Revoloteando sobre la tríada de partidos socialistas, entre los que sería difícil indicar cual de los tres es el más deshonesto y aborrecible para quien se sienta español y liberal, existe todo un enjambre de zánganos compuesto por amigos de la vida fácil y la subvención, por adictos a la creación artística bien gratificada y de escaso valor, por tipos que detestan la ley y las normas que los españoles nos dimos en el 78, y que a sabiendas del daño que hacen inculcan ese espíritu destructor en las aulas y en los medios de prensa. Y a la postre, por no poca morralla que considera progresista declararse antisistema y atizarle al botellón como un método garantizado, en sí mismo, para alcanzar la igualdad social y la diversidad cultural.
El esfuerzo, la laboriosidad, la obra bien hecha, la tenacidad, el respeto a las instituciones y a los símbolos, el amor a la patria, ¡qué disparate!, sólo son ideas de los casposos y los herederos de Franco, como diría Pepiño Blanco, ese excretario (de excretar) de organización del PSOE que cada vez que habla lo hace con intención de dañar o de ofender, cuando no de intentar desviar hacia otros los desvaríos y arbitrariedades que este gobierno de atrofiados mentales comete sin cesar, como esos abundantes incumplimientos del programa electoral o ese dejar huérfanos de infraestructuras a las comunidades gobernadas por el PP.
Y en lo alto del panteón celestial (de un cielo civil y aconfesional, por supuesto), entusiasmado ante el Universo que ha ido creando, a cuya estación término acuden cada día unos cuantos trenes colmados de buenos negocios, como corresponde a todo socialista solidario, se halla el dios Polanco, capo di tutti i capi, quien no deja de mover los hilos de los talcualillos, los señores equis, los rubalcabas y los teóricos del progresismo habidos y por haber.
Si el tercer partido socialista, el de los galeotes y ex presidiarios, dispone para sí de las Waffen SS, también denominadas cloacas del Estado, el capo di tutti i capi cuenta en su guarida de lobo con dos de las agrupaciones más aguerridas y preparadas del presente Reich socialista: La Gestapo, también llamada Prisa, donde cientos de periodistas y otros asalariados se dedican a buscar trapos sucios y bajezas de cualquier posible amigo o enemigo, y el Ministerio de Propaganda, más conocido como Cadena SER, en la que dos modernos Goebels, de nombres Iñaki y Antonio, mienten con desparpajo y reiteración a sus millones de oyentes. Unos oyentes a los que luego se les toma la lección en los ministerios y las sedes sindicales para que justifiquen que han oído el programa, que han aprendido bien las consignas y que a su vez las han difundido a los cuatro vientos. Ambas fuerzas de elite, que son la crem de la crem a la hora de practicar inmoralidades, suministran al capo cuanta munición precisa para seguir en su labor de manejar los títeres.
Naturalmente, uno se siente esperanzado de que en España pueda suceder algún día lo mismo que ha ocurrido estas últimas semanas en Nápoles, donde los mafiosos se eliminaron entre ellos ante la falta de un capo di tutti i capi. El pobre capo murió de viejo, Dios le habrá acogido en su gloría (civil y mafiosa, por supuesto) y los desamparados supervivientes, compungidos, se han declarado la guerra entre sí y han dejado ya cientos de acribillados y coches repletos de cadáveres mafiosos. ¡Señor, Señor, al fin te has acordado de los napolitanos!, ¿no te gustaría acordarte también de los españoles no mafiosos? Porque muerto el perro, se acabó la rabia.
Artículo publicado el 2 de diciembre de 2004
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