Estos días de vacaciones he estado meditando seriamente sobre la posibilidad de dejar Batiburrillo, y ahora con más motivo puesto que Smith, mi compañero de bitácora, ha demostrado con creces su solvencia para mantenerla a flote. Nada hay que me motive en este gobierno de partidistas contumaces para adoptar una postura moderada con la que criticarles, todo lo contrario, advierto que actúan de un modo dañino donde predomina lo antidemocrático, y ello me irrita más de la cuenta. Como respuesta lógica, uno tiende a caer en esa misma radicalidad y a buscar opciones e ideas contrarias. Y sin objetividad y prudencia, que son herramientas imprescindibles del análisis político, es imposible escribir en Batiburrillo o en parte alguna y... al mismo tiempo ser creíble.
Lo confieso, ZP y su caterva de sectarios han conseguido radicalizarme en seis meses. Todo un logro hacia alguien que, como yo, se consideraba liberal, respetuoso de la Ley y ante todo un demócrata con sentimientos patrióticos. Ahora ya no sé ni lo que soy, porque me envuelve tal desengaño y ojeriza hacia quienes gobiernan mi patria, que si escribo sobre ellos quizá no resulte demasiado ético ni de lectura agradable. Seguiré meditando, pues, mi renuncia a escribir en estas páginas. Mientras tanto, quizá aparezca por aquí alguno de esos artículos míos, medio legibles a juzgar por las notas insertadas en ellos, en los que la crítica a la izquierda y al nacionalismo sólo iba aderezada de desprecio, un sentimiento casi compasivo para lo que merecen.
Seis meses de gobierno socialista no son medio año, son siglo y pico. Con esta morralla adventicia uno se siente envejecer día a día, como si el pasado más nefasto llamase a nuestra puerta, vistas las calamitosas medidas que aplican cuando deciden ejecutar sus infinitas contradicciones o el reverso de sus promesas electorales. Lo que debía ser talante, entendido como bueno, se ha convertido en un profundo sectarismo de la peor extrema izquierda. El cacareado diálogo, cacarear es algo propio de un personaje espantadizo como ZP, ha venido a resultar una imposición tras otra, con mucha saña hacia las autonomías gobernadas por el PP, como así lo demuestra el hecho de que apenas se contemplen inversiones en infraestructuras en esos territorios. Las expresiones socialistas en la campaña electoral del 14-M, que contenían mensajes de mayor libertad y democracia, en sólo seis meses se han disuelto en un afán desmedido para controlarlo todo, comenzando por el Consejo General del Poder Judicial, lo que redundará, en el supuesto de que España se mantenga como nación unitaria, en un remedo de pseudo democracia a la venezolana.
Zapatero desprecia la idea de España a juzgar por sus palabras en las que afirma entender que Cataluña es una nación, término que sólo es posible aplicarle hoy a un territorio si lleva implícita la soberanía del mismo, puesto que la idea de nación sin estado es un concepto hueco que nadie acepta para sí y mucho menos los separatistas. De ese modo, con la extrema inconsciencia que cabe atribuirle a un personaje tan torpe y entreguista como es ZP, se incita a cuantos nazis se hallan agazapados, con la mecha encendida y el cartucho en la recámara, a desintegrar una patria que para muchos españoles posee raíces milenarias y más de cinco siglos de vida.
Este hombre pernicioso que llegó a la Moncloa trepando sobre los cadáveres de casi dos centenares de personas, cuyo grado máximo de maldad aún es desconocido pero del que ya se sabe que posee una deficiencia inmensa para el cargo, hará que algunos nos volvamos unos rebeldes ante tanta estulticia como practica; de hecho, me he apuntado ya al grupo de los que opinan que este Gobierno es legítimo sólo por los pelos en cuanto a su acceso al poder (ya veremos si el tiempo no demuestra lo contrario), pero que sus actitudes parciales y displicentes, no exentas de bajeza moral, le conducen a gran velocidad al terreno de la ilegalidad.
Creo que el PSOE, como partido de gobierno, es incapaz de representar al conjunto de los españoles, nunca lo ha sido en sus más de cien años de historia. Ha quedado claro una vez más que sólo se representa a sí mismo y a esos cuates a los que debe alimentar con prebendas para mantenerlos cebados, proclives a un apoyo que si al PSOE le faltase le alejaría del poder, único propósito que alienta al nieto del militar fusilado y que determina su rencor hacia los que no considera devotos a la Secta. Un rencor no ajeno a cuanto ha significado históricamente el PSOE, cuyo afán obsesivo por controlarlo todo y corromperlo todo, que le cataloga de partido malvado en la tradición democrática de nuestra patria, se ha fundamentado siempre en la consigna del perpetuarse caiga quien caiga, sean instituciones, sean ciudadanos.
Apunta el clásico que el pez desprecia el agua sin advertir que es lo único que le hace flotar y respirar, pues así es el pensamiento del más borrico de los gobernantes que ha dado la nación española desde que el ser humano tiene memoria, incluida gentuza de la calaña de Fernando VII, Niceto Alcalá-Zamora o el extrañamente reivindicado Manuel Azaña, quienes a sus maldades y pasiones omnímodas nunca añadieron, como hace ZP, la idea de jugar con la desintegración de España. Viene ello a propósito de las veleidades con los separatistas que el jumento mantiene en vigor a todas horas, a los que parece decirles que no le importa demasiado que le saquen el agua de su pecera (España) porque prefiere no sentirse húmedo, sino que quiere vivir soleado y airoso, con talante. ¡Será mendrugo! Naturalmente, en cuanto la pecera se haya partido en mil pedazos, el pez lerdo no tendrá nada sobre lo que nadar ni respirar y de paso nos habrá postrado la patria a muchos que sí creemos en ella.
El caso más flagrante de intento de agujerear la pecera por los nacionalistas se produjo días atrás en Cataluña, se trató de un acto más especulativo que práctico, más teórico que decisivo, pero que denota una tendencia desenfrenada hacia la incontinencia de sus abyectos fines. Una vicepresidenta de gobierno, tan torpe y desastrada mentalmente como el cabecilla que la envió (no de otro modo se le debe llamar a quien conduce a una caterva de potenciales delincuentes), no ha tenido reparos en situarse ante la bandera republicana, como única enseña presente, para tributar homenaje a un sujeto pérfido y criminal, además de doblemente golpista y condenado a 30 años de prisión por la propia República Española a la que quiso destruir. Me refiero a Companys, por supuesto.
La vicepresidenta asistió al acto en representación del gobierno de España, una España que, legalmente, no posee esa bandera mostrada en Montjuic ni tiene por qué homenajear a un personaje que no fue más que un delincuente, un mal catalán y peor español. Companys, el inicialmente abogado sindicalista de la CNT, anti catalanista declarado en numerosos mítines anarquistas de los años inmediatos a la República, llegó ilegalmente a la alcaldía de Barcelona al autoproclamarse alcalde el 14 de abril del 31. A partir de esa ilegalidad manifiesta, el personaje fue ascendiendo en el escalafón institucional catalán y con él ascendieron también sus continuas irregularidades y delitos. Finalizó la Guerra Civil con cientos de crímenes a sus espaldas -hay historiadores que los cifran en más de 8.000-, entre los que abundaron la complicidad con el asesinato de numerosos rivales políticos y sindicales.
Nadie debe morir fusilado, porque la pena de muerte es inhumana, y a Companys no debieron ejecutarle los franquistas, pero en cualquier nación considerada seria sí hubiese cumplido los 30 años a que fue condenado por rebelión en lugar de ser amnistiado por el Frente Popular y además repuesto en el cargo. A tan pérfido personaje como fue Companys, le rinde un homenaje Maragall (el más pérfido de todos), y además con el consentimiento de ZP y la presencia oficial de la vicepresidenta Fernández. Si hubiera que escribir un epitafio a tan repugnante acto en Monjuic, efectuado en contra de los valores democráticos, la libertad y la justicia, sólo se me ocurriría decir que el PSOE y el borrico que ahora les dirige han abierto de par en par las puertas del año 34, año en el que nuestra Historia reflejó más que nunca el concepto de las dos Españas: La España insurrecta y totalitaria dirigida por Largo Caballero, otro borrico fanatizado por todo lo que oliese a soviet, y la España somnolienta y confiada cuyos representantes fueron Lerroux y Gil-Robles, que esperemos no sean antecesores de un Aznar que se reveló incapaz de limpiar a los infiltrados de la izquierda (sin duda responsables ideológicos del 11-M) en las cloacas de la Administración, o de un Rajoy que, de momento, se muestra más seráfico y bondadoso que combativo.
Así que estoy pensando seriamente en dejarlo y lo haré en el supuesto de que no sea capaz de acostumbrarme a soportar tanta infamia. Uno ya padeció los últimos años de la dictadura franquista, los sobresaltos de la incipiente democracia, la edad oscura del felipismo putrefacto y ahora, tras el paréntesis de bonanza de la derecha, nos llega el mundo surrealista del vivir en un ¡ay! y del irse a dormir sin saber si al día siguiente se levantará en España o en ese resto de..., al decir de Maragall, un fulano que aspirar a eliminar incluso el nombre de nuestra patria. Y uno, en fin, no es partidario de seguir a medio gas en la crítica, como distraído y rutinario, sino más bien decidido a echarle vigor a la denuncia. Pero la radicalidad también implica un riesgo que no estoy seguro de querer asumir.
Artículo publicado el 23 de octubre de 2004
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios moderados.