La católica Polonia se hallaba sometida desde hacía décadas por el comunismo. Dos o tres generaciones de polacos jamás habían conocido allí la libertad. Junto a esa nación mártir, donde el cristianismo apenas era tolerado y se mostraba poco menos que clandestino, con sus purpurados impedidos de viajar a Roma en multitud de ocasiones, también sufría el resto de la Europa subyugada por el marxismo. La Iglesia católica, sabia de siglos, se dotó en 1978 de un Papa polaco que apoyó Solidaridarnosc y comenzó el fin de ese telón inmoral que algunos llamaron de acero a causa de su dureza liberticida. La emancipación de Europa oriental fue en buena medida obra de un Papa grande, Karol Wojtyla, al que los apasionados de la Historia recordarán con afecto.
La cristiana Alemania, en gran parte católica, lleva demasiado tiempo siguiendo el rumbo de los sin fe y de ese socialismo roji-verde que ha ido empobreciendo su economía, su moral y sus valores cristianos. Hará un año, el entonces presidente de la República Federal Alemana, Johannes Rau, alertaba a su pueblo sobre del desaliento que afligía a los ciudadanos. Hoy, la Iglesia universal ha sido inspirada (no me atrevo a decir por el Espíritu Santo) para la elección de un Papa alemán, y universal, llamado a rescatar de la patria de Goethe gran parte de los valores que jamás debieron perderse de no haber mediano largos años de izquierdismo. El ilustre teólogo Ratzinger, convertido en la conciencia de los que aman a Dios y por lo tanto a la libertad, puede llegar a influir y no poco en el despertar de los valores morales en Alemania y en el orbe católico.
La existencia de la Iglesia apostólica sigue su curso y, con él, la defensa de los valores humanos y morales. Hay naciones donde esos valores se acrecientan, como ha sucedido en gran parte de la Europa del Este, y otras, como ocurre hoy en España, donde la moralidad, conducida por ese socialismo que nada tiene que ver con la socialdemocracia, se dirige directamente al despeñadero. Si la católica España aún es salvable cuando fallezca el Papa Benedicto XVI, que esperemos sea tras un generoso papado, nada más deseable para los que compartimos la moralidad cristiana que aspirar a que el siguiente papa posea origen español y aún pueda contemplar una nación unida. La Iglesia católica, sabia de siglos, no dudará para entonces en elegir a un Papa español aunque deba rescatarlo de la clandestinidad. Su labor principal quizá consista en recuperar España de las garras de una izquierda y un nacionalismo tan destructores de lo humano como de lo religioso, tan opresores de la libertad como de las conciencias.
Publicado el 21 de abril de 2005
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