sábado, 2 de diciembre de 2017

Aznar


Hoy es obligado escribir sobre José María Aznar, el ex presidente del Gobierno, el político de primera fila, ese gran estadista que una nación de mediocres, envidiosos y traidores no se merece. Parece fuerte mi afirmación, pero es lo que pienso y estoy obligado a escribirlo así si pretendo ser fiel a mí mismo, del mismo modo que Aznar, cuyo modelo sigo, se emparejó ayer a su propia fidelidad en el Congreso de los Diputados y desgranó a bocajarro, acertando de lleno a los comisionados del 11-M, esas verdades que sólo la obcecación más partidista y retorcida es incapaz de admitir.

Se ha eludido citar a propósito que los comisionados del 11-M, cuyas siglas aunque parezca extraño no significan los Once Miserables, pertenecen o deberían pertenecer a una hipotética Comisión de investigación. Porque ni sus actitudes o manifestaciones, y mucho menos sus gestos, iban destinados a investigar nada, sino más bien a echar tierra encima de las graves irregularidades que la izquierda practicó en vísperas de las elecciones. Una tierra que en el Congreso debía cumplir igualmente otro propósito: Ser convertida en fango al mezclarse con abundante mala baba y luego arrojado sobre una fosa que contuviese el cadáver de Aznar. Para exterminarlo y asegurarse en primera fila, retransmitido en directo, del afrentoso exterminio.

Desde luego las preguntas formuladas por los comisionados a José María Aznar, precedidas siempre de un rosario de insultos o descalificaciones, solamente perseguían la encerrona, la contradicción o el lapso de memoria del ex presidente. Cuando no directamente el desprecio, como el que la obtusa parlamentaria del Grupo Mixto, una tal Barkos (con K de esto es el kolmo) intentó estamparle en pleno rostro a Aznar, fingiendo que no le conocía al preguntarle si él era el Presidente en tal fecha o si sus subordinados se llamaban así o asao. Un eskándalo de tía, ¡koño!, que akometió kon una konducta exekrable y que se konstituyó no en la portavoz del Grupo Mixto, sino en la portakoz de la aktitud despektiva y zopenka. 

Y a pesar de ello no lo consiguieron, los comisionados no pudieron demostrar más que su propia necedad y partidismo. El setenta u ochenta por ciento del tiempo asignado a cada grupo, y había cinco de ellos que iban a una, fue usado en perseverar...; no, perseverar no, que suena a una cierta virtud, fue usado en machacar a quien parecía blindado ante la patraña reiterada. El estadista permaneció once horas inmune, apenas con un par de tés y sus correspondientes pises, ante ese quinteto de jinetes de la mala leche que arremetía sable en mano, un sable envenenado por si solo conseguían rozarle, y al final Aznar acabó rodeándolos a todos ellos y los dejó por lo que son: Unos impresentables que España no merece ni de lejos, y que la Historia, cuando refleje el episodio de ayer, se encargará de citarlos como una caterva de confabulados, cargados de malos propósitos y con mucho por tapar.

Artículo publicado el 30 de noviembre de 2004

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