En el año 1128, Alfonso Enríquez, hijo de los condes de Portugal, que a la sazón contaba sólo 19 años, se rebeló contra su madre, viuda desde 1114, y le arrebató la regencia del condado portugués. Alfonso Enríquez dispuso de la ayuda de su primo, el nuevo rey castellano-leonés, Alfonso VII, del que fue vasallo hasta el año 1139. Once años le duró a Alfonso Enríquez la fidelidad hacia su pariente el rey. El conde portugués, aprovechando una brillante victoria contra los musulmanes en la batalla de Ourique, no lejos de la localidad de Beja en el Alentejo, se autoproclamó rey de Portugal.
El rey Alfonso I de Portugal, llamado el Conquistador, reinó durante 46 años y se convirtió en un personaje enérgico que recuperó numerosos territorios a los musulmanes, incluyendo Lisboa y otras comarcas al sur del río Tajo. Fue un hombre no exento de crueldad (mantuvo encarcelada a su madre hasta su muerte) y de astucia, que supo sumar a su causa a los Templarios, a los religiosos de las órdenes cluniacense y cisterciense e incluso al propio Papa, Celestino III, que en 1179 reconoció la independencia de Portugal a cambio de que el reino se declarase Estado vasallo de la Santa Sede y pagase un censo anual.
La llegada a la península ibérica de una nueva oleada de beréberes, en este caso los almohades, y el hecho de que Castilla y León separasen sus coronas, entre 1157 y 1230, con numerosas refriegas entre ambos reinos, determinaron que la Reconquista sufriese un frenazo, incluso un retroceso en algunas partes, y que hubiese que atender prioritariamente a la seguridad de los reinos cristianos más que a su reunificación. Período que aprovechó el rey de Portugal para consolidar su poder y la adhesión de los nobles portugueses. Alfonso I de Portugal tampoco careció de oportunismo, como lo demuestra el hecho de que ocupó tierras leonesas mientras su rey, Fernando II, se hallaba en guerra con el de Castilla.
Tras el rey Alfonso I, el trono de Portugal fue ocupado por una serie de reyes que se dedicaron más a consolidar el reino que a expandirlo o a buscar la reunificación con el gran reino vecino de Castilla-León, a su vez reunificado bajo la corona de Fernando III. El rey portugués Alfonso III completó la expulsión de los musulmanes y trasladó la capital desde Coimbra a Lisboa. Su hijo, Dionisio el Liberal, en 1294 firmó un tratado comercial con Inglaterra que fue el inicio de una firme alianza entre los dos países y que resultaría decisiva en el acontecer de la historia del reino luso.
El sucesor del rey Dionisio, Alfonso IV de Portugal, estableció un acuerdo con el rey Alfonso XI de Castilla para luchar juntos contra los musulmanes. Fruto de dicho acuerdo fue la victoria conjunta de las tropas cristianas en la batalla del Salado (Cádiz), frente al último ejército de invasores islámicos, los benimerines, y las tropas del rey musulmán de Granada. Hay que señalar, como dato significativo del nuevo espíritu de reconciliación que se estaba creando en la península, que en la citada batalla del Salado (1340) intervino con mucho acierto una flota aragonesa, al mando del almirante Pedro de Moncada, en apoyo de la coalición entre castellanos y portugueses. Con posterioridad al triunfo conjunto de los tres grandes reinos hispanos, se estableció un período de buenas relaciones en el que fueron frecuentes los matrimonios entre las casas reales de Portugal y Castilla. Se abrió así la posibilidad de que ambos reinos pudiesen unificarse.
A Alfonso IV de Portugal le sucedieron otros dos reyes de su misma dinastía, la Casa de Borgoña, que igualmente emparentaron con los reyes de Castilla. Hasta tal punto fue el deseo de los nobles de ambos reinos para hacerse con el territorio de su vecino, que el último rey portugués de la dinastía borgoñona, Fernando I, emprendió tres guerras contra Castilla porque se consideraba con derechos a la corona real castellana al ser hijo de la infanta Constanza de Castilla. El monarca portugués, a la postre desalentado en proclamarse también rey de Castilla, se dedicó con ahínco al desarrollo de la navegación.
A la muerte de Fernando I, sin herederos varones, se produjo una guerra civil desastrosa que finalmente llevó al poder real al hermanastro de Fernando, el futuro Juan I, con el que se inicia una nueva dinastía en Portugal, la Casa de Avís, y se retrocede ampliamente en la aspiración de unificar dos de las coronas peninsulares. De hecho, comienza en Portugal una especie de vasallaje, o si se quiere alianza obediente, que determinará la posición subordinada del reino luso ante los deseos de Inglaterra, a la que estaba obligada, mediante el tratado de Windsor (1386), a suministrarle diez galeras equipadas. A cambio, Inglaterra ofreció a Portugal un cuerpo de arqueros para su defensa ante Castilla.
Y desde entonces hasta casi nuestros días, Portugal ha sido poco menos que un protectorado británico cuyo imperio jamás ha consentido la reunificación de Hispania.
Artículo publicado el 16 de julio de 2004
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