Hoy he leído un articulo del catalán Juan Carlos Girauta, muy bueno como todos los suyos, que alude a lo que es sentirse catalán y en el que expone la definición clásica: Todo el que vive y trabaja en Cataluña y que, además, tienen voluntad de serlo. Pues bien, hay un grupo de catalanes, cada vez más numeroso, que tienen voluntad de serlo (de hecho nunca han perdido esa voluntad ni es algo sobrevenido) y que no viven ni trabajan en Cataluña a consecuencia principalmente de dos motivos: 1. Porque se ganan bien la vida en otras regiones españolas, algo que cada vez será más difícil a la inversa. 2. Porque están hartos de un ambiente tan claustrofóbico como el que se respira en ese territorio, envuelto en nacionalismo por tierra, mar y aire, y han preferido marcharse de allí para oxigenar un poco los pulmones y la mente.
Tres cuartos de lo mismo sucede en el País Vasco, sólo que en esta otra comunidad no vale tener la voluntad de ser vasco, es preciso contar con errehache negativo y otros factores a favor de uno, mejor dicho, a favor de los que mandan. En cualquiera de los dos casos, el catalán o el vasco, se valore más el Rh o menos, lo cierto es que los denominados emigrantes (que manda narices llamar emigrante al ciudadano que se mueve dentro de su patria) no parece que estén destinados a ocupar nunca uno de esos puestos políticos que deciden o cuentan en el Gobierno de la región, salvo alguna excepción simbólica que confirma la regla. De donde se deduce que el emigrante figura de relleno, un relleno que, según cita Girauta, en Cataluña es nada menos que de cuatro millones de personas, es decir, que la población de Cataluña sería de menos de tres millones si no se hubieran producido las grandes migraciones del siglo XX. En el caso vasco, es probable que su actual población no sobrepasara el millón de personas si se descontara igualmente el trasvase humano procedente de otras regiones.
Qué conclusión puede extraerse de los datos que ofrece el Centro de Estudios Demográficos de Cataluña, organismo que cita Girauta. Para mí, la principal conclusión es que el adoctrinamiento ha debido ser feroz en estos últimos 25 años, 23 de ellos de pujolismo. Tan es así, que de otro modo no se explicaría que dos tercios de población de origen no catalán den como resultado en las elecciones autonómicas un 85% de nacionalismo. Se dirá lo que se quiera de Pujol, y más ahora que teóricamente se ha retirado de la política, pero eso de que ayudó a la gobernabilidad y que tenía sentido de Estado es tan falso como un duro sevillano. Pujol fue, y es, un aprovechado que lo único que le importaba era no perder la capacidad de educar a la población catalana para adoctrinarla. Espero que la Historia juzgue a este hombre como se merece, como un traidor a la idea de España. Por mi parte, yo le considero el enemigo público número uno de la convivencia entre españoles. Claro que el número dos probablemente sea Arzallus, otra joya.
Artículo publicado el 8 de septiembre de 2004
Artículo publicado el 8 de septiembre de 2004
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