Quien acuñó la
feliz expresión “España es diferente” a buen seguro contaba entre sus aptitudes
la genial sagacidad. No hay duda: para bien o para mal, aquí somos otra cosa.
Hasta en el absurdo, lo cual –considerado como virtud o como menoscabo– no deja
de tener un mérito que sería injusto regatear.
Hay en una región
de España, Cataluña para más señas, unos señores agentes de la autoridad muy cabreados, con razón o sin
ella, por unas cuestiones que no hacen al caso. Y, para dar debido cauce a su
monumental enfado, han acordado estos señores exteriorizar su malestar nada
menos que hablando en el idioma oficial de su país. O sea: ante una situación
que se percibe injusta se decide protestar hablando español en España, país en
el cual el español es un idioma oficial según recoge la Constitución.
Sencillamente genial.
Pero, recuerden
que hablamos de España, aun hay más y la feroz protesta –hablar español en
España– ha sentado tan rematadamente mal en ciertos ambientes que incluso ha
tenido el irrefrenable impulso deterciar en la polémica el "insigne" don Jordi Pujol, sagrado
depositario de las más preciosas esencias de esa región de España llamada
Cataluña, sentenciando que tamaña osadía supone “una actitud negativa, que daña
a los mossos, al país y a la Generalidad”. Si aquello era genial, esto es
directamente cojonudo.
Ustedes de sobra
conocen a qué motivos obedecen la protesta de los agraviados y la airada
réplica de Pujol, con lo cual sabrán separar el choteo de un servidor del
verdadero intríngulis del asunto. No obstante, lo uno no quita lo otro: unos
protestan utilizando el español para comunicarse y otros protestan porque unos
previamente han protestado hablando español. Absurdo, ¿verdad? En España somos
diferentes y absurdos. Absurdos a más no poder.
Por cierto:
descanse en paz don Manuel Fraga.
Autor: Rafael Guerra
Publicado el 16 de enero de 2012
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