lunes, 11 de diciembre de 2017

Coraje


España es un país de mediocres, gente fanatizada y masas aborregadas a las que no les interesa algo distinto que el vivir al día y cuyo sentimiento más destacado es el odio a la libertad. Son pocas las excepciones, aunque valiosísimas, que escaparían a la definición de ese tipo de individuos embarcados en la medianía, la exaltación o el conformismo. Sí, reconozco que es muy fuerte, además de soberbio y probablemente injusto, escribir en semejantes términos y referidos a toda una nación. Pero no es así como yo muestro a mi patria, sino como la están catalogando en las aulas de esas regiones periféricas que desean crear conciencia nacional propia a costa de convertirnos a los españoles en seres inmundos que son sus enemigos naturales.


Admito que algo de razón no les falta a los separatistas, puesto que hemos tenido muy pocos episodios de coraje generalizado, entre los que podría citarse la sublevación ante el Imperio napoleónico y alguno más que se me escapa ahora. Lo nuestro ha sido siempre el batallar en grupitos al mando de un ser excepcional de gran ambición o talento, llámese Cortés, llámese Pizarro o llámese Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid para los amigos, a quienes luego ni se les ha recompensado debidamente su esfuerzo ni se les ha reconocido en vida. El resto de nuestra historia más bien fue protagonizada por reyes anodinos o cargada de brillantes derrotas como consecuencia de enfrentamientos con otros reinos, entre los que de un modo u otro siempre se encontraron Francia o el Reino Unido, que ejercieron de clásicos provocadores interesados a los que se les respondió las más de las veces con apatía o ineptitud.

No es de extrañar, pues, que con semejante currículo histórico haya grandes masas de españoles que no deseen serlo y se sientan naturales de naciones quiméricas en las que todo fue grandeza, según se les dice a sus habitantes, y la vida transcurría de un modo pastoril que nunca debió perderse. Cuando la historia se explicó más favorable a la unidad de España fue precisamente en aquellos períodos dictatoriales, como el franquismo, que por sí mismos invalidaron cuanto se había contado aunque hubiese mucho de verdad en ello. Luego vino la desvergüenza del nacionalismo, secundada por la desidia de los sucesivos gobiernos centrales, y se eliminaron de las enseñanzas las gestas patrias que sobrevaloró la dictadura, aunque también se eliminaron cuantas certezas históricas eran irrefutables. Se partió de cero y en los libros de texto comenzaron a aparecer tres capítulos que lo explicaban todo: En primer término la propia región, definida siempre como nación y ubicada en un mapa de distinto color; luego Europa, donde forzadamente se incluía España como si fuese algo aparte; finalmente el resto del mundo, digamos de pasada. 

Así se lleva 27 años (en 2005) y el color de las regiones que se creen naciones cada vez es más intenso en los textos y cada vez ocupan más territorios: Euskal Herría y Els Països Catalans, curiosamente tan elásticos como la goma, son ya las marcas acreditadas de fábrica que acabarán rodeadas de mar por todas partes, tal es el deseo de unos separatistas que no dudarán en reflejar algún día a la España no deseada en un recuadro pequeñito sobre Marruecos, como hacía antes la Televisión Española, en relación a Canarias, al darnos el parte del tiempo. El asunto no se solucionará fácilmente, no queda más remedio que apelar a ese coraje colectivo citado al inicio para desenmascarar a tanto falsario. Mientras en España no haya un levantamiento de la población, reflejado en sus votos, que ponga al Gobierno en su sitio y les arranque de las manos la educación a los separatistas, no tendremos paz civil, ni honor ni moralidad. Y cuando se pierden esas virtudes, lo siguiente en precipitarse es la economía y el bienestar. De nada vale haber llegado a ser la décima potencia económica del mundo si todo apunta a que nuestro futuro es de lo más sombrío e incierto. Se sabe la causa de tanta fragmentación y malestar y no se hace nada, ni se ha hecho hasta ahora. Y lo que es peor, la política de los socialistas y sus cómplices nos avisa de que aún es posible que todo se agrave más. 

Contra un futuro así, coraje. Contra la desidia de Zapatero y la inmoralidad de su gobierno, coraje. Contra la felonía de gentuza como Maragall, que va de socialista moderado y es el mayor de los nacional-separatistas, coraje. Contra ese chantajista Ibarreche que recoge los frutos de los pistoleros como el atentado de hoy en Madrid, coraje. Coraje para que no decaiga nuestra denuncia ante tanta infamia y para hacer comprender al pueblo español, aunque sea muy lentamente, que debe posicionarse del lado de la verdad, la igualdad, la justicia para todos y la libertad individual, que no es más que una forma de definir a la patria española. Porque una patria libre, en plenitud, debe liberarse en primer lugar de tanto mal nacido separatista y acto seguido de esa izquierda adoradora de tiranos, como Castro, y secuestradora de la libertad de prensa, como demuestra el proyecto de ley según el cual se le concederá a Polanco el 50% de las frecuencias radiofónicas.

Nosotros, los liberales, no podemos hacer demasiado porque contamos con escasos medios informativos y tenemos poca tendencia a formar un bloque defensivo que fije los pies en el suelo y contraataque a las embestidas de los totalitarios, pero es precisamente en ocasiones de orfandad de poder, sea mediático, sea político, cuando el coraje es más necesario para resistir al mal de nuestro tiempo: El nacionalsocialismo. Hagamos apología continuada de la libertad y el liberalismo y vaya paralela a esa apología la más firme denuncia de los liberticidas y embaucadores, de los rompe patrias y secuestradores de la Historia. Condenemos también a los equidistantes por cuanto representan la complicidad revestida de mesura ante el fanatismo y la indolencia. 

Publicado el 9 de febrero de 2005

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