ZP es un hombre que inicialmente se abrumó por su comportamiento delictivo en los episodios del 11 al 14 de marzo. Tomó posesión de su cargo casi pidiendo perdón y siendo consciente de que no había respetado la democracia en esos días, al ser incapaz de frenar a sus huestes para que no cercasen las sedes del PP, ni tuvo arrestos para realizar alguna declaración a la mentirosa SER o a la infame Tele5 y que dejasen de soliviantar a la población en sus arengas contra un Gobierno al que declaraban odioso y asesino y sobre el que se inventaban toda clase de golpes de estado y bajezas.
ZP sabe perfectamente que mientras aquella noche permanecía escondido en casa de unos amigotes y pendiente del móvil (situación que, salvo por lo del móvil, recuerda a la de Largo Caballero en el 34), otros le hacían el trabajo sucio e inmoral que tantos beneficios acabaron reportándole unas horas más tarde. ZP no ignora que si el PP hubiese decidido movilizar a sus 600 mil militantes y echarlos a la calle en toda España, en legítima defensa de unos compañeros que se hallaban acorralados y amenazados, sólo Dios sabe lo que hubiese pasado entre dos grandes masas enfurecidas. Quizá cientos de muertes en auténticas refriegas callejeras, o motines o incendios a destajo como preámbulo de un conato de Guerra Civil al que la izquierda siempre está dispuesta.
ZP aún recuerda que fue un delincuente por omisión y un pusilánime activo, que se echó en brazos de lo peor de la izquierda y la prensa sectaria para que le llevasen al poder o al menos a lograr una derrota mínima que le permitiese otros cuatro años más como secretario general del PSOE, cargo al que también había llegado de rebote cuando las distintas capillitas y la fracción mayoritaria de Mister X decidieron que Bono no se las tragaría dobladas como el atolondrado Zapatero.
ZP ha ido perdiendo la bruma de su espíritu atormentado, que se muestra cada vez más insensible, a medida que los medios de prensa y los partidos que desde siempre han odiado al PP han creando la atmósfera apropiada para exonerarle de su conducta delictuosa en los aledaños del 11-M y la han transformado en todo lo contrario: El inicio de una leyenda, o si se quiere de un mito, cuyo protagonista es un tipo de pocas luces que ha llegado de rebote a todos sus cargos públicos.
ZP desea enmascarar la realidad de que esos cargos han sido ejercidos sin talento, sin ideas políticas, sin decoro y con el mayor de los provechos: Encontrase allí cuando se buscaba a un tercero de talante manejable. Y ese encontrarse allí de pura casualidad es lo que al propio Zapatero le ha convencido de su buena sombra, de su condición de elegido para la gloria, de su ventajosa estrella hacia el poder sempiterno, de su destino escrito en el viento y en las arenas para promover la Alianza de Civilizaciones o, simplemente, de ser El Elegido, como le llaman ya cada día quienes le dicen al oído recuerda que no sólo eres inmortal sino infalible.
ZP, acogiéndose a la última cita de una terapia evasiva de esa bruma que le atormentó en el pasado reciente, no ha sentido vergüenza alguna, sino todo lo contrario, en repetir una y otra vez las falsedades que otros se inventaron para que el socialismo diese la impresión de ser un partido decente, para que toda la maldad de este mundo recayese sobre el PP. Tal fue su actuación en el Congreso, mentirosa y terapéutica, por no decir enlodada, durante las 15 horas que permaneció embrollando y liando nuevamente la madeja en la comisión del 11-M. Una comisión a la que ZP acudió no a contestar a Zaplana, el único de los portavoces que se comportó con coherencia y sin que pareciese un vendido, sino a mostrar una serie de informes preparados a partir de la comparecencia de Aznar y que Zapatero, dando una auténtica exhibición totalitaria y vomitiva, se limitó a leer con la intención de invertir todo lo que hasta ese momento se consideraba cierto o demostrado, como por ejemplo que el Gobierno del PP no mintió en ningún momento.
ZP ha resultado ser un tipo peligroso, muy peligroso, tan peligroso y fanático como creído de sus propias virtudes y de su condición de elegido. Unas virtudes que jamás poseerá pero que otros, los lameculos del poder, siempre atribuyen a los que mandan. De hecho, se es más virtuoso cuanto más se manda. Y si el mandamás es de la izquierda, la virtud es infinita y adornada de talante. ZP no demostró en absoluto lo que él denominó engaño masivo del Gobierno Aznar, pero lanzó y reiteró la frase facilona que la manada servil e interesada aguardaba para situarla en las primeras páginas y editoriales de la prensa. A eso fue ZP al Congreso, a lanzar hacia los populares un eslogan, engaño masivo, que era el hueco que había que cubrir en determinados artículos cuyos columnistas, fervorosos de la Secta, comenzaron a realizar el mismo día en que se supo que ZP declararía e infamaría en la Comisión Anti-PP.
Artículo publicado el 14 de diciembre de 2004
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