domingo, 19 de noviembre de 2017

Nacionalismo expansionista-I


El hecho de que los nacionalismos ibéricos no nos hayan ofrecido en las últimas semanas la continuación de su rostro más feroz, y disgregador, diríase que obedece a cierto compás de espera que utilizarán en tomarle la medida a Zapatero. El PNV, como esos escualos que giran en torno a la presa, probablemente trama su siguiente movimiento para finales de año o, como mucho, para antes de las autonómicas de 2005. Por su parte, los nacionalistas catalanes, unos en el Gobierno de la Generalitat y otros en la oposición, elaboran borradores a marchas forzadas para el nuevo estatuto que ZP anunció solemnemente que aceptaría. En cualquier caso, los nacionalismos vasco y catalán no dejarán de mostrarse expansionistas y mi siguiente artículo, dividido en tres partes para facilitar su lectura, pretende argumentarlo y mantener encendida la luz ámbar de precaución ante los rompe patrias.

¿Es expansionista el nacionalismo actual? La respuesta diferiría sobremanera según la ideología política de las personas consultadas. Lo más probable es que se alternaran el no rotundo con el sí no menos rotundo, sin matices grisáceos. Porque esa es una de las características del nacionalismo y de sus detractores: No caben las medias tintas. O se está a favor, o se está en contra o, simplemente, el asunto no interesa. Para la cuestión que nos ocupa y que da título a este artículo, el nacionalismo vasco podría servir de ejemplo ilustrativo y no estaría de más su análisis, aunque fuese a merced de la inspiración del momento.

Lo primero que habría que destacar respecto del nacionalismo en España es que siempre se circunscribe a un ámbito de “singularidad” jactanciosa y obstinada, donde se considera que cualquier censura a sus planteamientos sólo puede proceder de otro nacionalismo que, a diferencia del suyo, es opresor y centralista: el español, al que estratégicamente asocian con la derecha reaccionaria e impresentable, términos éstos que implican rechazo absoluto y que repiten constantemente para insensibilizarse ante las críticas que reciben.

Si el nacionalismo no tuviese unas ideas, etapas y metas preconcebidas, lo que ya le convierte en expansionista —al menos ideológicamente—, quizá se cuestionaría los motivos o fundamentos de quien le critica, motivos que, básicamente, pueden ser:

a) Nacionalismo de signo contrario, en este caso español, tan lícito o tan lamentable, según se mire, como cualquier otro. El nacionalista español considera que si los nacionalismos vasco y catalán piden respeto para sí mismos, no estaría de más, al menos por coherencia, que respetasen a su adversario.

b) Antinacionalismo instintivo, es decir, postura que rechaza por sentido común, sin bagaje intelectual profundo, cualquier idea partidista sustentada en sentimientos de presunta superioridad racial o de supuestos derechos históricos. Para el opositor espontáneo al nacionalismo, la preeminencia étnica es algo perverso e inaceptable que solo puede conducir a la degradación de la sociedad. Asimismo, quien adopta una posición de repudio al nacionalismo suele considerar, en relación con el pasado, que no hay rincón en la península Ibérica que no posea una historia cargada de acontecimientos de todo tipo, con o sin residuos de minorías lingüísticas, y por tanto se posiciona en contra de definir a este o aquel territorio como esencialmente histórico. 

c) Razonamientos éticos, serían aquellos que, amparados en la moral y las obligaciones del hombre hacia su semejante, analizan las miserias sociológicas que ofrece el nacionalismo y es crítico con él, alertando a la sociedad cuando le es posible acerca del riesgo extremo que conlleva el poder no controlado de esa corriente totalitaria.

Pero el nacionalismo pertinaz, sobre todo si se trata de un nacionalismo con 108 años de historia como es el vasco y explota a cielo abierto esa antigüedad para justificar sus reivindicaciones, siempre rechaza de plano los reparos a su ideología sin distinguir entre una y otra crítica y sin intención de desviarse un milímetro de su trayectoria prefijada.

La alusión a la veteranía de un partido político, que el PNV esgrime infatigablemente como si aparejara privilegiados derechos, se asemeja mucho a la actitud del sargento chusquero (hoy prácticamente desaparecido) que alega trienios para conseguir un mejor destino y que se queda sin lograrlo porque no alcanza a adjuntar méritos adicionales que mejoren su puntuación. La ancianidad, sea de un partido sea de una persona, no aporta necesariamente sabiduría suplementaria.

De modo que, además de rechazar sañudamente las críticas, vengan de donde vengan, sean morales o no, el nacionalismo tiende a mostrarse malherido de “mercromina” (víctima ficticia) y a desacreditar a tumba abierta a cualquiera que le censure, para lo cual no duda en adjudicarle descaradamente, con alevosía, un título inicial que pronuncia con aversión: “Nacionalista español”.

El intento de descrédito por parte de los abertzales hacia el nacionalismo ajeno, simplificado en la frase “mi nacionalismo es bueno y el tuyo no”, no deja de representar una paradoja llamativa —una más— que caracteriza al nacionalismo vasco o a cualquier otro nacionalismo. Si se comparan dos ideologías de talante nacionalista —ambas rubias, ambas con los ojos azules— no parece aceptable que una deba ser bondadosa y otra cruel.

Tal postura contradictoria, y falaz, recuerda aquellos años de la China de Mao en los que el comunismo chino, deseoso de liberarse de las influencias de su progenitor ideológico ante un mundo plagado de estados socialistas, reprochaba a diario el avasallamiento del comunismo ruso, al que igualmente calificaba (como hacen los abertzales con los gobiernos de España) de imperialista, centralista, hegemónico, etc. Ya  podemos ver, pues, que no hay nada nuevo bajo el sol de las ideologías.

Denominar a alguien “nacionalista español” o cualquiera de sus variantes consabidas: “Facha”, “Ultra”, “Franquista”, “Opresor”, “Casposo”, etc., cuando ese alguien a menudo es un intelectual de mérito que conoce a fondo los entramados y vericuetos del nacionalismo vasco —casos de Fernando Savater, Jon Juaristi, Mikel Izurmendi, por citar sólo a un trío de oriundos—, es un intento burdo y malintencionado para mancharle y de paso arrojarle al averno del desdoro. Así se le incapacita, o eso creen los nacionalistas, para la denuncia de los métodos sabinianos, autocalificados con impudicia de liberadores, progresistas, modernos...

Artículo publicado el 15 de mayo de 2004

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