Aseguraría que la tenacidad es la principal virtud del bitacorero. Decía alguien con otras palabras, creo que fue el prolífico Alfonso Paso, que lo importante es que cuando lleguen las musas te encuentren delante de unos folios. No es mi caso, yo suelo escribir mis artículos a salto de mata, a las horas más insospechadas y, me temo, que en multitud de ocasiones las musas han efectuado ya su ronda hasta el siguiente día o hasta el mes próximo. Que hay una de ellas, llamada Inspiración por quienes han sido favorecidos, de lo más inconstante y medrosa a la hora de visitarme. Por otra parte, en una bitácora como es Batiburrillo, de qué puede uno escribir, si no de política, cuando el gobierno socialista da tantos motivos para hacerlo. Así, pues, a palo seco, sin musa alguna que despierte mi vena creativa, con más tenacidad que ingenio, inicio el comentario habitual, en esta ocasión sobre un tema tan actual como antiguo. Y lo que te rondaré, morena.
Hoy, una de las noticias que destaca la prensa corresponde más bien al apartado de sociedad. Se trata de la reforma del Código Civil aprobada en el Congreso para regular el matrimonio homosexual. No estoy de acuerdo con esa reforma, de entrada ya lo digo. Y no es porque considere gente de otro planeta a los homosexuales. Aseguraría que en ese grupo de personas, cada día más abiertamente numeroso, las hay de todos los gustos y colores. Vamos, como en el resto de los mortales. Los que yo he conocido, por ejemplo, han resultado gente de muy buen trato. Y puedo asegurar, además, que es perfectamente posible, salvo en circunstancias extremas, no advertir su tendencia sexual si no la confiesan.
Pero no estoy de acuerdo con la reforma porque la considero innecesaria. Hubiese sido posible, y a mi juicio más recomendable, establecer un contrato civil que legalizase a todos los efectos la unión de dos personas del mismo sexo. No es matrimonio como debe llamarse, porque el matrimonio enseguida mueve a pensar en la unión de un hombre y una mujer. Una unión que nuestra especie utiliza para perpetuarse, lo cual no es poco si lo comparamos con ese matrimonio estéril que daría un hombre con un hombre y una mujer con otra. Luego si el resultado de esas uniones jamás será el mismo, porque carecerán de la opción de procrear, su nombre y su consistencia social tampoco deben definirse del mismo modo. No, no estoy nada de acuerdo con la reforma aprobada. Es más, en un asunto de semejante calado, el actual gobierno está demostrando, como en tantas cosas, su falta de talante (ya salió la palabra) democrático. Qué le hubiese costado, en lugar de someternos a la dictadura de una mayoría parlamentaria escuálida, anunciar un referéndum que plantease la cuestión al veredicto del pueblo.
En fin, me temo que, aun sin quererlo, he acabado escribiendo sobre aspectos políticos criticables de esto que padecemos y que algunos, cada vez menos, consideran un gobierno con popularidad. Como suele decirse, que no decaiga la crítica argumentada, así sea a base de las opiniones propias. De ese modo, cualquiera que pueda leer ciertas bitácoras de Red Liberal sabrá que algunos nos mantenemos fieles a unos principios.
Publicado el 22 de abril de 2005
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