Los alemanes llevan casi seis años gobernados por una coalición de socialistas y ecologistas que no cesa de defraudarles en todas las expectativas creadas en su día: La economía se contrae lentamente, el paro aumenta y las prestaciones sociales disminuyen. En el período de gobierno rojiverde, Alemania ha pasado de liderar Europa en casi todos los sentidos a una nueva situación que podría definirse como propia de un estado grisáceo y casi difuminado, igual que esas fotos enmarcadas que pierden poco a poco su brillo a causa de la luz.
Los alemanes, un pueblo de gran orgullo y cierta soberbia, notan que su economía y su bienestar retroceden o se estancan y, en cualquier caso, cada día es mayor la distancia que les separa de la dinámica USA. Pero no sólo las cuestiones económicas les son desfavorables, algo que podría atribuirse a circunstancias coyunturales, sino que también advierten que su Gobierno los ha convertido en un estado tramposo que incumple el déficit de la Unión Europea y que, además, utiliza artimañas para evadirse de las sanciones que comporta el incumplimiento. Igual que hace su vecina Francia, ese cómplice o cooperador necesario cuyo deseo de controlar a la Unión Europea corre parejo a la marrullería diplomática que ejerce y al desbarajuste que hoy vive su clase política, en la que el único partido bien definido es la extrema derecha.
El Gobierno alemán rojiverde, digámoslo claro, en política exterior ha preferido secundar al envidioso país galo, ese estado que se recome desde hace décadas en su antiamericanismo, antes que a naciones europeas como Italia o Polonia, que vieron con nitidez la oportunidad de apuntalar al trío de Las Azores en su deseo de democratizar al submundo islámico, hoy por hoy el mayor peligro para la libertad de Occidente y de la especie humana.
La lenta decadencia económica, el hecho de tener que esconderse debajo de la mesa en el Parlamento europeo para que no le saquen los colores por infractor, el complejo de monaguillo ante el estado francés, a quien incluso se le cedió el voto en una de las cumbres en la que Schroeder tuvo que ausentarse, y la falta de respuesta en el caso de Iraq ante la solicitud de USA, esa gran nación que devolvió su libertad a Alemania y veló para que no la perdiera durante toda la guerra fría, han creado en el pueblo alemán una sensación tal de perplejidad y pesimismo, que incluso su presidente, Johannes Rau, ha tenido que pronunciar esta semana un discurso institucional para intentar levantar la moral a los ciudadanos.
Entre otras cuestiones y como preámbulo, el presidente Rau, asombrosamente de filiación socialdemócrata, ha llegado a afirmar que la actual Alemania es una nación sin confianza en sí misma, adormecida por el pesimismo y con unas élites políticas egoístas y envidiosas que debilitan las instituciones públicas. Johannes Rau llegó a citar lo siguiente: No conozco ningún país en el que tantos responsables y personas que ocupan funciones públicas hablen de forma tan negativa, con tanta afición, de su propio país. Y añadió: En todos los debates la cuestión es, ante todo, a quién me impongo y a quién perjudicaré. Habría que apostillar que el presidente Rau sin duda desconoce situaciones sui géneris como el tripartito catalán, así como la coalición que gobierna en el País Vasco y la que se está liando con el nuevo gobierno de España o lo que queda de ella.
El discurso del presidente alemán, regañando de un modo tan sincero a los políticos y al Gobierno de su patria, esa coalición rojiverde causante del desaliento que aflige a los ciudadanos, tiene un doble valor: El alto cargo del personaje y el hecho de que le aplique a sus palabras las verdades del moribundo, puesto que el próximo 23 de mayo, al expirar su mandato, será relevado en la presidencia de la República.
La gran desilusión de los alemanes con su gobierno rojiverde, ese gobierno que volvió a ganar las elecciones hace menos de dos años, determina un par de conclusiones: 1. El buen ojo que tuvieron los baleares al fulminar en la primera ocasión a una coalición similar encabezada por el socialista Antich, personaje que usaba los mismos métodos que el canciller alemán. 2. Lo desacertado del presidente Zapatero al considerar como uno de sus referentes europeos a Schroeder.
Como decía el clásico, la evidencia es la más decisiva demostración de la realidad. Y hoy, la realidad nos dice que echarse en brazos del eje franco-alemán, como pretende ZP, es un torpe intento de subordinarse a la incompetencia, la mediocridad y el desánimo, puesto que dos gobiernos desanimados e incompetentes forman el eje.
Artículo publicado el 14 de mayo de 2004
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