martes, 16 de enero de 2018

El capital intangible

Al capital humano de una Nación como la española debe acompañarle siempre, si es que queremos el progreso de nuestra patria, un aditamento imprescindible: Patriotismo activo con el que combatir y derrotar en su propio terreno, hasta hacerlo desaparecer, a ese nacionalismo periférico que nada aporta al bien común, salvo la patraña y la molestia de los parásitos más pertinaces.

El capital intangible, que según el Banco Mundial puede representar hasta el 77% de la riqueza de un país, se entiende como la suma del capital humano, la infraestructura institucional y el capital social (la confianza de los habitantes en su propio país y su capacidad para trabajar en pos de un objetivo común). Es decir, el patriotismo, dicho mediante un vocablo de toda la vida. No es de extrañar, pues, que España (en 2005) se sitúe con 261.205 dólares por habitante, mientras Suiza dispone de 648.241 y Francia, una nación no demasiado alejada de España, se vaya casi al doble que nosotros y llegue a los 468.024 dólares por habitante. Claro que Suiza es una sólida confederación en la que ninguno de sus cantones ha tenido jamás veleidades separatistas ni se ha sentido superior al vecino, y Francia, ¿qué decir de Francia? Francia es la roca sagrada o paradigma de cuantas naciones aspiran a ser invulnerables.

Está claro que la confianza de los españoles en nuestra nación y en nuestra capacidad para trabajar en pos de un objetivo común, que tanto cuenta en el informe del BM, no es algo que nos haga subir en el ranking. No ha sido así aproximadamente en los últimos 200 años, agudizándose la falta de patriotismo y el desprecio a lo propio a partir de que se iniciaran los primeros movimientos nacionalistas como consecuencia del desengaño por la pérdida de nuestras últimas colonias, que tanto enriquecieron a esos que luego les apeteció apostatar de la madre patria y fundar algún día su propia república de bolsillo, confusa y utópica meta que aún aspiran alcanzar y encima a un costo de: ¡gratis total! Porque el separatismo no está reñido con la codicia, de hecho, lo uno lleva a lo otro.
Tampoco fue mejor en las etapas consideradas democráticas (como la última que hemos vivido entre 1978 y 2015), expuestas más que nunca a la rapiña de un nacionalismo periférico que jamás contempló la posibilidad de trabajar “en pos de un objetivo común”, puesto que simplemente aspiraban a mantener cautivo un mercado peninsular que tanto les había favorecido. Recuérdese el arancel Cambó y otros abusos similares. Ni ayudaron en nada las dictaduras del último siglo, como las de los generales Primo de Rivera y Franco, o esos movimientos anarquistas y comunistas que, bajo la coartada de "todo para el pueblo", lo único que lograron fue sembrar el odio por doquier y despertar el rebufo autoritario de la extrema derecha, que invariablemente, en cuanto se le hinchan las narices con tanta provocación izquierdista o separatista, acaba con el problema a guantazo limpio.  
España es una nación que vive de milagro. Sólo Dios sabe por qué razón se mantiene aún unida y la gente sale a la calle en lugar de atrincherarse en sus casas en cuanto se hace de noche. A juzgar por nuestra malhadada historia, diríase que somos un reino de estirpe cainita en el que siempre nos hallamos dispuestos a usar la quijada. Me pregunto qué pasaría si alguna vez abandonáramos el egoísmo aberrante del nacionalismo, dispuesto a la secesión en cuando no puede controlarlo todo en toda España. Y si contáramos, además, con uno de esos socialismos honorables, como el británico o el danés (pongamos por caso), que anteponen los intereses de la nación a cualquier otra motivación sectaria.
Nuestra posición geoestratégica es envidiable y además contamos con un país de buen tamaño, salimos a un 'puñao' de terreno para cada persona. Nuestra luminosidad nos permite vivir una naturaleza maravillosamente diversa, no se parecen en nada los parajes del norte con los centro o el sur de España. Sin contar que tenemos unas cuantas islas de una belleza incuestionable, como por ejemplo La Palma o Ibiza, por citar solamente una preciosidad de cada archipiélago. Y todo ello es algo apetecido por más de media Europa, cuyos nacionales a poco que pueden o se jubilan se vienen a vivir con nosotros. Nuestros recursos son limitados pero más que suficientes si somos capaces de compartirlos, como por ejemplo el agua. ¿Qué pasaría si todos, como un solo hombre, nos decidiéramos alguna vez a trabajar por España? ¿Habría Suiza que pudiese alcanzar nuestro bienestar? ¡Lo dudo!
Artículo revisado, insertado el 14 de julio de 2005 en Batiburrillo de Red Liberal

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