las declaraciones del presidente-terrorista iraní, que como tal cabe catalogar a quien se manifiesta así, ordenándole a su ministro Moratinos que llame al embajador de Irán y le pida explicaciones. La española es una respuesta oficial que, según mi parecer, lleva el sello de quien no pretende más que cubrir las apariencias ante un escenario que destruye, mejor dicho, arrasa su proyecto de alianza de civilizaciones. Aseguraría que la declaración del presidente-terrorista persa, de dársele la importancia que realmente tiene, ha dinamitado cualquier posibilidad de diálogo entre el mundo libre occidental y el mundo tiranizado e islamizado, permítase la redundancia. Porque si uno de los interlocutores de más tronío, Irán, comienza por exhibir el pensamiento genocida de su presidente, a qué clase de alianza puede llegarse con ellos. Y, sobre todo, cuál sería el precio de esa alianza: ¿Israel? ¿Borrar del mapa a Israel?
No, me niego en rotundo a aceptar que deba dialogarse con genocidas y terroristas. El estado de Israel no puede convertirse de ningún modo, suena a blasfemia, en moneda de cambio para consolidar a las tiranías islámicas y que dejen de atentar en Europa. No al precio de darles carta blanca a los asesinos para que sólo maten en una determinada orilla del Jordán, según cierta filosofía carodiana tan al uso en nuestra patria. Lo que ha sido una llamada a consulta al embajador de Irán debe convertirse, incluso si el presidente-terrorista iraní pidiese públicas disculpas, en la más firme propuesta para expulsar a ese país de las Naciones Unidas. No puede permanecer al amparo de la ONU un estado que, mediante un gobierno delincuente, promueve la desaparición de otro estado legitimado por el sufrimiento y la Historia para, además de ostentar con orgullo todos los derechos a su existencia, declarar de él que constituye el más firme ejemplo de libertad y democracia en la zona. Claro qué, quizá esto último es lo que molesta a los déspotas que gobiernan unas penitenciarías-estados con un total de 1.200 millones de reclusos, muchos de ellos dispuestos a envolverse en explosivos y detonarlos en suelo demócrata.
No, la expulsión del pendenciero Irán de cualquier organismo internacional debe ser inmediata. Y todo ello como medidas previas y lógicas dada la gravedad del caso, que lo suyo sería una conferencia internacional, por supuesto al margen de esa ONU del corrupto Annan, para que se estudiase la forma de controlar a los mandatarios con vocación genocida y posesión de armamento nuclear a la vuelta de la esquina. Porque no olvidemos que quienes se sienten inmunes ante declaraciones tan horrorosas y a lo sumo obtienen como respuesta una llamada a embajadores que, si acaso, escuchan un nene malo, no harán si no envalentonarse y pasar a la siguiente fase de su delirio genocida. Y no olvidemos tampoco que las guerras de mayor atrocidad comenzaron siempre por ser permisivos con quienes llamaron a la oración de las causas étnicas o religiosas. Porque la fuerza de unos, en este caso la del gobierno genocida iraní, suele nacer de la debilidad de otros: los alianzadores de civilizaciones. Los ZPs de todos los tiempos.
Publicado el 27 de octubre de 2005
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