Al fin he visto la luz. El presidente Zapatero parece que proyecta concederles una oportunidad a los nacionalistas catalanes y vascos para que decidan libremente si quieren ser España o no lo quieren. Nada de seguir unidos a las bravas y sin proyecto alguno que compartir. Nada de ser españoles con la boca pequeña y carentes de motivación. ¡Ámame o déjame! Por eso Zapatero, ese gran estadista (aludamos a su ilustre condición política), se propone despenalizar las consultas plebiscitarias a sabiendas de que en las agendas de los ibarreches o maragalles la palabra referéndum figura en varias páginas y además subrayada. Así que la respuesta de los separatistas ante la candorosa decisión de ZP podríamos definirla como un afilar de uñas o un refugiarse en el mar de esteladas de la plaza de Sant Jaume.
¿Ha quedado claro, no? ¿No? Pues añado: Nuestro magnánimo presidente, magnánimo con lo que no le pertenece ni está facultado para convertirlo en despojos, prefiere la pureza en el amor y aspira a que se permanezca con entusiasmo en España o a que se aleje de ella el que no la ame lo suficiente. ¡Ámame o déjame! Un plan sencillo, sincero y definitivo para que la nación española, o lo que quede de ella, se muestre finalmente orgullosa de sí misma. Un plan desinteresado, cargado de nobleza de ánimo, que se propone resolver para siempre la cuestión de la unidad de España, o lo que quede de ella, y que jamás vuelva a suscitar problemas territoriales que el PSOE deberá afrontar obligadamente con talante, con mucho talante. Un PSOE dispuesto a resignarse a gobernarnos otros 100 años seguidos en los que se acentúe la honradez galopante que ahora practican. Y digo galopante, porque en el caso del PSOE la honradez se alejó de ellos a galope tendido apenas fue creado el partido-secta.
Lo que ocurre es que Zapatero, al que han debido cerrársele los oídos al bajar tan rápido desde lo alto del hemiciclo donde ejercía de culiparlante hasta llegar a la moqueta del banco azul, primer escaño y con derecho a pasillo, oye menos que uno de esos paracaidistas acrobáticos que descienden en caída libre desde los once mil metros hasta cerca del suelo. De modo que ZP es incapaz de escuchar, a causa de la obstrucción auditiva que le provoca el aumento vertiginoso de la presión sectaria, cualquier consejo sensato respecto al tema de los referendos. Y a diferencia de los buenos paracaidistas que al final bajan planeando los últimos metros, el talantudo no para de dar cabriolas y todo apunta a un buen morrazo contra el suelo.
Tampoco le ayuda en su visión de hombre de Estado el hecho de sentirse deslumbrado, como si hubiese recibido un fogonazo en pleno rostro, por un cargo sobre el que antes del 14-M tenía tantas posibilidades de llegar a ejercerlo como las que tiene el meteoro de la nieve de cubrir ese Sahara Occidental que, con la bendición del Polisario, ha regalado al tirano que aportó la materia prima (terroristas marroquíes) que determinó su siniestra promoción política y su posterior iniciativa de diálogo de civilizaciones. ¡Ahí es na! Un diálogo que en el caso nacional, con perdón, viene a resultar igual de valioso y práctico que el comodín de ese juego de naipes en el que algunos participantes de la timba, los fulleros separatistas, han decidido que la partida se juegue sin comodines, se cambien las reglas en cada mano (armada, por supuesto) y se exhiba un puñado de nueces sobre el tapete.
Zapatero acostumbra a desoír el runrún de las desavenencias autonómicas y a permanecer ciego ante la realidad de un nacionalismo que se viene preparando desde hace más de 25 años para los referendos disgregadores. Han sido unos años en los que se ha adoctrinando a conciencia a tres generaciones de votantes y semejante aberración determina que el abuelo, el padre y el hijo votarán muy mediatizados llegado el momento. Nuestro estadista es incapaz de palpar en el ambiente (lo que demuestra que ZP mantiene otro de los sentidos en desuso, el tacto) el pucherazo político que se avecina por parte de sus correligionarios socialistas en las regiones catalana y vasca. Patxi López y Pasqual Maragall, sin que ZP advierta que ambos le han besado la mejilla hace tiempo, probablemente hayan decidido votar sí en unos referendos que se convocarán tan pronto como el BOE inserte la despenalización anunciada y en cuanto la parálisis política, económica y social haya creado condiciones de metástasis en el conjunto de España. Será el momento adecuado para que los separatistas dispongan de la coartada mínima imprescindible con la que convocar cada uno su referéndum, que quizá sean conjuntos, y al mismo tiempo eviten el riesgo de que la Benemérita los aloje en sendas naves prisión de los puertos de Bilbao y Barcelona, un suponer.
Porque Zapatero, cuando se trata de usar políticamente los sentidos de la vista, el oído y el tacto, juraría que se asemeja mucho a esos peces abisales que carecen de órganos por innecesarios. Si bien a la hora de crear un ambiente de hemiplejia generalizada, que es esa discapacidad motriz según la cual queda paralizada la media España que depende de los presupuestos del Estado, nos hallamos ante el gran maestro del quietismo al que emulan ya las estatuas humanas de los parques públicos. Unas estatuas que mudan la pose al arrojárseles la moneda, sólo que Zapatero se halla inmerso en la dificultad de cambiar de postura al encontrarse maniatado por su propia ineptitud. De ahí que siempre sonría, es el único gesto que puede permitirse en su situación de prisionero de sí mismo.
Artículo publicado el 26 de octubre de 2004
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